martes, 1 de enero de 2013

REIVINDICACIÓN DEL VATE MARTÍN MARCO (Y DE MÍ MISMO)

Por alguna ciber-esquina publiqué hace unos años este trabajito que he pescado con la ciber-caña y creo que sigue de actualidad.  Bueno, de toda la actualidad que puede tener alguien como yo, claro.
En fin, yo me entiendo...

REIVINDICACIÓN DEL VATE MARTÍN MARCO

Martín Marco es ese poeta que perdió una guerra y lo acabó pagando con creces, pues ya se encargaban los vencedores de hacérselo ver a cada paso.

Martín Marco es ese poeta al que echaban de los bares del Madrid de la postguerra porque no podía pagar el café, y cuyas deudas eran capaces de convertir al más nietzscheano en un pequeño burgués de tomo y lomo.

Martín Marco es ese poeta que pasaba algunas mañanas en Correos o en el Banco de España, porque había buena calefacción y podía escribir versos detrás de los impresos oficiales.

Martín Marco es ese poeta que vivía, a ratos, de la caridad de su santa hermana.

Martín Marco es ese poeta que no podía ver a su cuñado, ese hombre que se casó con su hermana y que ganó una guerra pero hacía horas extraordinarias como si la hubiera perdido.

Martín Marco.

Como siempre, sigo reivindicando a los perdedores de todas las guerras, cruentas e incruentas. En este caso quiero reivindicar a Martín Marco, el poeta de “La Colmena”. ¿Cómo leer sobre Martín Marco sin verme reflejado en él, aunque sea un poquito?

Martín Marco.

Martín Marco es ese poeta que nunca lleva prisa: “soy un hombre que no merece la pena que ande de prisa”.

Martín Marco es ese poeta que, a lo mejor, lleva un verso a medio terminar en los bolsillos, o el último artículo que ha cobrado y que se ha publicado en provincias, en la prensa del Movimiento.

Martín Marco es ese poeta que lleva en un sobre las colillas de su cuñado, el que ganó la guerra, para tener algo que fumar.

Martín Marco es ese poeta que sabe distinguir ser un romántico de ser, simplemente, un sentimental.

Martín Marco es ese poeta que duerme en una casa de putas. Pero sólo por caridad, allí normalmente no ejerce como hombre.

Martín Marco es ese poeta que no tiene remedio y lo sabe. “¿Sigues haciendo versos? (…) Pues, sí; yo creo que esto ya tiene mal arreglo". ¡Y tan malo!

Martín Marco es ese poeta que prefiere pasear por Madrid cuando termina el metro, porque la ciudad parece más suya y de los hombres que, como él, van por la vida con las manos en los bolsillos y un vacío en el alma que no pueden con él.

Martín Marco es ese poeta al que su artículo “Razones de la permanencia espiritual de Isabel la Católica”, publicado en provincias, salvó de que la policía se lo llevara por delante.

Martín Marco es ese poeta que se queja de que en España a los escritores “no nos conoce ni Dios”, y defiende su supervivencia: “Ni Isabel la Católica, ni la vicesecretaría, ni la permanencia espiritual de nadie. ¿Está claro? ¡Lo que yo quiero es comer! ¡Comer! ¿Es que hablo en latín?”.

Martín Marco es ese poeta que, casi al final, se da el gustazo de volver al café de la bruja de Doña Rosa para pagar las deudas, hacerse limpiar los zapatos y dejar colgado y pagado el café, porque no era bueno. Salió orgulloso y era lógico: “verdaderamente se acababa de portar como un hombre”. Alguna vez en su vida tenía que ser.

Martín Marco es ese poeta que al final se verá perseguido por un edicto cainita del que no es consciente, pues del periódico nunca lee los edictos, los anuncios ni el racionamiento de los pueblos del cinturón. Sus amigos se movilizan: si se ve solo puede hacer cualquier estupidez.

Martín Marco es ese poeta que inventa una oración ante la tumba de su madre y que después no es capaz de recordarla.

Martín Marco es ese poeta que está dispuesto a trabajar en cualquier oficina, pues al principio no, pero después seguro que sacaba tiempo para escribir, a ratos perdidos, sobre todo si había buena calefacción.

Además de Martín Marco, aparece algún otro poeta por “La Colmena”, como aquel cuyo padre aseguraba que su hijo era tonto, “el día que yo desaparezca no sé lo que va a ser de él”. Era “un jovencito melenudo, pálido, que está siempre evadido, sin darse cuenta de nada, para que no se le escape la inscripción, que es algo así como una mariposita ciega y sorda pero llena de luz, una mariposita que vuela al buen tuntún, a veces dándose contra las paredes, a veces más alta que las estrellas (…). El poeta de la vecindad, en algunas ocasiones, cuando está en vena, se desmaya en los cafés y tienen que llevarlo al retrete”. También pasaba por allí Ramón Maello, un chico serio que estaba un poco en la luna, pero que no era malo.

En cualquier caso, quien se lleva mi corazón es Martín Marco, y por eso reivindico su figura aquí, quizá porque soy yo mismo treinta años antes de nacer. Martín Marco posiblemente fuese existencialista antes de que unos profesores franceses de instituto inventaran todo aquello del existencialismo.

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