miércoles, 13 de agosto de 2014

A VUELTAS CON LEOPOLDO MARÍA PANERO: UN TRABAJO EXTRAÑO

Hace tiempo remití a cierto Diario un comentario sobre un concreto trabajo narrativo del genio loco, Leopoldo María Panero. El loco cuerdo. El genio extraño. Mi maldito de cabecera.
Como el trabajo no termina de salir y he perdido la esperanza de que salga, y además creo que es un comentario curioso, lo incluyo aquí, para disfrute de los... bueno, del lector que me consta que me sigue fielmente y que, como en el caso de los teólogos del cuento de Borges, habita mi mismo cuerpo.
Un abrazo fuerte para mí mismo (¡qué haría yo sin mí!, soy lo mejor que tengo...) y también para todo aquel despistado que por aquí ronde.
 
 
 


Papá, dale la mano que tiene miedo


Antonio J. Quesada
 
 
 El malditismo atrae, lo he dejado escrito por alguna parte (no quiero repetirme ni citarme a mí mismo: no soy ni sabio ni pedante). Pero, sin duda, el malditismo atrae, sobre todo si no tienes cerca al maldito: es fácil defender el malditismo desde detrás de la pantalla de un ordenador o desde la lente del microscopio, asépticamente y con las manos limpias, pues ya nos enseñó Fernando Savater que tener cerca a un maldito puede ser problemático para la convivencia. Michi Panero también lo decía, a su manera, “después de tantos años”, por lo que veía y escuchaba en esas noches de ginebra y hembras que alargaba hasta los primeros rayos de sol: si tanto le admiran (a su hermano Leopoldo María), que se hagan cargo de él y le lleven chocolatinas al manicomio, joder.
Todo esto viene al hilo de que, casi por casualidad (como quien desarrolla varias actividades a la vez, entre ellas ésta), no hace mucho adquirí un libro de prosa de mi maldito de cabecera, Leopoldo María Panero. El libro en cuestión es “Papá, dame la mano que tengo miedo”, publicado por Cahoba Ediciones en 2007. Lo abrí por el prólogo de la que fuera su oscuro objeto de deseo (¡“después de tantos años”!), Ana María Moix, y… no pude cerrarlo hasta que me bebí el libro completo. No me quedó otra que olvidar al resto del mundo y enfrascarme en esta tarea, pero no me dolió. La altura a la que brilla el gran alucinado lúcido en este trabajo es elevadísima. Literatura en estado puro, con los guiños que Leopoldo María siempre reserva a sus lectores, por supuesto: culturalismo atropellado, Lacan, (anti)psiquiatría, amenazas de muerte propias y ajenas, muertes más o menos reales, resurrecciones hindúes, temores, certezas, España… Pero todo a la mejor altura. Prosa extraordinariamente poética. Y entrecruzado, todo, por aquel amor frustrado (los mejores: los que más recuerdas con los años) por Ana María, la nena Moix, esa muchacha hermana de Terenci que siempre me resultó serenamente bella. Murieron casi a la par, los dos artistas: la bella y el loco.
Un libro imprescindible: de las mejores inversiones literarias que he hecho en bastante tiempo. Logra lo que debe pretender todo autor: que quien se sienta a leerle no sea la misma persona que se levanta del sillón.
Y sucede. Por eso, quiero dejar aquí algunas perlas del mismo, para animarles a hacerse con él y disfrutarlo. Del prólogo de la nena Moix destacaría, por ejemplo, la referencia a “la carcajada infernal del verbo de Leopoldo María Panero”. Carcajada pareja a las que dedicaba a los oyentes a lo largo de sus charlas: infernal (los tangerinos le recordaban como “Shaitan”, Satán) e inolvidable. Este libro es Leopoldo María hecho más prosa que nunca. Y la descripción que le dedica la Moix no es poca cosa: “es más que un maldito: es un proscrito que reside en un hospital psiquiátrico, no por enfermedad mental sino porque es el único lugar donde está protegido del sistema de vida de sus congéneres”. Soy de la opinión de que España es un manicomio sin verjas.
Como he apuntado, el libro en sí es frenéticamente literario. Leopoldo María es más Leopoldo María que nunca. Recorramos algunas frases especialmente sugerentes para comprobarlo: “sólo sé llorar y escupir contra el mundo en legítima defensa”. Puede ser discutible, pero… ¿para qué discutir? Mejor gozar estéticamente.
“Todo hombre es un poeta asesinado, la muerte es un suicidio y vivir, un delirio”. No me cabe duda: el poeta sabe sobrevivir gracias a la búsqueda de la belleza. De lo contrario, la vida acaba con él de múltiples formas: el matrimonio (ni los homosexuales están, ya, a salvo de esa trampa jurídico-civil), una plaza de funcionario, hijos, una casa con o sin hipoteca, comisiones bancarias y todas esas celadas que nos reserva la vida. El poeta escapa o, al menos, lo intenta: “yo no quiero / comerme una manzana / dos veces por semana / sin ganas de comer”, cantaba Joaquín Sabina.
“Si por algo estoy en literatura es para averiguar hasta dónde puede llegar la vida, si se la fuerza en exceso”. Gran razón, sí señor (aunque en su caso la cosa psiquiátrica le ha fastidiado a lo grande: “odio a la psiquiatría porque me ha destruido, y me ha convertido en un monstruo que ya no sabe hablar ni callarse”). Luis Antonio de Villena describe muy bien esa actitud de llevarlo todo al límite en “Malditos”, ese homenaje a Eduardo Haro Ibars (otra gran figura de este pesebre del malditismo español) por el que se asoma, era inevitable, Leopoldo María.
En fin, que no le queda otra, a Leopoldo María, que pronunciar las sílabas del miedo. Como Doctor en Derecho asumo su defensa: papá, dale la mano que tiene miedo.
 

 
 

2 comentarios:

  1. Siempre me sugieres inquietudes, queridísimo yo mismo. Debo meditar sobre lo que escribes, pues también me interesa LMP, como bien sabes.

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  2. Este trabajo (y otro anterior) fue motivo para un intercambio epistolar con Luis Antonio de Villena. Un placer muy instructivo para este humilde escribidor de domingo sin conciencia de lunes.

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