miércoles, 30 de abril de 2025

"EL ODIO", DE LUISGÉ MARTÍN

 Artículo publicado en "El Faro Astorgano" el día 5 de abril de 2025.


DUDAS ERUDITAS DE UN PARTICULAR SOBRE EL ODIO

 

 

 

Antonio J. Quesada

Profesor Titular Universidad de Málaga

 

Se habla, por algunas partes, en estos días de la polémica sobre una obra creativa que, de algún modo, permite conocer los entresijos mentales de alguien que ha sido condenado penalmente como un asesino repugnante. Un tal José Bretón. Los argumentos en el debate, obviamente, salen más del corazón y del bolsillo que, seguramente, de la cabeza, aunque a veces también salen de la cabeza. De alguna cabeza, al menos. “Están las cabessas perdíasssss”, contestaba mi vecina con su marcado acento andaluz cuando le contabas alguna barrabasada de alguien.

La novela se titula “El odio”, la escribe un tal Luisgé Martín y la publica Anagrama. Un servidor, que es Doctor Jeckyll (estudioso del Derecho) y Mr. Hyde (creador) a la vez, todo por el mismo precio (muy completito que es, uno), debate consigo mismo sobre el tema y... no termina de alcanzar certezas firmes. Se queda en las dudas eruditas, aunque no sea poco: menos mal que no vivo de las columnas de prensa, pues no sería muy solicitado un opinador que siembra dudas en vez de vender certezas.

El Doctor Jeckyll analiza el tema jurídicamente, y pese a ello tiene dudas (el intelectual es el hombre de las dudas, como nos enseñó Malraux). La libertad de creación artística, su contenido y sus límites, sobre todo cuando choca con el honor o la intimidad de terceras personas (¡anda, pero si esto lo he trabajado científicamente! ¿Sigo teniendo dudas, pese a todo? No tengo remedio...), la diferencia básica de que algo pueda resultar repugnante pero no necesariamente ilegal, las colisiones entre derechos y libertades fundamentales, etc. Las dudas que plantea “una libertad relativamente desconocida”, como llamé a la libertad de creación artística en un complejo trabajo científico, y la actualidad del tema, que ha sido revisitado con detenimiento incluso por el propio Tribunal Constitucional, recientemente (Sentencia del Tribunal Constitucional 1/2025, de 13 de enero). Cada vez que un tema jurídico que tiene estudiado sale a los medios de comunicación, ante tanta sandez, desenfoque o mentira como escucha, y ya que el Dr. Jeckyll no tiene quien le escriba y por tanto nadie le pide opinión, el Dr. Jeckyll se siente como el protagonista de “Huis clos”, de Jean Paul Sartre, y está convencido de que el infierno son los otros.

Mr Hyde, el creador, también salta a escena y, pese a que es persona antes que creador, y sabe que hay límites en la actividad creativa (se lo susurra al oído Jeckyll, pues ya no quedan caballos a los que susurrar nada por el cambio climático y no sé qué más), se queda perplejo ante la posibilidad de que se le quiera privar del ejercicio de reflexión con una obra creativa que puede tener interés, pues el autor de una novela no tiene por qué estar de acuerdo con todo lo que diga cada personaje de la misma (en un relato, un asesino en serie o un agresor sexual razonarán... como asesinos en serie o agresores sexuales, no como misioneros o médicos sin fronteras, sean las que sean, dichas fronteras), y eso no debería ser antijurídico, como podría serlo que una persona de carne y hueso estuviera manifestando una opinión antijurídica sobre algo, en ejercicio de su libertad de expresión. Además, no está dispuesto a renunciar a novelas como “A sangre fría” (Truman Capote) o “El adversario” (Emmanuel Carrère), y pese a no estar seguro de que la calidad creativa del autor de “El odio” pueda compararse a la de estas dos vacas sagradas de la Literatura, con mayúsculas, el impulso creativo y enfoque es muy parecido.

En conclusión, que el autor de estas líneas sigue teniendo dudas más o menos eruditas antes que certezas claras y rotundas. Mejor dicho, los autores de estas líneas, Jeckyll y Hyde, siguen teniendo dudas más o menos eruditas sobre el tema antes que certezas claras y rotundas. Sobre todo, a lo que no están dispuestos, esos autores, es a unirse a jaurías lobunas sin antes pensar con la propia cabeza. Aunque siga uno en la sombra, claro. Algo que es relativamente fácil de encajar, pues en la medida en que no es un columnista profesional, no deja de ser “un particular”.

 

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