martes, 30 de agosto de 2011

EL CAMINO RECTO (UN ARTÍCULO QUE SE PUBLICARÁ EN BREVE)


Escribí este artículo para una revista universitaria. Seguramente quería ser didáctico o provocador, aunque tampoco estoy muy seguro.


EL CAMINO RECTO

Antonio J. Quesada


En la vida uno suele cometer imprudencias, y, en mi caso, las más importantes (que no exactamente las más sugerentes) que he llevado a cabo han quedado por escrito. En una de dichas imprudencias, un poemario titulado “Poesía a instancia de parte” que publiqué por algún sitio, escribí estos versos, bajo el título genérico de “El camino recto”: “Sigue el camino recto, / como Dios manda. / Tu título universitario en la pared. Que lo vean sin esfuerzo. / Tu trabajo en horario de oficina, e incluso, algún día, de tarde. / Tu esposa, ex-novia de toda la vida, / a la que cuidarás en la salud y en la enfermedad / hasta que la muerte separe lo que quede. / ¿Leer? / Es tarea de desocupados y ociosos / (las personas formales nunca tienen tiempo para leer). / Además, abre un abanico demasiado profundo / de inquietudes, / y eso nunca fue bueno para vivir tranquila y honradamente. / La misa del domingo, eso siempre. / Y en caso de duda, lo que digan nuestros mayores, / que nunca fallan”. Un canto a lo que se debe hacer en la vida para triunfar, para ser celebrado y reconocido (¿recocido?) y para ser respetado. El problema que plantea, claro está, es si esa vida tan recta y celebrada merece realmente la pena.
“Antes injusticia que desorden”, aseguraba Goethe, maestro en tantas cosas, aunque odioso por algunas otras. En mi caso, que es el que verdaderamente conozco de primera mano, la pasión literaria provocó que me torciera de mi camino recto, tan predeterminado él. Para un Licenciado en Derecho, Doctor y no sé cuántas cosas más que dicen que soy, estaba claro el camino recto: códigos civiles e inciviles, rictus serio, traje gris y corbata de rayas, alopecia funcionarial, movimientos de columna apropiados para seguir cerca del jefe de turno y, en la medida de lo posible, aficiones bien consideradas socialmente (cofradías, toros, madridismo y esas cosas que hace la gente de bien). Si se separa uno del camino recto, vienen las críticas, las risitas, los codacitos, esas cosas que hace la gente normal para señalar al que se separa del rebaño.
Pero la literatura es algo que provoca que nos salgamos del camino recto. Leer, por ejemplo, es tarea de desocupados: las personas serias nunca tienen tiempo para leer, siempre están más ocupadas con cosas como las fluctuaciones de la bolsa, los casos del despacho, los informes que deben evacuar o con hacerse contactos aquí y allí, que eso también quita tiempo (“alternar”, les llaman algunos: comidas de trabajo, desayunos de trabajo, cenas de trabajo…; trabajamos y engullimos, todo en uno). La literatura es perder el tiempo, desde esta óptica. Perder el tiempo, para mí, es ganar el tiempo. Lo siento por el rebaño.
Dedico demasiado tiempo a cosas horriblemente aburridas (y eso que mi trabajo como docente me gusta y me permite sentirme creativo): necesito mis paréntesis o pereceré de aburrimiento vital absoluto. La literatura me ayuda a estos efectos No pido mucho: pido lo mío. Escribir un poema. Escuchar una buena canción. Disfrutar de un cuadro bello. Una calle de Roma que a lo mejor salía en algún cuento de Moravia o, de refilón, en alguna película de Pasolini o, incluso, de Fellini. Releer alguna novela de esas de las que te sabes párrafos enteros. Una charla sugerente con una cerveza delante. Mi DVD con jugadas de Maradona. En fin, perder el tiempo. Es decir, ganar el tiempo.
En condiciones normales uno debiera estar atento, ojo avizor, preparado para saber dónde puede conseguir una ayuda laboral para trepar hacia algún sitio, que la vida está muy mala. Sin embargo, a los que nos gusta perder/ganar el tiempo, esto se nos pone cuesta arriba. Somos quijotes sin sanchos, cheguevaras sin fidelcastros, Holmes sin Watsons, Adsos de Melk sin Guillermos de Barkerville, ya me entienden. Estamos “perdidos como un quinto en día de permiso, / como un santo sin paraíso, / como el ojo del maniquí”, ya lo cantaba Sabina. Qué razón llevaba: es cierto, habitualmente me siento “inútil como un sello por triplicado, / como el semen de los ahorcados, / como el libro del porvenir”. Sí. Lo grave es que no me pesa. Me encanta ser un jarroncito coreano, ese tipo raro que todavía puede ser mostrado a las visitas y que, a lo mejor, ejerce como profesor sin sentirse parte del colectivo, escribe poesía sin que le consideren poeta, narrativa sin estar cómodo entre narradores, juega fútbol sin ser futbolista, y siempre acaba en minoría, esté donde esté (incluso consigo mismo). Un nazareno sin capirote en una procesión laica.
No es fácil, pero… cada vez que me salgo del camino recto siento la vida palpitar dentro de mí. El camino recto es ese mal necesario que no nos debe fagocitar, porque si no esta cosa de vivir no tiene sentido alguno. Si vivir no es más que darle trabajo al Registro civil, para que certifiquen tu nacimiento y tu defunción, esto no tiene sentido (creo haber dejado esto en otro poema imprudente, en algún sitio: al auto-plagio le llaman estilo). El camino recto puede acabar convirtiéndose en poner crucecitas a las casillas que la vida te pone delante, para lograr que tus compañeros de promoción no te miren por encima del hombro, que tu madre y tu suegra estén tranquilas, o que tus vecinos te hablen con respeto (esto es, con temor), porque saben que eres importante, que te codeas con este y con aquel y no sé cuántas patochadas más que puede que ni sean ciertas.
El camino recto: qué pena. Qué pena, desperdiciar tanto tiempo en tontadas, en cosas prescindibles, en humo, en “comerme una manzana / dos veces por semana / sin ganas de comer” (gracias, Sabina, de nuevo). Para tres días que estamos aquí… (pues no hay religión que me haya demostrado la existencia de otras vidas). Y encima, de esos tres días, “uno está lloviendo”, como cantaban en Cádiz. Como para perder el tiempo…
El camino recto. Qué pena de camino recto.

9 comentarios:

  1. La senda del mal siempre es quebrada, oscura y con abismos, el camino recto siempre es recto(¡que listo!)claro y llano, sin peligros, prefiero el de los abismos, en caso de necesidad tal vez salte y ...¡coño, puedo volar!

    siroco

    Buen artículo Antonio

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  2. ... ¿Y si nos echamos al aire, al estilo felliniano, y resulta que remotanmos el vuelo?

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  3. Cuando nacemos, por nuestro bien, nos colocan en la salida del camino recto, además con protecciones por todos lados para que no nos salgamos y nos hagamos daño… Con el tiempo, si lo deseamos, salir del camino recto puede convertirse en una dura lucha, para todos no es igual de fácil, cuando has tomado una curva, te cogen del cuello y te devuelven al camino, sigues a regañadientes y vuelves a intentarlo… y te vuelven a meter, pero esta vez han colocado vallas a los lados para complicártelo… hasta que un día, ayudado por agentes externos, literatura, cine, música, pintura, danza… tomas mucha carrera, saltas la valla y te lanzas al abismo… pueden pasar dos cosas: que te estrelles y no vuelvas ni a un camino ni al otro, permaneciendo en el limbo de por vida, o que a mitad de la caída remontes el vuelo y por fin vueles a tu antojo alejándote de todo y todos los que te cogen del cuello y te devuelven al camino…
    Yo, al menos, lo intentaría.

    Antonio, me ha encantado tu artículo.

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  4. Seguimos el camino recto formado con tedio y sabiendolo y todo, nos cuesta torcernos para que la emoción abra paso.

    Miguel

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  5. Me gusta lo soñadores que sois o queréis ser, pero el día a día es otra cosa.

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  6. Gracias pr tu mensaje, anónimo amigo, y bienvenido a este vecindario. A lo mejor es la dosis de droga para llegar a la noche, a lo mejor es mejor soñar que roncar o... a lo mejor es un modo de escapar.
    No sé, tengo muchas preguntas y menos certezas...
    Bienvenido, en cualquier caso, amigo.

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  7. A lo largo de mi vida me han cogido del cuello y me han devuelto al camino recto alguna vez, como dice Mamen, pero aún no he tenido la valentía de coger carrerilla y lanzarme, me falta valor o creer en mis sueños.
    Felicidades Antonio por conseguirlo.

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  8. Muchas de nuestras huidas son parciales, amigo Quique. Posiblemente, ante la falta de la huida total, creamos el universo paralelo, no sé. Pero si me desviara del camino recto totalmente... ¡cambiarían algunas cosas! Y a lo mejor, si fuese feliz, no escribiría nada (y la Literatura universal se vería sensiblemente mejorada, jeje).
    Un abrazo,

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  9. Creo que lo importante es ser consciente de que el camino recto está ahí, y si vas por él, saber que estás yendo por el mismo y no ir por el camino recto de forma inconsciente, creyendo que esos logros fáciles que pretendes conseguir son tus sueños y no los que te han impuesto. Y una vez se es consciente, poder salirte cuando te aptezca y volver sin sentir que hay vallas o personal de seguridad que te devuelve al mismo. Lo complicado es salirse por completo, puesto que la vida está configurada entorno a él. Aun así, al menos para mí, el salir y volver del camino recto es necesario, porque sin camino recto creo que no podría crear, como dice Antonio en su último comentario, y sin saber dónde está el camino recto no podría medir cuánto me alejo de él; y a saber en qué situación acaba uno a kilómetros de distancia y sin brújula...

    Me ha gustado bastante el artículo. Voy con retraso leyendo entradas pero supongo que no importa, son atemporales.

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