http://www.sur-revista-de-literatura.com/Paginas13/01AJQuesadaMTLeon.pdf
María Teresa León o la mujer no inventada
Antonio J. Quesada
María Teresa León fue una gran
escritora a la que, utilizando un título de Benjamín Prado, vivir “a la sombra
del ángel” oscureció para el gran público. Por desgracia, pues su luz brilló
con luz propia durante toda su vida. “La mujer inventada”, la llamó Prado en
“Los nombres de Antígona”, y nos explicó cómo su vida giró entre la felicidad y
el drama, entre el éxito y el desastre. En condiciones normales añadiríamos “entre
el clavel y la espada”, pero no lo hacemos para no profundizar en la herida que
describimos. Porque, si bien es inevitable relacionarla con Rafael Alberti,
cuando se habla de su vida, su entidad propia como creadora es más que evidente,
y no siempre ha sido valorada adecuadamente. Valgan estas líneas como granito
de arena en dicho sentido.
Si hurgamos en su vida (algo que no estoy seguro de que
sea legítimo, y me hace sentir mal: dejemos en paz la vida de los demás),
encontramos datos como el de que es hija de militar y de Oliva Goyri, señora que
algunos han caracterizado como autoritaria, inteligente y progresista. También
hay quien la presenta como prima de María Goyri, la primera mujer que se graduó
en una universidad española, o como sobrina de Ramón Menéndez Pidal. Y todo
ello es exacto, pero irrita, eso de presentar a alguien con la entidad de María
Teresa por su relación con otras personas, por la potente luz que emana de ella
misma y de sus méritos creativos. Lectora precoz, se casó en 1920, con
diecisiete años, y tuvo dos hijos. En 1931 conoció a Rafael Alberti, en cierta
lectura (en la que, según contó a Aub, la frivolidad se enseñoreaba de todo y
ella cambió ese tono general, captando la atención de Rafael) y se cuenta que después
de la lectura salieron a caminar, por la noche. Dicen que cuando amaneció ya se
habían enamorado. Aquello fue un escándalo, claro. Ser libre es lo que tiene,
que es un escándalo en sí mismo. Pedro Salinas, que no parecía tenerle excesivo
cariño, en carta a Jorge Guillén la describía como “bella dama, literata mala”.
¡Ay!
Y en eso llegó la República.
Rafael y María Teresa marcharon a la URSS y, cuando volvieron a España, en
1933, se casaron (disuelto estaba, su primer matrimonio) y se afiliaron al PCE,
iniciando una firme militancia política compartida. Fundaron la mítica revista
“Octubre”, además, y se convertirían en referentes para los creadores
comunistas (“María Teresa y yo tenemos la fe del carbonero”, decía Rafael,
sobre la URSS). Su contacto con los intelectuales fue, ya, siempre frecuente:
durante la guerra civil, a pesar de las polémicas, su actividad fue muy
relevante. María Teresa despertó cierto odio en algunas personas: en la Alianza
de Intelectuales Antifascistas se la acusó de robar joyas y muebles durante la
guerra, de ordenar una quema de libros de escritores de derechas, de instalar
ametralladoras en los tejados del Museo del Prado, para atraer bombardeos y
desacreditar a los nacionales, y conocida fue su triste discrepancia con Miguel
Hernández, que incluyó una sonora bofetada que hizo caer al suelo al alicantino
(¡ay, el final de Miguel Hernández!). Inevitable que, cuando uno tiene la
estatura de María Teresa, no a todo el mundo resulte de su agrado.
Tuvo que marchar, junto con
Rafael, al exilio, y recorrieron el mundo con sus actividades creativas y
políticas, y su trato con grandes intelectuales, de la talla de Hemingway,
Malraux, Neruda, Picasso, etc., fue frecuente. En México trató a Diego Rivera y
David Alfaro Siqueiros, y también Octavio Paz anduvo fascinado con ella. Su
interés por la poesía china fue evidente, y se asentaron, Rafael y ella, en
Argentina y luego en Roma, antes de volver a España (por razones personales, su
etapa romana nos resulta especialmente afín, viviendo primero en Via di Monserrato,
cerca de la maravillosa Via Giulia y, posteriormente, en su mítica residencia
de Via Garibaldi, en el no menos mítico barrio del Trastevere). Volverían a
España en 1977 y el Alzheimer se apropió cada vez más de ella, de una María
Teresa que moriría en 1988 (Benjamín Prado ha recordado, en sentida semblanza,
sus últimos años madrileños). Sus restos descansan en el cementerio madrileño de
Majadahonda, y sobre su tumba está escrito este verso de Rafael (texto de
“Retornos del amor en las arenas”): “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”.
En lo relativo a su obra, lo verdaderamente importante
cuando nos ocupamos de un creador (que solamente hable su obra, podríamos
pretender), destacaríamos su labor como solvente autora de relatos, ya que más
de la mitad de sus libros son de relatos: “Cuentos para soñar” (1928), “La
bella del mal amor” (1930), “Rosa fría, patinadora de la luna” (1934, con
dibujos de Alberti), “Cuentos de la España actual” (1936, con reedición algo
modificada en 1942, “Morirás lejos”), “Una estrella roja” (1937), “Las
peregrinaciones de Teresa” (1950) o “Fábulas del tiempo amargo” (1962).
Pero María Teresa no solamente se
dedicó al relato, género en el que sobresalió, como hemos dicho, sino que
también escribió novelas, como “Contra viento y marea” (1941), “Juego limpio” (1959),
“Menesteos, marinero de abril” (1965), entre otras, así como biografías
noveladas (cuidada selección de personajes, la suya: Gustavo Adolfo Bécquer, El
Cid Campeador, Jimena Díaz de Vivar o Cervantes), teatro, traducción (tradujo,
entre otros, a Voltaire, Éluard, Eminescu y poesía china), ensayo, poemas, guiones
cinematográficos o su gran autobiografía, “Memoria de la melancolía” (1970). Con
el tiempo se han conocido, además, textos inéditos, y en este sentido, cabe
recordar que en 2003, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, se
organizó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición “María Teresa León. Memoria de un compromiso”,
en la que se podía disfrutar de textos inéditos acerca de Lope de Vega, Ramón
Menéndez Pidal o Federico García Lorca.
Personalmente nos gustaría
resaltar su imprescindible autobiografía, “Memoria de la melancolía” (1970), la
obra de María Teresa que más nos ha llegado. Escrita con una prosa a la altura
de la calidad creativa de la autora, nos permite hacer camino con María Teresa
y estar atentos a su culturalismo, su visión femenina y feminista de la
existencia y a sus avatares vitales (que tienen mucho que ver con los avatares
vitales del Siglo XX), de modo parejo a lo que puede implicar “La arboleda
perdida” en el caso de Rafael. A decir del estudioso Torres Nebrera, es un
libro en el que, además, no hay un asomo de impostura, y cuya relevancia es
cada vez más reconocida, con el tiempo. Pero… ha costado. Pese a que nos parece
un libro imprescindible para entender a María Teresa, y para entender a la
España y al mundo del Siglo XX. Y, ante todo, para lograr que disfrutemos
estéticamente y razonemos intelectualmente, que es lo que consiguen de sus
lectores los mejores libros.
“La mujer inventada”, la llamó
Prado en “Los nombres de Antígona”. Una gran creadora real, la considero yo. Ahora
y siempre.
“La mujer no inventada”, para ser
justos.