martes, 17 de noviembre de 2015

EN EL AUTOBÚS

Lo tengo pensado y repensado: un autobús de línea antes de las ocho de la mañana es como un Máster de Filosofía donde no necesitas pagar matrícula alguna. No tienes más que pasar la tarjeta del bono y... comienza la sesión. Abre los ojos y aprende.
Me deslizo entre señoras que se quejaban de lo mal que funciona últimamente la línea y personas con la mirada perdida, a saber lo que les pasaría por la cabeza, y dirijo mis pasos hacia el final del vehículo (que es donde suele cocinarse lo mejor en un autobús). Asiento para cuatro. A mi lado, una chica escruta un tétrico manual vertebrado en torno a fotos de huesos y músculos, en inglés, escrito por un tal Muscolino, y me convence de que todavía existe la justicia poética (casi la única en la que creo, a estas alturas).
Frente a mí, una joven que no deja de mirar un móvil durante todo el trayecto (me bajé y allí siguieron, el teléfono móvil e, incluso, ella) y una pensativa chica con aspecto de funcionaria en espera de resolución de concurso de traslado (descendió, obviamente, en una parada ubicada frente a un organismo público).
Y yo, con mi amigo Mario Benedetti, camino de mi trabajo, tibiamente interesado en lo que me toca hacer hoy. En un determinado momento, Don Mario me regala ("Viento del exilio") el siguiente poema:

"La madurez
llega
con su relámpago
de sabiduría
cuando uno
ya no tiene
donde caerse
sabio"

Me bajé del autobús cuando me tocó bajar, como hace todo hijo de vecino.
Pensativo.

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