martes, 29 de noviembre de 2016

ENTRE GENIOS...


LAS AVENTURAS DE LA LIBERTAD

"Las aventuras de la libertad" fue una adquisición reciente, pero que me ha acompañado durante una semana y me ha regalado mucha felicidad intelectual (siempre nos quedarán algunos libros para esta tarea: no se lleva mucho esta temporada, pero hay que ir al gimnasio mental, también, a hacer pesas mentales, para que no se atrofie lo que sea que llevemos dentro de la cabeza). Por cierto, el tema del libro está siempre de moda: es esencial todo lo que rodea a la libertad. Nos va la vida (digna) en ello.
Este libro de Bernard-Henri Lévy recorre mi pesebre cultural francés al completo. Bernard-Henri Lévy, el eterno filósofo joven o el filósofo eternamente joven, no recuerdo ahora, con melena y jerseys inigualables: esencial para hablar de ideas. Es público y notorio, esto último: te harán más caso así, con un flequillo bien puesto o con un cuello vuelto parisino bien en su sitio.
Luego se pasó a la camisa blanca excesivamente abierta, pero siguió teniendo auditorio(s). 
No es un mérito ser afrancesado, si valoramos los nombres que por aquí pas(e)an: entre otros, Sartre, Beauvoir, Camus, Malraux, Foucault, Althusser, Gide, Drieu La Rochelle, Aragon, Cocteau... y un no menos interesante etcétera. Echo en falta a algún creador (como a Duras, por ejemplo), pero... en fin, lo comido por lo servido (y se trata de ideas, más que de creatividad).
Merci, Bernard-Henri.

SOSPECHOSO


 

Sospechoso

Soy sospechoso:

no me cabe duda.

No tengo hijos recién nacidos a los que pasear

y con los que martirizar a las visitas.

Soy sospechoso.

No tengo coche del que presumir,

ínfulas para lucir ante nadie

o viaje a mano para agobiar con fotografías a tristes reos del momento.

Soy sospechoso.

No tengo fiesta de cumpleaños

para colocarme un sombrero ridículo,

soplar velas en público, entre aplausos,

y subir felices imágenes a Facebook.

Soy sospechoso.

No miro tiendas de ropa,

no tomo el aperitivo en la calle principal,

no frecuento los sitios de moda.

Soy sospechoso.

No me cabe duda:

soy sospechoso.

(Antonio J. Quesada. Poema del pliego "La autoridad del fracaso")

domingo, 27 de noviembre de 2016

LEOPOLDO MARÍA PANERO: EL POETA MALDITO CANÓNICO


LEOPOLDO MARÍA PANERO: EL POETA MALDITO CANÓNICO

 

 

 

Antonio J. Quesada

 

“En España no hay rata que no me conozca, y ello por culpa de mis escándalos callejeros, más que por la mucha o poca valía de mi poesía”. Son palabras de Leopoldo María Panero, y sintetizan bastante de lo que implica Leopoldo María Panero. Un sugerente creador que, como consecuencia de su espectacular personaje (más o menos soportable, dependiendo de una serie de factores, algunos clínicos, valórese bien esto antes de juzgar), es más conocido que leído. Al común de los mortales ha interesado más el personaje que la obra.

Leopoldo María será el segundo hijo de Leopoldo Panero y Felicidad Blanc, y nacerá en 1948. Será un poeta muy precoz, como podemos deducir de El desencanto y de Espejo de sombras, y pronto demostrará que, también, era alguien muy especial. Al igual que sucedía con sus hermanos, desde muy temprano tendrá trato con grandes creadores: deslumbrará, siendo niño, a Dámaso Alonso, y ya algo más maduro, al siempre impenetrable Pere Gimferrer (en aquel tiempo, seguramente todavía Pedro Gimferrer): “He conocido a un poeta genial. Es el único de nosotros que puede ser un Byron o un Shelley”, aseguran que comentó. Se enamorará de Ana María Moix y conocerá, era inevitable, a Vicente Aleixandre, aunque no haya excesiva sintonía entre ambos.

Vivirá varios intentos de suicidio, unos más cinematográficos que otros (sobre esta parte de su vida, y sobre el suicidio y los Panero, en general, vid. el libro de Federico Utrera Después de tantos desencantos. Vida y obra Poéticas de los Panero, 2008, páginas 107-131), y entre unas y otras cuestiones (intentos de suicidio, viajes, desastrosas aventuras políticas y de otro tipo), en 1968 sacará la plaquette Por el camino de Swann, publicada en Málaga, en Cuadernos de María José, de Publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, a cargo de Ángel Caffarena.

Su carrera como poeta y personaje se consolida: será uno de los nueve novísimos de la Antología de Castellet publicada por Barral en 1970, inagura Infame turba. Entrevistas a pensadores, poetas y novelistas en la España de 1970, de Federico Campbell y su culturalismo (ya algo caótico), es capaz de abrumar a conversadores tan experimentados y brillantes como Carlos Barral o Jaime Gil de Biedma. Además, será uno de los primeros lectores de Lacan en España.

En 1970 publicará su primer libro de versos, cuyo título me parece redondo: Así se fundó Carnaby Street (alguien dijo que Leopoldo María tenía un ojo maravilloso para los títulos). Libro que contendrá míticos poemas como “Deseo de ser piel roja” y que provocará que yo, que tiendo a estos gestos, no pueda pasar por Londres sin darme una escapadita por esta calle. Su personaje irá creciendo, pese a no haber obtenido jamás premio literario alguno (bueno, mejor no recordar aquel Gabriel Miró…), como le sucedería a Jaime Gil de Biedma. Octavio Paz se interesará mucho por él, por el “poeta-mago”, y su aura irá creciendo, como se irán haciendo más frecuentes sus internamientos en centro psiquiátricos (“la locura de Panero no es más que una terrible lucidez llevada al límite”, apuntará Marín Albalate por alguna parte).

Leopoldo María va creciendo, como decimos, y escribirá no solamente poesía, sino relatos (Papá, dame la mano que tengo miedo logró que no pudiese cerrarlo hasta terminarlo, de una sentada) y unas peculiares traducciones (dignas de reflexión en los estudios de Traducción). Y en eso llega El desencanto. Película en la que será el gran protagonista, con su culturalismo desordenado, su brillantez, su control de los tempos y su descarnado discurso. Benito Fernández, por ejemplo, se apasionará tanto con su figura que escribirá su biografía canónica con el paso del tiempo. Aunque es cierto que la película también significó el comienzo de su gran trivialización, a la que sin duda ayudará él mismo (con sus apariciones en Tele 5, en tertulias radiofónicas, en eventos o en polémicos debates en televisión). Consciente de ello, en un arrebato de no sé qué, apunta  la frase con la que comenzamos este trabajo: “en España no hay rata que no me conozca, y ello por culpa de mis escándalos callejeros, más que por la mucha o poca valía de mi poesía”. Sí.

A partir de los años ochenta del Siglo XX su situación mental empeorará, y su obra y su vida se van llenando de sanatorios, anécdotas cada vez más encendidas, gente que huye y obsesiones familiares. Su relación de amor-odio con su madre alcanzará situaciones inimaginables, y ello se reflejará en algunos poemas inolvidables. Llegarán libros de la talla de “Poemas del manicomio de Mondragón” (1987) o “Locos” (1992, ampliado en 1995). Incluso se convertirá en auténtico personaje literario, en textos creativos de Luis Antonio de Villena, Manuel Vázquez Montalbán o Vila-Matas, entre otros. Leopoldo María Panero será el maldito canónico de la Literatura española del Siglo XX. Muy en la línea de Artaud,  por cierto.

Afortunadamente, como el gran creador que fue, empezó a recibir también cierto reconocimiento (que no premios, como hemos apuntado): en 1992 Cátedra publica “Agujero llamado Nevermore”, con todo lo que eso implica de reconocimiento (es el primer poeta nacido tras la guerra civil en aparecer en la colección de Letras Hispánicas). Fuera de nuestras fronteras, la Anthologie bilingüe de la poésie espagnole, de La Pléiade, Gallimard, recoge su poema “El lamento del vampiro”.

Leopoldo María desarrollará su personaje plenamente de un modo espectacular, con el paso del tiempo, y en su obra jugará con los temas ya esbozados y tratados en el cine (pero no con detalle en su entonces escueta obra): la locura, el culturalismo desordenado, la familia y sus problemas, la psiquiatría y el psicoanálisis, la muerte, la sexualidad, etc. Visor y Huerga y Fierro nos tendrán al tanto de sus textos y en Después de tantos años aparecerá más enseñoreado en lo que es (así como en otros trabajos cinematográficos de menor envergadura, ampliamente difundidos en la red). Las anécdotas sobre sus apariciones por aquí y por allá son frecuentes en libros que recopilan memorias más o menos desmemoriadas (que suelen recordar bastante bien a Leopoldo María), y en conversaciones con personas que le conocieron y, a ratos, sufrieron.

Estaba destinado a morir pronto, pero será el último de los hermanos que fallezca, pues morirá en marzo de 2014 en el sanatorio de Las Palmas en que estaba internado. “Leopoldo María nos enterrará a todos”, aseguraban algunos, ante su envidiable mala salud de hierro.

Escucha uno mil y una anécdotas de Leopoldo María y concluye que era un grandísimo creador que, llegado un momento, se convirtió en alguien muy difícil de sobrellevar. Pero alguien capaz de escribir este poema (De "Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul") tiene un lugar privilegiado en mi pesebre: “Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero / hijo de padre borracho / y hermano de un suicida  / perseguido por los pájaros y los recuerdos  / que me acechan cada mañana / escondidos entre los matorrales / gritando por que termine la memoria / y el recuerdo se vuelva azul, y gima  / rezándole a la nada porque muera”.

Aunque mi modo de ser y de estar se acerca más a Juan Luis, seguiré gozando con los textos de Leopoldo María.

jueves, 24 de noviembre de 2016

"LA MAZA" (SILVIO RODRÍGUEZ)

Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza
en la razón del equilibrio
si no creyera en el delirio
si no creyera en la esperanza.
Si no creyera en lo que agencio
si no creyera en mi camino
si no creyera en mi sonido
si no creyera en mi silencio.

que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
un amasijo hecho de cuerdas y tendones
un revoltijo de carne con madera
un instrumento sin mejores resplandores
que lucecitas montadas para escena
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
un testaferro del traidor de los aplausos
un servidor de pasado en copa nueva
un eternizador de dioses del ocaso
jubilo hervido con trapo y lentejuela
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera
que cosa fuera -corazon- que cosa fuera
que cosa fuera la maza sin cantera.
Si no creyera en lo mas duro
si no creyera en el deseo
si no creyera en lo que creo
si no ceyera en algo puro.
Si no creyera en cada herida
si no creyera en la que ronde
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.
Si no creyera en quien me escucha
si no creeyera en lo que duele
si no creyera en lo que queda
si no creyera en lo que lucha.
Que cosa fuera...

LA SOPORTABLE LEVEDAD DE MI SER (UNA COLABORACIÓN NONATA)


LA SOPORTABLE LEVEDAD DE MI SER

  

Antonio J. Quesada
 

“Todos los fuegos el fuego”, apuntaba el Maestro Cortázar en aquel mítico libro de relatos. ¿Todas las soledades la soledad? No. Sin duda, no. No se puede generalizar tanto.

Soy un gran defensor de la soledad: bueno, para ser exactos, soy un gran defensor de mi soledad. Mi misantropía aumenta cada segundo que marca el reloj de mi escritorio (reloj-clepsidra-depende) pero… no puedo faltar a la verdad. No. Todas las soledades la soledad no. La mía es un privilegio para mí, pero no siempre se entiende de ese modo.

Empezaba Tolstoi su magistral “Ana Karenina” apuntando algo así como que todas las familias felices se parecen, pero que cada familia infeliz lo era a su manera. Posiblemente todas las personas acompañadas se terminan pareciendo bastante, pero cada persona solitaria lo es a su manera. Hay diversos tipos de soledad: la soledad impuesta debe de ser horrible. La soledad pretendida es un privilegio.

Hay quien necesita tener a muchas personas alrededor para no sentirse solo, y es muy legítimo (con el tiempo me voy haciendo más comprensivo con casi todo: que cada cual gestione sus miserias como sepa, pueda y le dejen). Pero también hay quien no entiende esa necesidad de soledad que muchos sentimos y buscamos, y eso tampoco es correcto. Exijo respeto.

Si lo medito, en realidad mi soledad, mi deseada soledad, está muy acompañada: por mis referentes literarios, a los que leo y con los que dialogo, con mis cineastas favoritos, con mis músicos predilectos… No cambio nada de eso, en general, por las compañías que me suelen caer del Cielo en mis caminos diarios. Seguramente, a esto llamo soledad.

Hay quien, a falta de personas físicamente presentes, se busca una compañía virtual: busca ciber-amigos, ciber-parejas, practica ciber-sexo o se convierte en asiduo de mil y una redes sociales en las que crearte un personaje y que la gente te ponga “me gusta”, “guapo”, “poeta” o no sé qué. No los juzgo: cada cual huye de la soledad impuesta como buenamente puede.

Pero yo también tengo derecho a la vida: voy por este Valle de Lágrimas de perfil y no necesito compañía, la llevo puesta. A lo mejor puedo repetir aquellos conocidos versos de Lope de Vega, en “La Dorotea”: “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan los pensamientos”. Sí, exactamente.

Para gustos, colores. Y todos tenemos derecho a formar parte del arco iris. Reivindico mi derecho a esta soledad sonora.

 

“Libertad, ¿para qué?”, se planteaba algún líder político alguna vez, en frase que me aterra. “Soledad, ¿para qué?”; podríamos plantearnos nosotros aquí y ahora. Buena pregunta. Personalmente (soy el caso que tengo más cercano, permitan que cometa la falta de gentileza de hablar de mí), como he dejado caer, busco la soledad para estar en compañía. Soledad para gozar de una compañía muy especial: la compañía de ese muchacho extrañado que me mira desde el fondo de los espejos. Soledad para encerrarme en mí mismo con mis fantasmas y demonios familiares, algo que quizá parece un extraño gesto agustiniano para un ateo que vive como agnóstico.

Soledad para buscar la compañía de mi sombra, de mis libros, de mis músicas, de mis películas. Si lo pienso, tampoco estoy solo, en realidad, ya lo he dicho. Mi soledad es una soledad sonora, estoy con todos estos amigos. Soy como el Director de una orquesta imaginaria que se siente cómodo con esta labor. Generalmente (salvo honrosas excepciones) son escasas las personas que me inducen el deseo de estar con ellas antes que ensimismarme (o enmimismarme). Muy pocas.  Cada vez, menos.

Por eso, soy feliz así, respétenme. Me siento muy ligero: hay quien necesita movilizar a una legión de personas para cualquier cosa, y si no lo logra, es un fracaso (ya no puede subir foto a Facebook o algo así). Yo no. Yo soy feliz con mi ligereza machadiana. Con mi levedad. Con tanta levedad. Yo soy feliz en la UNED, no necesito matricularme en la Universidad presencial.
Yo soy feliz con la soportable levedad de mi ser.

lunes, 21 de noviembre de 2016

CUARENTA AÑOS SIN ANDRÉ MALRAUX

Mañana es día 23 de noviembre, y como andaré enredado sobreviviendo con temas de trabajo (el día a día aprieta, y para sobrevivir tienes que mover papeles con la nariz y desatender eso que nos disloca, que es la actividad creativa, propia y ajena), recordaré hoy que mañana se cumplen cuarenta años de la muerte de André Malraux.
Un referente. Un gran creador. Un farsante genial. Un personaje.
Tengo muy leído a André Malraux y no dejo de descubrirle facetas nuevas por aquí y por allá. No sé si su mejor obra era él mismo, pero me sirve la frase, al menos de entrada. De genio creativo a Ministro de Charles De Gaulle.
En la rive gauche de París compré alguna vez, por simples razones estéticas, "La Tête d'obsidienne", aún a sabiendas de que era complejo que, con mi nivel de francés, pudiese leerlo. Pero... ¿iba a dejar allí un libro de Malraux que hablaba de Picasso y publicado por Gallimard? Sin duda, no: por ahí está, y cuando lo veo me regala placer estético (por cierto, también me llevé una edición barata de "La Tentation de l'Occident", con la que visité su tumba en el Panteón; hasta entonces solamente tenía una extraña edición en italiano, que Dios sabe dónde andará). Y la vendedora me dedicó unas palabras que me encantaron: al ver el libro que compraba me comentó, con expresión melancólica, "joven, tiene usted un gusto exquisito. Por desgracia, los jóvenes franceses ya no leen a Malraux". Yo creo que lo que más me gustó es que me llamara joven. A según qué edades, eso agrada mucho.
Malraux. Adoro a Sartre (pese a sus errores, siempre de Genio), adoro a Camus (Camus, siempre Camus), adoro a Beauvoir (imprescindible, Beauvoir), pero... Malraux tiene su hueco insustituible.
Por el gran creador que fue: su última gran broma creativa fueron sus "Antimemorias" (las tengo en castellano en casa, pero... en la biblioteca de la Facultad de Derecho las tenemos en francés): se entrevista con Mao y, como la realidad no estuvo a la altura de sus expectativas, se la inventa. Y tenemos, en el libro, a un Mao que habla como un personaje de "La condición humana" o de "Los conquistadores" y que está como encantado de conocer personalmente a Malraux. ¡Oh, casualidades de la vida! Fantástico.
Cuarenta años sin André Malraux.





sábado, 19 de noviembre de 2016

AMOR DE VERANO


AMOR DE VERANO

 

 

Antonio J. Quesada

 

Siempre he tenido los pies en la tierra, o al menos eso creo. Tampoco puedo asegurar que nunca haya hecho nada que se saliera de lo normal: uno, a veces, comete locuras, realiza actos poco racionales o agarra una buena borrachera que no estaba en el guión, pero en líneas generales me tengo por un bonus paterfamilias, como dice el Código civil. Aunque ni me considero bueno ni soy padre de familia (¡vade retro, Satana!: lejos de mí la funesta manía de procrear).

Pero aquel verano hice cosas extrañas. No era tan joven, ya, aunque las cosas salen como salen. Y, con toda mi seriedad profesoral a cuestas, viví un amor de verano en toda regla. Un amor de verano de manual: Benicàssim, turista danesa, charlas en la playa (en inglés macarrónico no siempre compartido), besos furtivos a la orilla del mar, vuelta al hotel abrazados (compartíamos hotel: nada menos que el Hotel Montreal; esto facilitó todo), noche inolvidable, amanecer en pareja, desayuno compartido, días de playa, pasión y cenas con velas, adiós doloroso con promesa de reencuentro (en mi caso, con la banda sonora del Dúo Dinámico sonando en la cabeza: yo crecí –respetadme- con “Verano azul”), etc. Todo eso que se hace en un amor de verano.

Terminaron las vacaciones y la llamé alguna vez, al principio. Luego intercambiamos algunos correos electrónicos y, a día de hoy, pongo “me gusta” en sus entradas de Facebook. Algo que ella no hace con las mías, por cierto.


 (Relato escogido para su publicación como Finalista en la publicación colectiva I Concurso de Microrrelatos Hotel Montreal, 2015).

lunes, 14 de noviembre de 2016

JUAN LUIS PANERO: EL VICTORIOSO DERROTADO


JUAN LUIS PANERO: EL VICTORIOSO DERROTADO

 

 

 

Antonio J. Quesada

 

“El drama de Juan Luis fue un éxito literario tardío, una soterrada competencia con su hermano Leopoldo y un afán rebelde y destructor (incluso autodestructor) que no siempre halló cauce. (…) Fue un alto poeta de mundo reducido, elegíaco. Y un hombre inteligente que no culminó en sus modelos, que no llegó: ni Lowry, ni Montherlant, ni Drieu, ni Pavese, ni Borges, conservador en tantas cosas. (…) Necesitaba un peldaño más e ignoro por qué no lo subió o lo bajó. Algo faltó. Y ese es su drama”. Pese a que no creo que Luis Antonio de Villena sea del todo exacto en este ilustrado comentario sobre Juan Luis Panero, no se puede negar que bastante de cierto puede haber: es interesante comenzar la firme casa de Juan Luis por este inquietante tejado de Villena, e intentar saber qué puede haber de cierto en tan sugerente idea.

El mundo creativo marcará a Juan Luis desde que nace, en 1942, y todo ello se reflejará en su poesía, una poesía bastante autobiográfica (o, cuando menos, muy fiel al personaje que construyó). Así, el trato con T. S. Eliot y Luis Cernuda es capital (basta leer el poema que da título a su libro “Galería de fantasmas”), y desde muy joven es frecuente su relación con múltiples creadores (excelente balance de sus amistades en “Los mitos y las máscaras”, Tusquets, 1994, pp. 155-158).

La muerte de su padre provoca en él un confesado efecto: “Me quedé sin esa opresión y sin un símbolo personal del franquismo y, por tanto, mucho más ligero de equipaje”. Aunque su carrera creativa había comenzado antes de la muerte de su padre fue tras la muerte de éste cuando empezó a escribir poemas, influido por Quasimodo, Pavese y Cernuda. Visitó a Vicente Aleixandre, en un encuentro que él calificó como decisivo, pues le leyó sus poemas (como hará también con Dámaso Alonso y Rosales), y Aleixandre le dedicó aquella mítica frase, “Tú eres poeta”, que recogerá en el poema “Velintonia, 3”, de “Antes que llegue la noche”.

Publicó algunos poemas en Cuadernos Hispanoamericanos (1966), Ínsula y Papeles de Son Armadans, entre otras revistas, y hará una concurrida lectura en el Instituto de Cultura Hispánica en noviembre de 1966. En 1968 llega “A través del tiempo”, su primer libro, y “Los trucos de la muerte” saldrá el 21 de noviembre de 1975 (fecha señalada donde las haya, en la que muerte también hacía trucos por otras partes, jefaturas de estado incluidas). Son los libros publicados por Juan Luis antes del rodaje de El desencanto, a lo que hay que añadir diversas andanzas profesionales vinculadas con el mundo de la cultura. No era un desconocido, cuando se rueda la película, pero hay un antes y un después. Es inevitable: para todos habrá un antes y un después de un bombazo creativo de ese estilo.

En la película de Chávarri Juan Luis aparece sobreactuado, y tiene una explicación: asegura que intentó hacer cine y no fue entendido por nadie, porque allí cada uno hacía su película (desde Chávarri hasta Querejeta, pasando por Felicidad o cualquiera de los hermanos). Y a todo eso, junto y montado, se le llamó El desencanto. Sus constantes guiños creativos, en la película, no fueron entendidos, y apareció en la pantalla como una especie de cow-boy más del cercano este que del lejano oeste, sobreactuado e histriónico, y pertrechado de fotografías, libros y fetiches varios. Muy poco celebrado, por tanto. Y lo sabía: nunca estuvo muy satisfecho de su paso por el cine, y hablaba de que había rodado dos películas “testimoniales, que testimonian poco, bastante menos que algunos poemas” (en la película de Ricardo Franco, Después de tantos años, aparece también excesivamente sobreactuado, pero ya en su papel de solitario sin remedio, ese traje que construyó durante toda su vida y que tan bien le sentaba).

Tras El desencanto continuará con su carrera creativa, aunque saldrá bastante impulsado como personaje y seguirá creciendo como poeta. En 1984 se publicará su poesía completa bajo el título “Juegos para aplazar a la muerte”, algo que supuso su redescubrimiento, el éxito y gran cantidad de actividades culturales.

Recibirá el Premio Ciutat de Barcelona por “Antes que llegue la noche” en 1985, y en 1988 el Premio Loewe por “Galería de fantasmas”. “Los viajes sin fin” será su sexto libro de poesía, y sus “Poesías completas” se publicarán en enero de 1997. Unidas a  “Enigmas y despedidas” (1999) compondrán toda la poesía de Juan Luis (hay que añadir a su obra otro tipo de textos, como artículos en prensa, prólogos diversos, la edición de las Obras completas de su padre, unas memorias conversadas, etc.).

La poesía de Juan Luis tiene un tono que sintoniza perfectamente con esa imagen que ya ofrecía en El desencanto, a pesar de lo sobreactuado de la misma: culturalismo bien digerido, paso del tiempo, muerte, melancolía, soledad, fracaso, alcohol, suicidio, etc.: para entenderle basta con leer poemas como “A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno”, “Un étranger”, “Frente a la estatua del poeta Leopoldo Panero”, “La gloria póstuma”, “En una estación de madrugada” o “Autobiografía”.

Con el tiempo compruebo que la poesía de Juan Luis es la que más me llega, de la obra de todos los creadores de la familia. La que releo con más pasión e interés, la que resulta más afín a mi modo de ser y de estar (Leopoldo María es más personaje y un gran poeta, pero su poética me resulta más lejana, y Michi es un genial diletante más dado a la prosa poética oral, brillante pero bellamente efímero, como lo es lo oral). Juan Luis es de mi familia creativa, y considero que, aunque va de derrotado, como creador es victorioso.

Juan Luis morirá en septiembre de 2013, bastante más reconocido de lo que lo estaba siendo hasta mediados de los años ochenta, y durante toda su vida continuará con la ceremoniosa ignorancia hacia su hermano Leopoldo María, lo que no deja de influir en su elaborado personaje.

Con el tiempo, al menos para mí, su estatura aumenta. No es nada infrecuente que me acompañe en mis viajes (voy rotando a Cavafis, Antonio Machado, Gil de Biedma, Juan Luis Panero o Vázquez Montalbán, generalmente). Juan Luis va de derrotado por la vida y por la Historia pero… estoy convencido de que es un victorioso derrotado.

 

lunes, 7 de noviembre de 2016

"EL ESCRITOR". UN RELATO



EL ESCRITOR

Antonio J. Quesada

-       O sea, me estás diciendo que ese tipo viene a Benicàssim a encerrarse en el hotel a escribir, ¿no es eso? –comenta Ernesto, y da un trago de su bebida.
-        Más o menos, sí –contesto, aunque tampoco sea del todo exacto.
-       Pues no lo entiendo, chico. El Hotel Montreal es paradisíaco, pero… ¿venir desde tan lejos para no salir de la habitación? –Ernesto sigue sin entender.
-     Hombre, tampoco es eso –matizo y doy un trago de mi bebida-. Tampoco es que no salga de la habitación: simplemente digo que viene, sobre todo, a trabajar. Se deja ver por el restaurante, por la piscina (la piscina la frecuenta mucho; no me extraña), y también sale por ahí, claro. Pero, básicamente, viene a trabajar.
-      Pues chico, sigo sin entenderlo. Con este paraíso que tenemos aquí –en ese momento pasan junto a nosotros dos chicas espectaculares, camino de la piscina, que interrumpen las reflexiones de Ernesto. Me ofrece su vaso-. ¡Por el Hotel Montreal y por los placeres terrenales!
-    ¡Por el Hotel Montreal, por los placeres terrenales y… por nosotros, que no somos escritores! –brindamos.
-          Efectivamente: que el escritor siga trabajando, que nosotros viviremos por él.
-      Es curioso: tengo entendido que sus textos están plagados de espectaculares mujeres, aventuras inimaginables, piscinas de hoteles, playas…
-         … Y lo inventa todo desde su habitación.
-         Más o menos –aclaro.
-         Estos escritores están locos –comenta Ernesto, y apura su bebida.

 (Relato escogido para su publicación como Finalista en la publicación colectiva I Concurso de Microrrelatos Hotel Montreal, 2015).

domingo, 6 de noviembre de 2016

ARAÑANDO HORAS AL SUEÑO, PERO LIGERAMENTE DESORIENTADO

Arañando horas al sueño se puede ver algo de cine, si uno no sabe gestionar la cosa de otro modo. Recientemente he visto "Pasolini", de Abel Ferrara (llego tarde a casi todo, esencialmente en temas de cine, pues no me gustan los estrenos ni las alfombras rojas: eso para las estrellas, yo voy a mi ritmo).
Afronté la película con algunos prejuicios volanderos, lo confieso: impresionado por la caracterización de Willem Dafoe; ilusionado por revisitar, de alguna manera, santos lugares pasolinianos; intuitivo a la hora de prever que posiblemente esto no estuviera a la altura de alguien tan grande como es el Maestro PPP, pero también en guardia, no puedo negarlo, tras leer a tanto personaje que suele ir de divino por la vida y por la Historia criticar despiadadamente la película, a Ferrara y al Cristo de los Faroles, si se hubiese puesto de por medio (porque nada está a la altura de sus conceptos, claro). Esto último me inoculaba el beneficio de la duda: si tanto critican estos, será que hay algo que me interesará.
Pero debo confesar que... pese a algunos detalles
razonablemente logrados, como el espíritu del despacho de Via Eufrate, algunas tomas de Roma, ver a Ninetto en carne mortal dando bandazos, las buenas caracterizaciones de Pasolini, Laura Betti y, si me apuran, de Susanna Colussi y familiares (muy dignas, también), o los guiños a "Petrolio", no creo que la obra esté a la altura de PPP. Para mi gusto, no.
Vive uno algunos ratos pasolinianos porque uno es así, carne de bolero (y tiene el imaginario pasoliniano a flor de piel), pero no me parece que sea una película inolvidable, la verdad.
Total, que me recuerdo arañando horas al sueño, pero ligeramente desorientado.


sábado, 5 de noviembre de 2016

FELICIDAD BLANC A CONTRALUZ, O LA FASCINACIÓN ANTE UNA DAMA DECIMONÓNICA


FELICIDAD BLANC A CONTRALUZ, O LA FASCINACIÓN ANTE UNA DAMA DECIMONÓNICA

 

 

 

Antonio J. Quesada

 

“A Felicidad Blanc la descubrimos admirados en El desencanto, esa sorprendente película…”. Así se presentaba a Felicidad Blanc en la solapa de Espejo de sombras, su conocido libro de memorias a cuatro manos publicado algo después del bombazo cinematográfico. Libro en el que, entre realidades más o menos reales (quizá menos que más) y realidades  más o menos inventadas (quizá más que menos) Felicidad confesaba que vivía la vida a través de la idealización del amor. Puede que, incluso, fuese así. En ese libro son narrados (a veces parece que escuchamos a la seductora Felicidad contárnoslo a nosotros, personalmente) episodios tan llamativos como que esta bella joven de la alta sociedad acudiera al entierro de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, con su abuela, como su presunta amistad en tiempos excesivamente belicosos con “El Campesino”, su amor por Luis Cernuda o su segunda juventud platónica con Calvert Casey. Alguna vez escuché decir que Lezama Lima recomendaba leer la Biblia como una novela, y creo que es el mejor modo de leer a Felicidad. El disfrute, en todo caso, está garantizado, y un estudioso y/o apasionado de los Panero no puede dejar de hacerlo. Pero aceptando todo a beneficio de inventario.

Esta bella joven de la alta sociedad madrileña, tras capotear la Historia de España del Siglo XX, que no era poca (guerra civil incluida, de la que no sale familiarmente indemne), se cruzará en la Villa y Corte con un tal Leopoldo Panero, por aquellos tiempos un poeta casi bajo palabra de honor, de León, amigo de Maravall, y se casará con él, aunque luego se queje por activa y por pasiva de la incomunicación en dicha relación (lo que le lleva a enamorarse platónicamente de gentiles e inolvidables homosexuales; cuando uno piensa en esos episodios parece que siempre se fuera a enamorar “de quien de mí no se enamora”, como cantaba Camilo Sesto). Además, se quejará de los inevitables amigos de Panero, esos intelectuales capitaneados por Luis Rosales a los que podríamos llamar, casi, “los laínes” (Umbral dixit) o “los paneros” (Neruda dixit, en texto tan malinterpretado), con algunos de los cuales su marido hacía tertulia hasta las tantas, en casa y con buen equipaje etílico: Dámaso Alonso, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín, Antonio Tovar, Eugenio d’Ors, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Manuel Machado, etc. Felicidad se casó con Leopoldo, pero también con Rosales y compañía, según se quejará siempre. También se queja (mucha queja para alguien llamada Felicidad, o “malllamada Felicidad”, que dirá Leopoldo María de modo póstumo) de cómo en Astorga la reciben como a una extranjera: qué habrá encontrado Leopoldo por ahí que no pudiera encontrar en el pueblo.

El matrimonio vivirá una estancia en Londres inolvidable para Felicidad, pues mientras Leopoldo divulga de modo algo heterodoxo la cultura de la España oficial, ella se sentirá muy atraída por Luis Cernuda, a quien tratarán allí con asiduidad (también tratarán a T. S. Eliot, pero no tendrá esa importancia para Felicidad; sí para Juan Luis, que ya estaba en este Valle de Lágrimas, más o menos a gatas).

Volverán a España, como se acaba volviendo siempre a la casa del Padre, antes o después, y en los años cincuenta Felicidad publicará varios cuentos que no fueron mal recibidos por la crítica, aunque dejará de escribir para seguir atendiendo el hogar familiar, al estilo más tradicional (en la alusión que a ella se hace en las Obras completas de Leopoldo Panero, Juan Luis la presenta como la escritora Felicidad Blanc Bergnes de las Casas).

Con ese panorama, no es tan extraño que pase la factura en El desencanto, a la hora de asumir el discurso y contribuir a la crítica de su marido, además de dejar entrever una refinada crueldad que, a lo mejor, agranda su seductora imagen. Incluso parece renacer, de alguna manera, tras el fallecimiento de Leopoldo: el capítulo de sus memorias posterior a la muerte de Leopoldo, capítulo final, se titula Yo misma. Como si volviera a ser persona (¿se puede hacer una lectura de género y presentarla como una mujer maltratada por cuatro hombres complejos de gestionar, o el amor-odio era un vehículo de ida y vuelta?). Con el tiempo incluso trabajará para el Estado, en un puesto que será envuelto en toda una mitología, como todo lo que rodea a Felicidad (de esto ha hablado ella misma, pero también Octavio Paz, Luis Antonio de Villena, Molina Foix, Benito Fernández, etc.).

En El desencanto, por tanto, descubrimos que era un personaje espectacular, y de ahí que su figura interese y poco después publique sus memorias, Espejo de sombras (más un segundo libro, menos relevante, y muchas entrevistas aquí y allá). Gil de Biedma recuerda en su “Diario de 1978” cómo fue a la firma de ejemplares de dichas memorias, en la Librería Argos, y destaca que Felicidad es “un personaje complicado y está muy bien”. Con el tiempo peregrinará a  Euskadi, pues Leopoldo María será internado en Mondragón, y ella seguirá estando siempre cerca de él (una relación poliédrica, la suya; digna de estudio propio), y el 30 de octubre de 1990 fallecerá, aseguran que excesivamente sola. No hace mucho se ha reeditado el libro de memorias, pues la edición original era compleja de encontrar en el mercado de primera mano.

También con el tiempo serán los estudiosos los que pongan la imagen de Felicidad en su correcto lugar (Utrera, Benito Fernández, Villena, etc.), pero no cabe duda de que su voz fue escuchada y hubo que quebrar bastantes de las fantasías y atractivas medias verdades que ella tejió y divulgó con tan exquisita creatividad, y que tanto nos sedujeron, para poder comenzar a intuir al personaje que había detrás.

Porque el que no estuviera seducido por esta atractiva dama decimonónica… que levante la mano.