viernes, 29 de diciembre de 2017

"EL SUR". UNA PELÍCULA NOCTURNA

Aseguraba un amigo de mi padre que robar horas al sueño era robar horas a la muerte, porque era como recuperar tiempo (a lo mejor "tiempo de descuento", que diríamos los aficionados al fútbol). Quién sabe, puede que tuviera su parte de razón.
En ocasiones robo horas al sueño para ver cine, y he comprobado que así como existen libros nocturnos y libros diurnos (es cuento largo...), hay películas nocturnas y películas diurnas (es cuento no menos largo). Bergman, Antonioni, "Belle de jour" o "El último tango en París", por ejemplo, son ideales para la noche. De noche nos visitan los fantasmas, los miedos y la vida nos pone contra las cuerdas. El sol lo disfraza casi todo, porque de lo contrario no podríamos seguir viviendo.
Recientemente he robado horas al sueño para revisitar "El sur", de Víctor Erice (la tenía demasiado abandonada, muy necesitada de revisionado) y... no me ha defraudado. Otra película nocturna. Se notan la mano de Erice, la producción de Querejeta, el texto de Adelaida García Morales (¡ay, de reciente y triste actualidad!) y las interpretaciones fantásticas de Iciar Bollaín, Rafaela Aparicio (deliciosa) o de Omero Antonutti, travestido de Omero Antonutti, como siempre, con ese toque dostoievskiano que nos asombrara en otros sitios, como en "La verdad sobre el caso Savolta" (película que traslada al cine esa joya de Eduardo Mendoza dedicada a mi querido y añorado amigo Diego Medina).
Volví a ver reafirmada aquella idea que alguna vez escribí por alguna parte: “no se puede conocer, realmente, a ninguna otra persona, como a lo mejor es imposible conocer, en realidad, incluso a uno mismo. Somos islas, generalmente vírgenes, sin posibilidad de formar un archipiélago”.
"El sur". Una película nocturna.

martes, 26 de diciembre de 2017

BOE

Un enlace que no quiero perder de vista...


https://www.boe.es/boe/dias/2017/12/27/pdfs/BOE-A-2017-15552.pdf

jueves, 30 de noviembre de 2017

"PROFECÍA", DE RAFAEL DE LEÓN

«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.
Diez séntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande!»
¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t’has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t’ha querío,
con eso tengo bastante.
-¿Qué tiene er niño, Malena?
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujé, ¡vigila!
Y fueron dos sentinela
los ojitos de mi mare.
-Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
-Y ¿qué busca allí? -Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije “te adoro”
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
-Voy a misa con mis primos.
-Bueno, te veré en la ermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
-Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman… ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? -Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
-Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí, presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: -¿En qué piensas?
Tú dijiste: -En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
-¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Y mientras que tú cantabas
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.
¡Pamplinas! ¡Figurasiones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás “¡cobarde!”
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: “no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando”;
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Pensarás: “no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando”.
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy… quien más t’ha querío…
¡Con eso tengo bastante!

domingo, 26 de noviembre de 2017

SOBRE LAS ALMAS


 

“... el alma si existe

es el yo que te habla desde detrás de las pupilas

cuando cierras los ojos”

 (Raúl Guerra Garrido: “El año del wolfram”, 21)

 

Sobre las almas


“El yo

que te habla

desde detrás de las pupilas

cuando cierras los ojos”.

Posiblemente sea

la definición más completa de alma

que pueda convencer

a un no creyente.

El alma, esa cosa espiritual que nadie ha visto.
                                     (Antonio J. Quesada, extraído de "Poesía a instancia de parte")

 

viernes, 24 de noviembre de 2017

CIGARRO

Me pidieron un texto para una revista y... les pasé un cigarro.


Cigarro

Ese último cigarro

que enciendes al llegar a casa,

en la terraza,

a las cinco de la mañana o así,

mirando con ojos ebrios las luces de colores

(la ciudad es un mar de oscuridad

con diminutas ínsulas de colores).

Y reflexionar sobre todo eso

que te volvió a defraudar, en la vida,

hasta hace diez minutos.

Ese último cigarro.

Ese cigarro tan metafísico.
                            (Antonio J. Quesada)

martes, 21 de noviembre de 2017

SOBRE "LOLITA", EN MANUAL DE USO CULTURAL

"Manual de Uso Cultural" (número 35, octubre/noviembre 2017) publica un trabajito que escribí sobre "Lolita", de Vladimir Nabokov. Un placer que agradezco. Es el que sigue.






VLADIMIR: NO ME LLAMES LOLITA, LLÁMAME LOLA



Antonio J. Quesada




Siento una especial complicidad natural hacia Vladimir Nabokov. Quizás porque le percibo como una especie de hombre-metáfora, por su ser y su estar, y eso me alía con él de modo innato. Alguien trilingüe desde que nació (inglés-ruso-francés) que huye de Rusia por miedo a unos, de Europa por miedo a otros y, tras diversas andanzas en Alemania, Francia e Inglaterra, acaba en Norteamérica para morir en Suiza (sitio civilizado donde los haya, para vivir y para morir) tiene, de entrada, mi simpatía. Siento simpatía por ese viajero-metáfora que huye: si Manuel Vázquez Montalbán nos enseñó que los bilingües eran mejores, pues tenían dos posibilidades de silencio, Vladimir iba más lejos y tenía tres.


Sin entrar en su faceta de entomólogo (más relevante de lo que pudiera pensarse), de Vladimir atrae su potencia creativa y esa posibilidad de escribir en varias lenguas, de traducir e, incluso, de traducirse: no sé si en las Facultades de Traducción estudian aquello de que traducir era algo así como un lento viaje nocturno de un pueblo a otro portando solamente una vela para iluminarse, pero deberían hacerlo.


No nos dispersemos, y centrémonos en “Lolita”, ese mítico texto con el que muchos nos iniciamos en el interés por Nabokov y, con el tiempo, seguiríamos profundizando en su gran obra con pasión (además de releer “Lolita” periódicamente, disfrutar con la magnífica película de Kubrick y ser consciente de que años después se haría una segunda versión bastante menos interesante, pese a Jeremy Irons). Publicada en 1951, a pesar de la innegable inspiración europea (magma parisino y lectura del texto homónimo de Heinz von Lichberg), no se puede negar el tono fieramente norteamericano del libro (viajes en carretera, moteles de medio pelo, westerns, músicas…). Resulta curioso cómo un ruso viajado como Vladimir dedicaba su tiempo a perseguir mariposas, americanizarse y, a la vez, escribir textos inolvidables como “Lolita”. Admirable: que venga un ruso a hacer un libro tan furiosamente norteamericano, con permiso de Kerouac, Mailer, Capote y tantos otros.


Vera salvó a “Lolita” de las llamas reales, aunque en llamas metafóricas viviría siempre debido a la temática, y es que eso de las niñas presuntamente perversas puede traernos consecuencias de todo tipo (no estamos ante Beatrice, que tenía entidad propia, sino ante la proyección mental perversa de un señor maduro, y a esto le pueden poner nombre en el Código penal y con razón). George Weidenfeld, otro personaje mestizo (es maravilloso, esto del mestizaje) se atrevió a publicarla y… ahí seguimos: disfrutando y escandalizándonos. Escritores, filósofos y todo tipo de pensadores han realizado sesudos análisis del libro, incidiendo en cómo nos enfrentamos a nuestros deseos más secretos, a nuestras obsesiones más inconfesables y cómo resulta complejo salir indemne de este tipo de batallas. “Un divertidísimo libro de anagramas” apuntó Auden, y al coro de admiradores podemos añadir a Graham Greene, Muñoz Molina, Vargas Llosa, etc. Hoy día es imposible no disfrutar del libro pero, a la vez, plantearnos: ¿es delito disfrutar de este inmortal texto sobre tema tan escabroso?


Y en eso, claro, llegamos a un debate claramente jurídico, en el que no entraré: los límites del derecho a la creación. ¿Existen límites para un creador, o el creador es Dios todopoderoso? ¿Dónde están esos límites, quién los fija? Si se traspasan presuntos límites en la obra creativa, ¿qué hacemos? ¿Le ponemos un calzoncillo al “David” de Miguel Ángel, por ejemplo? ¿Pintamos unas braguitas a la Venus del Espejo, para que nadie nos llame machistas? ¿Depilamos a la protagonista del mítico origen del mundo de Courbet y la tapamos bien tapada? ¿Colocamos un wonderbra a la Venus de Milo? ¿Juzgamos de nuevo a Pasolini, por lo que sea, da igual, pues siempre rondaba el escándalo, por tierra, mar y aire? ¿Qué hacer? ¿Quién hace?


Seguramente hoy Lolita, que era bastante inteligente, recomendaría a su creador, para evitar más problemas: “Vladimir, no me llames Lolita llámame Lola”.

lunes, 16 de octubre de 2017

PARTICIPACIÓN EN "HOMENAJE A DIEGO MEDINA". COLECCIÓN MONOSABIO. 88 (2016)


(Con este texto participé en el número de Monosabio homenaje a Diego Medina. Texto extraído de mi aportación a la colección, "Un mensaje en el móvil")

"La música nos acompañó siempre. Aún hoy echo mucho de menos esos ratos compartidos: me abrió un mundo musical alternativo desconocido para mí hasta entonces. Ernesto tocaba la guitarra, y nos agradaba reunirnos a tocar y cantar, a veces con otras personas, a veces solos. Por la noche, es cierto, al ir de copas, cedíamos terreno y escuchábamos la música gastronómica con la que el mercado nos bombardea las veinticuatro horas. Ernesto llamaba “música gastronómica” a la música comercial, de moda: decía que había tomado el término de Umberto Eco, que a veces escribía cosas grandes, y que era música para consumir, asimilar y defecar en escaso período de tiempo. Canciones del verano, por ejemplo.

Pero en privado era diferente, no hacíamos esas concesiones: reconozco que de mi relación con Ernesto me ha quedado el gusto por esta música intimista y crítica que nadie oye en público. Cuando estábamos solos, la era no dejaba de parir corazones políticamente ardientes, Olivia despertaba cada mañana, como solía hacer la gente, más o menos con el sol. El hombre de este siglo se perdía allí (¿allí, dónde?), pero su nombre y apellidos seguían siendo “Fusil contra fusil”. El elegido, el mártir del Moncada, nos reconocía que la guerra era la paz del futuro, antes de que le viéramos perderse entre humo y metralla, contento y desnudo, pues iba matando canallas con su cañón de futuro. Los tres hermanos no dejaban de marchar nunca por esos mundos de Dios. Perdimos juntos un unicornio azul (el que sabe qué es eso nos entiende) y tocábamos fondo bien juntitos. Silvio siempre rondaba cerca. También con Pablo aprendimos a amar eternamente a Yolanda, claro. Y otros, también otros estaban con nosotros habitualmente: Sabina (que después sería un bombazo musical), Krahe (perseguidor de doncellas que finalmente no lo eran), Aute (sentimos el frío de los cinco últimos ejecutados por Franco al alba, junto a él), hasta ese joven, Serrano, también bastante interesante (atrapó Mayo de 1968 y sus michelines políticos en una canción insuperable). No puedo evitarlo: lloro por la alegría perdida, por esos momentos que, de esa forma, nunca volverán ya".

domingo, 8 de octubre de 2017

"CAFÉ". UN POEMA PARA UNA REVISTA


 

Café

Tomaba café solo

solo en una mesa para cuatro

mientras engañaba a la soledad con Hemingway.

Esperaba para entrar a clase,

a explicar a eternos distraídos

no sé qué de los contratos,

en la cafetería de la Facultad,

junto a un café tan solo como él.

En aquel momento irrumpieron varios Vicerrectores

con cortes varias de personas que les protegían

y reían y gesticulaban y estaban felices de estar cerca

del Poder.

Cerró el libro,

terminó solo su café solo

y salió, solitario,

sin que su ausencia se notara.

Como tampoco se había notado su presencia.

                  Antonio J. Quesada (poema inédito, enviado a algún sitio para su publicación)

 

 

 

miércoles, 27 de septiembre de 2017

SUPERVIVENCIA



Supervivencia


Cuentan los entendidos

que

si analizáramos hoy

a Lenin,

al sonrosado Lenin que duerme y espera en la Plaza Roja,

comprobaríamos

que

no tiene entrañas

ni cerebro

ni corazón.

Para que dure (más).

Inquietantemente filosófico, el Doctor que le atendió.

               (De “El revés de la nada”, libro inédito; como casi todo)

domingo, 24 de septiembre de 2017

TEXTO DEDICADO A ANTONIO PARRA


 

Adiós

                                              A Antonio Parra (in memoriam)

Marchaste, Antonio, con discreción,

como siempre fue tu norma,

de una ciudad plena de destapados turistas

en mitad de un verano excesivo.

Agosto debería estar prohibido, ahora con más razón.

El día siguiente

vomitaron en la ciudad fuegos artificiales

para inagurar una Feria, otra,

y los jóvenes bebieron y vivieron

como es costumbre en ellos:

sin pensar en el día de mañana.

La vida siguió para los demás. ¿Ley de-bida?

Pero para quienes te quisimos nada pudo ser, ya, igual.

No.

No más charlas en italiano ni complicidades venecianas.

No más eventos compartidos ni tus posteriores crónicas.

No más elegancia, en tiempo de groserías.

No más delicadeza, en tiempo de brusquedades.

No más grandeza, en tiempo de miserias.

No más, Antonio. No más.
Desafortunadamente, ya no más.

jueves, 21 de septiembre de 2017

"MONÓLOGO". RELATO PUBLICADO EN "REFUGIOS"

Participo en el número 3 de la Revista "Refugios" con el relato "Monólogo".

https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/2017/09/14/Mon%C3%B3logo





MONÓLOGO


Antonio J. Quesada


“Decidí, / hija mía, / no traerte / porque
/ no me gustaba un pelo todo esto. /
Dos brazos menos para fregar escaleras, pensé”
(Poema “Hija mía”. Lo leí por alguna parte…
En “Poesía a instancia de parte”, para ser exactos)


Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…

No está este mundo como para permitirse el lujo de ser débil, hijo mío. Te devorarán, no tengas la menor duda, porque esto funciona así. Desgraciadamente, esto funciona así.
En este mundo hay que ser fuerte, y no sólo eso: hay que ser un gran hijo de puta para ser respetado por los demás y para que no te tomen por el pito del sereno, hijo mío. Es así. Es una gran desgracia, pero es así: no se puede ser bueno, hijo. No se puede.
“Como vayas de bueno por la vida te comen por los pies”, repetía siempre mi madre. Tu abuela…

Cuando uno viene de abajo, hijo, tiene que ser consciente de que todo será más complejo para él. Cualquier paso que pretenda dar en la vida será más difícil, pues no hay alfombra roja ni manto de flores debajo de nuestros pies, como sucede con otros. No: para nosotros, el suelo es frío, hay cristales rotos, orines y puede que incluso sangres. Debemos andar con mucho cuidado, por tanto. La mano que nos ofrece alguien, si es que existe, suele buscar nuestro cuello.

¿Por qué, hijo mío? ¿Por qué nosotros? Perdona, hijo, mi desesperación: no te pido explicaciones, no. Sería absurdo: soy la causante de tu desgracia, ¿acaso puedo culparte a ti de algo? Perdona a tu madre, a veces no sabe lo que dice.
A lo mejor es que no me atrevo a hablarle directamente a ningún dios, pues no creo en ninguno, y te tomo por interlocutor válido a estos efectos, hijo. En cualquier caso, es una crueldad. Eres el destinatario menos indicado para mis frases. Lo siento.

La alegría por el nacimiento de nuestro primer hijo, por tu nacimiento, se enturbió rápidamente, hijo mío: el “imprevisto” (¡cómo nos gusta utilizar eufemismos!) hacía presagiar una vida incómoda para ti y (permíteme ser egoísta) también para los que te rodeábamos. La palabra maldita, entonces desconocida por nosotros (pues pensamos que las desgracias, como los accidentes de tráfico, siempre afectan a los demás), pasó a formar parte de nuestro diccionario familiar. Dios mío… ¿por qué nosotros?
En la habitación del hospital, en soledad, lejos de todo y de todos (no quería añadir a nadie más sufrimiento), lloré. Cuando todo pasó, lloré. En la intimidad, pues este dolor era mío. Mío y casi solo mío.
Lloré, hijo mío. Lloré mucho. Lloré como nunca había llorado hasta ese momento. Y una duda me rasgó el alma: si yo falto algún día, hijo mío, ¿quién se ocupará de ti? ¿Quién te cuidará, hijo, cuando yo no esté?
Estas cosas hay que pensarlas.

La pasión de los padres primerizos se enturbió con la nueva situación. Ahora debíamos dedicarnos en cuerpo y alma a ti, a nuestro hijo postrado en su carrito. Nunca llegarías a andar solo, hijo: tu mente sufriría un retraso mental importante y jamás podrías valerte por ti mismo. Tus padres deberían estar siempre a tu lado. No nos pesó, pero teníamos que pensar mucho más de lo normal. Si traíamos a un hermano al mundo puede que algún día nos sustituyera en ese cuidado, pero… ¿podíamos arriesgarnos a traer al mundo a otra persona que tampoco pudiera valerse por sí misma? Y si hubiéramos podido hacerlo, ¿era justo hipotecar la vida de alguien de esa manera?
No. Decidimos no traer ningún hermano, hijo. De sobra lo sabes: la vida se convirtió en algo duro, y no era justo implicar a más inocentes.
No.

Entre tu padre y yo nos multiplicamos, hijo. Nos multiplicamos para trabajar, para tener el piso decente, para cuidarte, para tenerte todo lo feliz que pudieras llegar a ser. Tu padre hizo también un gran esfuerzo, hijo, no vamos a negarle sus méritos cuando existen.
Pero la situación nos fue minando, hijo mío. La alegría se había esfumado por la ventana, así como las expectativas de futuro. ¿Qué futuro? Nuestro talante intentaba ser el mejor, pero… la profunda tristeza interior que nos invadía se adueñaba de nuestra alma.

“…En la crónica de sucesos, hoy tenemos que contarles un acontecimiento muy triste. El cuerpo sin vida de S. M. P. ha sido encontrado en su casa, en el barrio del Polvorín, de nuestra ciudad, tendido en su cama, sin aparentes indicios de violencia. Además, también estaba, en la misma estancia, el cadáver de su hijo, de diez años de edad, enfermo de … . Las primeras investigaciones apuntan a que la madre se ha suicidado por medio de una ingestión de medicamentos, mientras que antes de hacerlo mató a su hijo por asfixia.
Según han informado fuentes de la investigación, la suicida ha dejado unas hojas manuscritas que, quizás, puedan arrojar algo de luz acerca de los móviles del suceso, aunque todo esto no se puede conocer de momento. El padre del menor y ex-marido de la fallecida se personó en el domicilio de la fallecida y se ha mostrado destrozado por este desenlace, que no esperaba, según ha declarado. Seguiremos informando acerca de este luctuoso suceso.
Por último, pasando a los deportes, el Atlético de Madrid ganó anoche la Supercopa de Europa tras vencer al Inter de Milán por dos goles a cero, en Mónaco. Los goles de Reyes y “Kun” Agüero permitieron al campeón de la Europa League imponerse al campeón de la Champions. Tras este resultado, el Inter ya no podrá igualar al Barcelona de Guardiola en número de títulos ganados en una misma temporada.
Esto es todo, queridos oyentes, las noticias volverán aquí dentro de media hora. Buenos días”.
(Extraído del boletín de noticias de una cadena local de radio).

Tú ibas creciendo, hijo mío, y necesitando cada vez cuidados más específicos. ¿Recuerdas el coche adaptado que compramos? ¡Cómo encareció la compra, qué de números hubo que hacer! ¿Recuerdas tu carrito para pasear? Afortunadamente, desde la Asociación nos ayudaban mucho, y nos permitían compartir vivencias con personas que estaban en situación parecida a la nuestra.
Pero lo que era un beneficio también pasó a convertirse en fuente de dolor: allí tu padre y yo conocimos a la madre de Raquel. ¿Recuerdas a Raquel, verdad, hijo? ¿Aquella niña rubita de ojitos tan azules, pobrecita? ¿Y a su madre? Qué doloroso es todo, hijo mío. Qué doloroso es, incluso, recordar el dolor.
La madre de Raquel: aquella divorciada tan guapa de la que se acabó enamorando tu padre. Ese día que jamás olvidaré tu padre me confesó que ya no me amaba, que quería divorciarse de mí para iniciar una nueva vida junto a ella. Mi mundo, mi pequeño mundo, nuestro pequeño mundo, se vino abajo del todo. Que el hijo era de ambos, que no me preocupara por eso, pero… que necesitaba vivir.
Mi vida social era, ya entonces, nula: mi vida era mi trabajo, tu padre y cuidar de ti, pues habías cambiado nuestras vidas total y absolutamente. Pero ahora tu padre se sentía renacer. Incluso parecía más joven.
No me malinterpretes: tu padre no se desentendió de ti, pero si se fue de casa era lógico que se desentendiera un poco. En cualquier caso, hijo, no le tengas odio: tu padre siempre ha sido bueno contigo. Que no lo haya sido conmigo es algo entre él y yo, tú no tienes nada que reprocharle. O casi nada.

Sola, sin nadie en la vida, sin más ayuda que la de la Asociación, la casa se me caía encima, hijo mío. Cada mañana sentía la esperanza de que ese día cambiase todo para mejor: siempre tiene uno esperanzas, es humano. Dejarte en el colegio, jornada laboral, comida veloz, vuelta y fin de la jornada de trabajo, recogerte del colegio, posible paseo por el parque y… cuando llegábamos a casa, enclaustramiento hasta el día siguiente. Raro era el día en que podíamos pasear con gusto, hijo mío, pues el tiempo aquí acompaña poco, y ya sé lo que te molesta la lluvia. Pero hice lo que pude, hijo mío. Hice lo que pude. Cada día en el que un rayito de sol te localizaba te sentía renacer.
¡Cómo te gustaba el sol, hijo! ¿Recuerdas, el sol, qué bonito era pasear con sol? Tú no podías expresarlo, hijo mío, pero… ¡cómo te gustaba que te sacase a pasear por los jardines o por el campo cuando había sol! ¡Cómo disfrutabas! Aunque no pudieras expresarte, yo lo sabía: volvías más feliz.
Pero no todos los días era domingo, hijo mío. No todos los días. Bien lo sabes.

Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo: paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo: paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Una semana. Otra semana. Otra semana. Otra semana. Un mes...
Otro mes. Otro mes. Otro mes…
Un año…
Esto no tiene salida, hijo mío. Esto no tiene salida.

Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…
Perdón por haberte traído a este infierno. Perdón de corazón, hijo mío.
Perdón.

martes, 12 de septiembre de 2017

"EL PRIMER HOMBRE" DE ALBERT CAMUS

¿TODAS LAS HISTORIAS LA HISTORIA? NO

Hace mucho tiempo, demasiado ya, que no creo en la Historia. Mucho menos en la que intentan colarme, escrita con mayúsculas y cargada de himnos, banderas, ofrendas florales en fechas señaladas y no sé qué más (además te la cuentan intentando redimirte de algo). Soy más de Brassens, claro, y de la Literatura. Creo en las historias, con minúsculas y en plural.
Y tiendo a apasionarme, además, con aquellas historias que me interesan. La de mi admirado Albert Camus, por ejemplo, es una de ellas. Vuelvo, en estos días en los que veo demasiadas banderas por todas partes, a "El primer hombre", el manuscrito que acompañaba a Camus aquel fatidico 4 de enero de 1960.
Y metiendo la nariz en el apasionante libro, y adentrándome en la historia de Albert, soy muy feliz. Me pierdo el telediario, las tertulias de televisión, los desgastantes y embrutecedores debates en las redes sociales y, de paso, gozo y valoro más a Albert Camus.

sábado, 9 de septiembre de 2017

DESCONEXIONES



Unas reflexiones, ara que no tinc vint anys, que pensé que se podrían publicar en un Diario de tirada nacional. Iluso de mí.
Se las regalo a mi mejor editor. Al único al que no tengo que hacer la pelota, ni acceder a él tras buscar contactos para que me recomienden. A mí mismo. A mi blog.



La desconexión sentimental, o una habitación para dos, si ya no nos queremos

demasiado

 

 

Antonio J. Quesada

Profesor de Derecho Civil

Universidad de Málaga

 

 

España tiene un problema (político) y necesita ir al psiquiatra. El primer paso para comenzar a resolver cualquier problema es reconocer su existencia, pues de lo contrario empezamos mal. Esto está al alcance no solamente de cualquier psicólogo, sino también de cualquier enfermo con arrebatos de lucidez. “No, si yo controlo, esto no es un problema, cuando quiera lo dejo”, nos confiesa el adicto a no sé qué droga, alcohol, tabaco o a lo que sea que genere adicción, con los ojos como platos, movimientos espasmódicos y sudando a mares. ¿Resulta creíble? ¿Seguro que estamos bien?

España como problema. Catalunya como problema. Parezco un legatario de la Generación del 98 venido a menos y pasado por la thermomix de los tiempos de la posverdad, que es como aludir a los tiempos del cólera pero en posmoderno. España sufre un grave problema político territorial que, como no se ha solucionado, ha acabado convirtiéndose en un previsible problema jurídico. Y en estos días inciertos asistimos a una inevitable obra de teatro que, si no fuera tan dramática, aburriría hasta als cargols: los diálogos de los protagonistas son tan previsibles que casi parecen estereotipos, y eso no beneficia a la musculatura narrativa del guión. Por un lado, las autoridades catalanas y una considerable parte del pueblo catalán, que se levantan contra las leyes del Estado en una huida colectiva hacia adelante, asegurando que las suyas son mejores, como más fetén, se envuelven en la senyera (oficial u oficiosa) y, abrigaditos, juegan al independentismo canónico e irredento. Por otra parte, las autoridades del Estado y otra buena parte del pueblo, catalán y español, que proponen lo único que se puede proponer en el punto en que estamos: aplicar la Ley. Esto no es ningún proyecto más allá del normal desarrollo del Estado de Derecho, por lo que no es solución política ilusionante. Ley, Ley y más Ley. Autoridades para las que, si hay algo sagrado en este valle de lágrimas, no es el Estado social ni el libre desarrollo de la personalidad, sino la unidad de la Patria. Hasta ahí podíamos llegar: “antes roja que rota”, decían en otros tiempos. 

Un problema tan grave como el que sobrellevamos tratado como si fuese una final de la Copa del Rey de fútbol, con muchas cabezas que embisten y pocas que piensan (ya nos lo enseñó Antonio Machado). El independentismo, como el nacionalismo, es una postura muy legítima (tanto, al menos, como las concepciones contrarias), siempre que se respete el ordenamiento jurídico de un Estado democrático. Lo contrario sería huir hacia ninguna parte y a velocidad de crucero: pretender que brille la legalidad desde la ilegalidad. Complejo. Me recuerda esto a aquellas entrañables películas italianas de Vittorio de Sica y de Pietro Germi, en las que el matrimonio all’italiana se basaba en el engaño y el divorzio all’italiana en el asesinato de la esposa. Malament, tú.

Y al margen de este espectáculo teatral tan previsible estamos asistiendo a las consecuencias sociopolíticas que, por desgracia, pueden asociarse a un proceso como el que se vive en un país como el nuestro: la inevitable polarización, con listas negras, rebaños gritones que insultan a rebaños menos gritones, sean los que sean, gentes que defienden a los suyos a la legionaria, “con razón o sin ella”, guerras de banderas, vuelos gallináceos de diversos pelajes y la democracia que acaba saliendo por la ventana como el gas cuando uno abre una botella de champán (perdón, de cava).  No hay que vivir en una sociedad totalitaria para tener una mentalidad totalitaria, nos lo enseñó Orwell hace tiempo. Cuidado.

“¿Qué hacer?”, se planteó Lenin alguna vez, hace mucho de aquello. “¿Qué hacer?”, nos podemos plantear nosotros ahora. Jurídicamente no hay debate: el Estado tiene la legitimidad para hacer lo que hace (y podría llegar más lejos). Con todas las bendiciones legales democráticas. Pero políticamente sí tengo más dudas: hay un problema, sí, aunque algunos no quieren verlo, y debemos solucionarlo si no queremos que la herida siga abierta, caiga sal y se produzca una desconexión, ya que no jurídica, sí sentimental, emocional, y al cien por cien. “No me dejáis partir, ¿verdad? Pues ahora me vais a aguantar”. Para quien simplemente se plantea vencer, el problema está resuelto: quien prefiere convencer lo tiene mucho más complejo.

Personalmente tenemos una inquietud: ¿seremos capaces de reconducir emocional y jurídicamente todo para ser capaces de estar cómodos en este Estado o nos sucederá lo que de algún modo planteaba el gran Jaime Gil de Biedma en aquel mítico poema, y ocuparemos una habitación para dos, aunque ya no nos queramos demasiado? Cuidado: “No hay nada tan dulce como una habitación / para dos”, aseguraba el inolvidable texto poético. Correcto. Pero, ¡ay, si no nos queremos demasiado, a ver cómo sobrevivimos en esa habitación! Qué incomodidad, ¿verdad?

Temo a la desconexión sentimental: temo a la habitación, porque intuyo que, cuando termine la función, podamos no querernos demasiado.