viernes, 25 de diciembre de 2015

PUERTO HURRACO


A horas intempestivas (como lo hago casi todo en la vida, pues voy con el paso cambiado por casi todas partes), me encuentro en televisión con un reportaje sobre Puerto Hurraco. Puerto Hurraco, aquella pedanía de Benquerencia de la Serena, Badajoz ("Son de Badajoz", cantaban "Els Chunguits" hace años) que vivió la horrible matanza de 1990 y que pasó a simbolizar inmediatamente lo que es la España negra y eterna. Aquello, la verdad, lo tuvo todo: rencores, odios atávicos, sangres pasadas y heridas no cicatrizadas, venganzas, lindes, tiros con nocturnidad y alevosía, trastornos mentales, lutos, atraso...
Puerto Hurraco y sus pacíficas gentes quieren lavar esa mancha que llevan impregnada desde 1990, y mostrar lo que realmente son: un pueblo agrícola y trabajador que celebra sus fiestas, que ríe, descansa y que, desgraciadamente, ve cómo sus gentes van emigrando a buscar un futuro mejor a otras partes. Como tantos otros sitios. Pero bajo ningún concepto son una panda de asesinos fanáticos y atrasados que resuelve sus cosas a tiros, imagen con la que a veces parece que se les asocia. Por desgracia.
Les entiendo perfectamente, pero esa tarea tiene mala pinta. La justicia poética es casi la única en la que creo, pero tiene una "cara B" también potente: la injusticia poética. Convertirse en icono es lo que tiene: a ver cómo te quitas luego el disfraz que, voluntariamente o a la fuerza, te han colocado.
En fin, que Puerto Hurraco es un sitio tranquilo y precioso, como tantos otros de esta península, pero costará que más de uno y más de dos no hablemos, en ocasiones, de que por alguna parte "se montó un Puerto Hurraco", por ejemplo, para aludir a algo muy negativo. La injusticia poética es lo que tiene...
¡Ah! Feliz Navidad o lo que sea hoy. Tanto para los amigos de Puerto Hurraco como, por extensión, para los habitantes del resto del planeta (pues ya lo aseguraba la gran Lola Flores: que "el extranjero es mu'grande").






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