lunes, 10 de octubre de 2022

UN RELATO: "EL FIN DE TODO"

Se publica en la Revista Refugios mi relato "El fin de todo".

Es un gran honor.

https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/el-fin-de-todo?fbclid=IwAR3nFA7240mq_69x-VF10yWD5Q194HAqX-Nez6j9WrbMofbQzfpg0O9lq44 

 


EL FIN DE TODO

 

 

 

Antonio J. Quesada

 

 

Todo esto que cuento sucedió. Sé que sucedió, pues lo vi con mis propios ojos. Pero nadie me cree, pues no apareció en la prensa, en la radio ni en la televisión, y parece que los vecinos no se enteraron de nada. Lo que no sale en los medios de comunicación no existe.

Pero esto sucedió, créanme. Sé que sucedió, pues lo vi con mis propios ojos.

 

Bajé a la calle dispuesto para ese largo paseo con que me homenajeo, al alba, cada domingo. Desde que abandoné la práctica del fútbol, para evitar lesiones mayores (ya no tengo edad para lo que podía venir…), este paseo dominical es mi gran actividad deportiva. Ya sé que no es gran cosa, que nunca tendré los músculos de esos jóvenes que frecuentan los gimnasios y que, por tanto, jamás ligaré mujeres (u hombres, si tal fuera el gusto) con la diligencia que ellos exhiben. Lo asumo. No pasa nada: a problemas más graves hago frente cada día y no me vengo abajo.

Tiro la basura, que parece que fabrico cada sábado, a eso de las siete de la mañana y me dispongo a cruzar la calle para dirigirme al mar (“que es el morir”, como nos enseñara Jorge Manrique). Sin embargo, algo anormal sucede hoy: una parte de la calle está precintada. En concreto, la parte próxima a la entrada del garaje de mi comunidad de vecinos. Es el tramo en que hay una cafetería de calidad más que dudosa, tanto en sus productos como en su servicio. Algunas personas (algún policía, incluso) ocupan la calle, y todos miran hacia el bloque. No es normal este ambiente, en pleno domingo y a estas horas tan tempranas e indecorosas. He pensado que a lo mejor hay peligro de derrumbamiento: he vivido esa situación en otras ocasiones, y se parece mucho a esto.

No soy curioso, pero esa mañana me pudo la curiosidad y decido acercarme. Al fin y al cabo salgo para pasear: puedo cruzar en el paso de cebra próximo al lugar y, además, enterarme del problema. Al aproximarme veo a varias personas tomando fotografías de un concreto balcón con el teléfono móvil, y a bastantes más policías de los que imaginaba, todos mirando para el mismo balcón. Esto parece más importante de lo que pensaba.

Miro para el balcón: un joven parece intentar acceder al balcón desde la fachada, frente a la atenta mirada del público concentrado allí. El balcón está abierto y dentro hay una luz encendida.

Inmediatamente soy consciente de todo. Dios de mi vida.

 

El joven no intenta acceder a ningún sitio, ahora todo es evidente para mí: su inmovilidad, la extraña postura y la cuerda que une su cuello a algo que está dentro del balcón lo dejan todo claro.

Es la primera vez en mi vida que asisto, de modo tan descarnado, al espectáculo que ofrece una criatura que, vayan a saber por qué horrible razón, se lanza al vacío con el cuello abrigado por una soga.

 

En el balcón hay luz. Se percibe detrás de las cortinas. Es siniestro. Desde entonces me obsesionará ese escenario, cargado de la más horrible soledad: esas luces que un suicida deja encendidas antes de proceder a ejecutar su plan. Ya las había visto en otra ocasión, que ahora no viene al caso, pero a partir de ahora me perseguirá esa luz durante bastante tiempo.

 

Un espectador que no reparara en la cuerda que une el cuello con algo dentro del balcón podría pensar que el muchacho, vestido con ropa deportiva, pretende acceder al inmueble. Me sucedió a mí, incluso. El hecho de que la pierna derecha repose en un saliente de la fachada y el raro gesto de la pierna izquierda, flexionada, ayudan a pensar que en este preciso momento está en dicha tarea.

Sin embargo, no hay duda: la inmovilidad del joven y, ante todo, esa cuerda siniestra, maldita, no dejan lugar a dudas.

Esto no es el comienzo de nada. Esto es el fin de todo.