jueves, 30 de noviembre de 2017

"PROFECÍA", DE RAFAEL DE LEÓN

«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.
Diez séntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande!»
¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t’has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t’ha querío,
con eso tengo bastante.
-¿Qué tiene er niño, Malena?
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujé, ¡vigila!
Y fueron dos sentinela
los ojitos de mi mare.
-Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
-Y ¿qué busca allí? -Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije “te adoro”
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
-Voy a misa con mis primos.
-Bueno, te veré en la ermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
-Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman… ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? -Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
-Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí, presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: -¿En qué piensas?
Tú dijiste: -En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
-¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Y mientras que tú cantabas
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.
¡Pamplinas! ¡Figurasiones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás “¡cobarde!”
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: “no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando”;
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Pensarás: “no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando”.
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy… quien más t’ha querío…
¡Con eso tengo bastante!

domingo, 26 de noviembre de 2017

SOBRE LAS ALMAS


 

“... el alma si existe

es el yo que te habla desde detrás de las pupilas

cuando cierras los ojos”

 (Raúl Guerra Garrido: “El año del wolfram”, 21)

 

Sobre las almas


“El yo

que te habla

desde detrás de las pupilas

cuando cierras los ojos”.

Posiblemente sea

la definición más completa de alma

que pueda convencer

a un no creyente.

El alma, esa cosa espiritual que nadie ha visto.
                                     (Antonio J. Quesada, extraído de "Poesía a instancia de parte")

 

viernes, 24 de noviembre de 2017

CIGARRO

Me pidieron un texto para una revista y... les pasé un cigarro.


Cigarro

Ese último cigarro

que enciendes al llegar a casa,

en la terraza,

a las cinco de la mañana o así,

mirando con ojos ebrios las luces de colores

(la ciudad es un mar de oscuridad

con diminutas ínsulas de colores).

Y reflexionar sobre todo eso

que te volvió a defraudar, en la vida,

hasta hace diez minutos.

Ese último cigarro.

Ese cigarro tan metafísico.
                            (Antonio J. Quesada)

martes, 21 de noviembre de 2017

SOBRE "LOLITA", EN MANUAL DE USO CULTURAL

"Manual de Uso Cultural" (número 35, octubre/noviembre 2017) publica un trabajito que escribí sobre "Lolita", de Vladimir Nabokov. Un placer que agradezco. Es el que sigue.






VLADIMIR: NO ME LLAMES LOLITA, LLÁMAME LOLA



Antonio J. Quesada




Siento una especial complicidad natural hacia Vladimir Nabokov. Quizás porque le percibo como una especie de hombre-metáfora, por su ser y su estar, y eso me alía con él de modo innato. Alguien trilingüe desde que nació (inglés-ruso-francés) que huye de Rusia por miedo a unos, de Europa por miedo a otros y, tras diversas andanzas en Alemania, Francia e Inglaterra, acaba en Norteamérica para morir en Suiza (sitio civilizado donde los haya, para vivir y para morir) tiene, de entrada, mi simpatía. Siento simpatía por ese viajero-metáfora que huye: si Manuel Vázquez Montalbán nos enseñó que los bilingües eran mejores, pues tenían dos posibilidades de silencio, Vladimir iba más lejos y tenía tres.


Sin entrar en su faceta de entomólogo (más relevante de lo que pudiera pensarse), de Vladimir atrae su potencia creativa y esa posibilidad de escribir en varias lenguas, de traducir e, incluso, de traducirse: no sé si en las Facultades de Traducción estudian aquello de que traducir era algo así como un lento viaje nocturno de un pueblo a otro portando solamente una vela para iluminarse, pero deberían hacerlo.


No nos dispersemos, y centrémonos en “Lolita”, ese mítico texto con el que muchos nos iniciamos en el interés por Nabokov y, con el tiempo, seguiríamos profundizando en su gran obra con pasión (además de releer “Lolita” periódicamente, disfrutar con la magnífica película de Kubrick y ser consciente de que años después se haría una segunda versión bastante menos interesante, pese a Jeremy Irons). Publicada en 1951, a pesar de la innegable inspiración europea (magma parisino y lectura del texto homónimo de Heinz von Lichberg), no se puede negar el tono fieramente norteamericano del libro (viajes en carretera, moteles de medio pelo, westerns, músicas…). Resulta curioso cómo un ruso viajado como Vladimir dedicaba su tiempo a perseguir mariposas, americanizarse y, a la vez, escribir textos inolvidables como “Lolita”. Admirable: que venga un ruso a hacer un libro tan furiosamente norteamericano, con permiso de Kerouac, Mailer, Capote y tantos otros.


Vera salvó a “Lolita” de las llamas reales, aunque en llamas metafóricas viviría siempre debido a la temática, y es que eso de las niñas presuntamente perversas puede traernos consecuencias de todo tipo (no estamos ante Beatrice, que tenía entidad propia, sino ante la proyección mental perversa de un señor maduro, y a esto le pueden poner nombre en el Código penal y con razón). George Weidenfeld, otro personaje mestizo (es maravilloso, esto del mestizaje) se atrevió a publicarla y… ahí seguimos: disfrutando y escandalizándonos. Escritores, filósofos y todo tipo de pensadores han realizado sesudos análisis del libro, incidiendo en cómo nos enfrentamos a nuestros deseos más secretos, a nuestras obsesiones más inconfesables y cómo resulta complejo salir indemne de este tipo de batallas. “Un divertidísimo libro de anagramas” apuntó Auden, y al coro de admiradores podemos añadir a Graham Greene, Muñoz Molina, Vargas Llosa, etc. Hoy día es imposible no disfrutar del libro pero, a la vez, plantearnos: ¿es delito disfrutar de este inmortal texto sobre tema tan escabroso?


Y en eso, claro, llegamos a un debate claramente jurídico, en el que no entraré: los límites del derecho a la creación. ¿Existen límites para un creador, o el creador es Dios todopoderoso? ¿Dónde están esos límites, quién los fija? Si se traspasan presuntos límites en la obra creativa, ¿qué hacemos? ¿Le ponemos un calzoncillo al “David” de Miguel Ángel, por ejemplo? ¿Pintamos unas braguitas a la Venus del Espejo, para que nadie nos llame machistas? ¿Depilamos a la protagonista del mítico origen del mundo de Courbet y la tapamos bien tapada? ¿Colocamos un wonderbra a la Venus de Milo? ¿Juzgamos de nuevo a Pasolini, por lo que sea, da igual, pues siempre rondaba el escándalo, por tierra, mar y aire? ¿Qué hacer? ¿Quién hace?


Seguramente hoy Lolita, que era bastante inteligente, recomendaría a su creador, para evitar más problemas: “Vladimir, no me llames Lolita llámame Lola”.