domingo, 3 de noviembre de 2013

LA TARDE EN QUE ME CONVERTÍ EN JEAN PAUL SARTRE

Inserto hoy aquí una columna que he mandado a un par de medios y... como no dicen nada y creo que tiene interés, pues... me concedo la exclusiva.
Es un homenaje a Paris, a Sartre y a mi pesebre cultural. Un paseo por mis santos lugares...
Bonjour!



LA TARDE EN QUE ME CONVERTÍ EN JEAN PAUL SARTRE


 
Así como todo fiel musulmán debe peregrinar a La Meca al menos una vez en la vida, soy de la opinión de que toda persona mínimamente sensible debe pasear por París al menos una vez en su vida. En el primer caso la intención es poner las cosas en orden con una divinidad: en el segundo, algo parecido. Y me atrevo a asegurar, sin miedo al error, que si esa persona posee esa sensibilidad que presumo, paseará por París más de una vez. Y más de dos.
Yo, que eché los dientes filosóficos con Sartre, con Beauvoir, con Malraux, con Camus, incluso con La Rochelle y con algún otro, tenía que respirar ese aire parisino antes o después. Y lo hice, claro está. Y como cada día soy más esteta, me puse a ello con interés, gozando de París...

9 comentarios:

  1. ...Visité museos, admiré obras de arte en ellos y fuera de ellos, disfruté de parques admirablemente civilizados, acudí al Panteón para saludar a Malraux y a Madame Curie (es magnífico verla, por derecho propio, en el Panteón de Hombres Ilustres), degusté una tabla de quesos en el Chien Qui Fume, subí a Montmartre, bajé a les Égouts buscando a Jean Valjean, me enamoré de Notre Dame, compré libros en la Rive Gauche y en otros sitios, e hice todo aquello que buscaba en mi peregrinación. Giré y giré alrededor de mi Kaaba.
    No fui a París con un mapa: fui a París con un espejo. Fui a París a encontrar mi imaginario: no a inventariar plazas o a volver cargado de bolsas con trapos de colores y perfumes, como hacen mis compatriotas. No. Yo encontré mi imaginario: vaya si lo encontré. Y entendí plenamente a ese personaje de Vargas Llosa cuya aspiración vital era vivir en París, sin más, dato que la crítica literaria destrozó en su momento (¿cómo puede alguien tener como aspiración vital vivir en París, sin más?, se preguntaban los ilusos; no entienden nada…).
    Escribí un poema titulado “Moi aussi”, del que estoy muy satisfecho, y que reservo para algún concurso literario o una publicación que me atraiga: en él chapoteo en mi imaginario, en mi periplo parisino e, incluso, homenajeo a mi admirado Jaime Gil de Biedma. Redondo todo.
    Y todavía no he llegado a donde quiero llegar hoy aquí: a la tarde en que me convertí en Jean Paul Sartre. También lo logré: siempre supe que la razón la llevaba Camus, y quien me ha calado hasta los huesos es el atractivo “pied-noir”. Porque era un eterno rebelde, porque era un genio creativo, porque era muy razonable (prefería a su madre, esa presencia, antes que a la Justicia, ese espectro) y porque jugaba al fútbol. Pero me puede lo estético: aquella tarde preferí equivocarme con Sartre a acertar con Camus.
    Dicho y hecho: nos encaminamos al Café de Flore, allá por Saint-Germain. Paseamos por la zona, echamos un vistazo al Deux Magots, también de la casa para mi imaginario, compré un separador de libros con la cara de Sartre en una librería próxima (sí, puedo ser un poco hortera a ratos) y… por fin, nos adentramos en el Café de Flore. Desde que traspasé la puerta empecé a hablar de usted a mi compañera y a llamarla “Castor”: no se inmutó, porque sabe que estas locuras son muy mías. Se acostumbró a estas cosas hace tiempo. Nos sentamos dentro, en un sitio tranquilo, y me empapé de todo. Iba con mi espejo, ya saben: buscaba con la mirada los restos de Apollinaire, de Jacob, de Breton, de Aragon, y luego, ya, a los míos: Picasso, Giacometti, Boris Vian, Hemingway, Capote, Durrell, la Duras, incluso Jim Morrison. Y no a Sartre y “la Sartreuse” porque éramos nosotros. Leía “Le mur” mientras disfrutaba de una cerveza excesivamente metafísica, y Castor tomaba su inevitable té sin azúcar (como lo beben las personas civilizadas). Saqué un papelillo (los poetas siempre llevamos encima papelillos y algún bolígrafo barato, para emborronar nuestras cosillas), y escribí alguna parte de “Moi aussi”, ese bello poema que redacté sobre París.
    ¡Ah! También empecé a escribir una especie de artículo. Lo titulé “La tarde en que me convertí en Jean Paul Sartre”.

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  2. NOTA: hoy martes 5 de noviembre se publica en Sur este trabajo. Gracias a Sur por insertarlo en su Diario de hoy.

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    1. Enhorabuena!!! es muy merecida su publicación, un fuerte abrazo, María.

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    2. Sabia decisión la tuya de convertirte en Sartre (y en unos cuantos más: todo hombre es todos los hombres), y sabia la del "Sur" de publicar tan estupendo texto. Enhorabuena.

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    3. Gracias, querido Gaspar, por acompañarnos por estas tierras hoy tan "latinas" y "rive-gauchistas",
      un abrazo fuerte

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  3. Gracias, María , por tu mensaje y cariño. Es una paranoia personal... muy agradable, porque bailar en el propio pesebre siempre es agradable,
    un abrazo desde Económicas ,

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  4. Hoy, 7 de noviembre, se cumplen 100 años del nacimiento de Albert Camus. Básico. Ayer terminaba de releer "El estado de sitio", por ejemplo.
    Básico, Camus.

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  5. Camus, eternamente joven. Ya escribió Jaime Gil de Biedma por alguna parte ("Piazza del Popolo") aquello de "pero qué jóvenes / qué jovenes sois los muertos".
    En este caso, todavía más...

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  6. Buscando por aquí y por allá no sé qué cosa, leo en un poema inédito unos versos que me atraen: ""Los muertos viven solos / y / nadie les reprocha nada".
    A veces incluso me gusta lo que escribo.

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