domingo, 21 de mayo de 2017

RELATO "DOS CERVEZAS"

(Relato "Dos cervezas", publicado en el número 1 de la Revista "Refugios": https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/2014/01/01/Review-The-Traitor’s-Daughter-by-Angela-Griffin )






DOS CERVEZAS


Antonio J. Quesada


- ¡Pues qué alegría que nos hayamos encontrado, chico. Pero qué alegría…! –comenta, el muchacho moreno, sinceramente feliz, pasando el brazo por los hombros de su amigo y sin terminar de creer tanta casualidad.


- ¿Cuántos años hace que no nos vemos, Miguel? –responde el otro, también radiante de felicidad.


- Pues no sé, pero seguro que no menos de quince años –mira al cielo, cierra los ojos y hace cálculos mentalmente, susurrando algo, hasta pronunciar su frase.


-Quince años, chico. Un mundo… -mira hacia una cervecería conocida por su exquisita cerveza artesanal-. ¿Te parece bien si celebramos nuestro reencuentro como Dios manda?


- Me parece una idea estupenda –comenta, ante la sugerente propuesta, mirando el reloj y calculando mentalmente-. El mejor modo de celebrar un reencuentro es con dos cervezas.


Entran en la cervecería.




- Y entonces estudiaste Historia –comenta, mientras da un sorbo a la inmejorable cerveza que le acompaña.


- Sí, estudié Historia, hice el CAP (esto ha cambiado ahora, le llaman Máster de no sé qué) y saqué las oposiciones. Complicado, hacerlo a la primera, con tanto interino y tanta gaita, pero salió. Estuve dos años fuera, y ya estoy en la provincia.


- Qué maravilla, Miguel, yo sabía que ibas a lograr en la vida lo que te plantearas. Eras un alumno muy estudioso y trabajador.


- Bueno, sí, más trabajador que inteligente, la verdad. Pero también tuve mi pizca de suerte y ya está. Y cuéntame, ¿en qué andas tú?


- Pues por aquí y por allá… Un poco por aquí y un poco por allá, como soy yo. Recuerdas que escribía poesía, ¿verdad? Seguro que sí, que sabes que ya entonces me decían “el poeta”. Siempre en las nubes, capaz de crear armonía creativa y de responder con chispa en cualquier momento, pero muy mal estudiante.


- Hombre, mal estudiante no –interrumpe Miguel, como intentando contradecir, pero Pepe hace un gesto con la mano, como negando a Miguel.


- No argumentemos con eufemismos, Miguel: muy mal estudiante. Las cosas como son. Estudiar me aburría soberanamente y, al final, a gorrazos, aprobaba las asignaturas en septiembre. Pero así no se puede ir por la vida. Aprobé la Selectividad, me matriculé en Filología Hispánica, a ver si estudiaba a esas personas que antes (y con éxito) hicieron lo que yo intentaba: escribir Literatura. Pero abandoné, aburrido…


- ¿Y eso?


- Porque aquello consistía en memorizar nombres, títulos y fechas. Vamos, como hacían los alumnos de Derecho con sus códigos: ¿en qué se diferencia conocer los títulos y fechas de publicación de las obras de Miguel Hernández de recitar de memoria el artículo 612 del Código civil, por ejemplo? Por cierto, un artículo muy divertido, todo sea dicho.


- Hombre, visto así…


- Descubrí que tenía vocación de madre, no de ginecólogo. Abandoné Letras para poder seguir disfrutando de las Letras.


- Interesante argumento –Miguel da otro trago a su cerveza-. ¿Y qué hiciste?


- Bueno, como te decía, estuve por aquí y por allá. Vi mundo, escribí textos aquí y allá y he publicado trabajos en alguna revista literaria y ganado alguna cosita. He lavado platos en Londres y vasos en París, he vivido todavía no sé de qué en Roma (loco de felicidad, por cierto) y he huido de más de una ciudad alemana porque Alemania no está hecha para los bohemios (a pesar de la cerveza: mi cómplice, mi compañera, mi hermana; mi única aliada fiel en esta vida, la única que nunca me falló). He preparado kimchi en Corea, sushi en Japón y danggit en Filipinas (pez que me disloca desde que por primera vez lo desayuné en Palawan, con arroz; una mañana de resaca, frente al mar). En ningún sitio me han valorado ni las mujeres me han querido, en eso el mundo es unánime y no distingue de nacionalidades. Por eso he vuelto a casa, con el rabo entre las piernas. Por lo menos aquí hablan mi lengua, que no mi idioma, y el paisaje se parece al de mi infancia, aunque tampoco lo sea, ya, del todo, pues esto ha cambiado mucho.


- No será para tanto, hombre –Miguel le pasa la mano por el brazo derecho mientras razona-. No eres un derrotado. Eres imaginativo, divertido, fresco, creativo…


- ¿Y con eso se come? En fin, la única que jamás me defraudó fue ella –señala a la cerveza que tiene en la mano-. Por la cerveza –ofrece su vaso para brindar. Chocan. Alegres.




- ¿Cómo se llamaba aquel que iba siempre vestido de negro? –pregunta Miguel, divertido-. Aquel que tenía un grupo musical.


- ¿Te refieres al cucaracha? –pregunta Ernesto.


- ¡Sí, el cucaracha, qué personaje! –divertido-. Con sus melenas y su gabardina negra… ¿Te acuerdas cuando venía medio borracho a clase?


- ¡Cómo no! Si se mamaba media botella de menta antes de entrar….


- ¡De la petaquilla que llevaba! –interrumpe.


- ¡De la petaquilla que llevaba, sí! ¡Ja, ja, ja, ja, qué arte! –da una palmada en la mesa-. En el inmenso bolsillo de la gabardina esa que llevaba, que se podía quedar de pie sola, de la mugre que tenía…


- Ja, ja, ja, ja… Y cuando la profesora de latín le preguntaba y no tenía ni idea…


- Bueno, no hubiera tenido ni idea sobrio, imagina con ese chute de menta en el cuerpo a primera hora de la mañana…


- Y le decía, muy seria, levantando el dedo índice, “a ver, Oliva, si tiene suerte y le alcanzara la luz iluminadora”…


- Y él repetía, con ese acento algo gangoso que siempre tenía, “sí-se-ño-ra-a-vé-si-lle-ga-la lú-i-lu-mi-na-do-ga”.


- Ja, ja, ja, ja.


- Ja, ja, ja, ja.




- Qué dura es la vida, chico –comentaba Miguel, dando otro trago-. ¿Cómo se llamaba aquel que parecía un espárrago?


- ¿El de las melenas?


- Sí.


- Hombre, ese era Pepe, Pepe el heavy.


- ¡Pepe el heavy! ¡Es verdad, Pepe el heavy! ¿Te acuerdas?


- ¡Cómo no me voy a acordar! Vaya personaje. ¿Sabes que se alistó en el Ejército?


- ¿Pepe el heavy en el Ejército? –imposible de asumir-. Pues, de entrada, le pegarían un buen pelado…


- Yo creo que valoró qué le interesaba más, si su melena de Camarón de la Isla o poder manejar armas. Y tiró más lo segundo.


- Nunca lo hubiese imaginado de él.


- Pero creo que se salió, y anda por ahí, igual de largo y delgado, con el pelo corto y un hijo.


- ¡Un hijo! ¡La Virgen!


- ¿Tú no tienes hijos?


- ¿Yo? –Miguel dio un trago-. No, yo lo de traer niños al mundo, como que no me va... A lo mejor algún día, supongo. Llega un momento en que haces eso que hace todo el mundo: te casas, tienes hijos, comes arroz los domingos, etcétera. ¿Y tú, tienes hijos?


- ¿Tengo pinta de tener niños? –sonríe-. ¡Ni loco! Bueno, al menos, que yo sepa, claro. A lo mejor en Filipinas pude haber dejado alguno, pero tampoco lo sé con seguridad –su cara se torna pícara-. Si existe ese posible hijo filipino, ojalá aprenda “Mi último adiós” –pierde la mirada, como recordando-. “¡Adiós, Patria adorada, región del sol querida, / Perla del mar de oriente, nuestro perdido Edén!” –se detiene…- ¡Vaya, no recuerdo más! Espera, a ver si me acuerdo del final… -vuelve a repensar, y como con dificultad, sigue-. “Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía, / Amigos de la infancia en el perdido hogar, / Dad gracias que descanso del fatigoso día; / Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría, / Adiós, queridos seres, morir es descansar”.


- Qué belleza, chico. Supongo que es Rizal, ¿verdad?


- Efectivamente. Emociona –se seca los ojos-. Y mira que este tipo de poesía nunca me gustó, jamás podría escribir yo esto, pero… es que piensa uno en qué condiciones se escribió, y te pone los vellos de punta.


- Hemos hecho cada cosa por el mundo…


- Impresiona visitar Intramuros –nuevamente, lágrimas en su rostro.


- Por Filipinas –ofrece su jarra Miguel.


- Por Filipinas –choca-. Salamat!




- Pues confío en que volvamos a encontrarnos –salían a la calle. Miguel mira su reloj-. Bueno, chico, dame un abrazo muy fuerte –se abrazan-. Te acerco a algún lado, si tienes prisa…


- ¿Yo? A mí me sucede lo que a aquel poeta de “La colmena”: soy un hombre que no merece la pena que tenga prisa –sonríe, metafísico-. No te preocupes, voy caminando.


- De verdad que te acerco, hombre.


- No te preocupes, Miguel, para lo que me espera… Lo que me espera puede seguir esperando un ratito más.


- Eres incorregible.


- Será eso.




Se despidieron y se marcharon por caminos opuestos. Supongo que esto último era lo previsible.

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