Se publica en el número 5 de "Oropeles y guiñapos" mi relato "Literatura útil". Compruebo que no se han respetado los espacios que fijé para separar las diversas partes y, por tanto, resultará más complicado entenderlo en papel.
Decidido: a partir de ahora pondré estrellitas para separar los cambios de plano en mis relatos. A lo mejor es lo que soy yo: una estrellita que intenta cambiar de plano, cuando toca, en el relato de la vida.
https://www.fundacionalambique.org/images/stories/oropeles5/revistaoropeles5.pdf
LITERATURA ÚTIL
Antonio J. Quesada
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Y así, entre tan
socorridos Escila y Caribdis, organicé mi vida. Y no me fue mal, con ello, pues
con ello hice carrera en la Universidad. Con ello hice mi Tesis Doctoral. Con
ello preparé ponencias y/o comunicaciones para muchos Congresos. Con ello diseñé
multitud de capítulos de libro. Con ello escribí artículos en revistas de
impacto, de esas revistas que tanto gustan a las agencias de calidad para
conceder sus acreditaciones a los profesores universitarios. Con ello dirigí
cursos de verano, gracias también a los contactos oportunos (“el que no tiene
padrino, no se bautiza”: lo aprendí hace mucho tiempo). Con ello me fui acreditando
para todas las figuras de Profesor de Universidad habidas y por haber, incluyendo
la de Profesor Titular de Universidad. Con ello hice mi ejercicio de
titularidad. Con ello sigo mi camino firme con la mirada puesta en la
acreditación para Catedrático. Con ello prepararé mi ejercicio de Cátedra,
cuando me toque. Con ello pasearé mi Cátedra por España y resto del mundo,
generalmente subvencionado por las Administraciones Públicas. Con ello.
La Universidad
es(tá) así. Tengo una compañera que hace lo mismo que yo he hecho con la literatura
y el compromiso, pero con la visión de género como “leitmotiv académico”. A
ella le dan premios, y todo. Y ahí andamos los dos, a ver quién se convierte
antes en Catedrático o Catedrática.
Es relativamente
fácil trabajar así, cuando tienes la soltura necesaria y los contactos imprescindibles
para divulgar lo que haces (“el que no tiene padrino, no se bautiza”: lo
aprendí hace mucho tiempo): basta tener el oficio necesario para crear tu
plantilla ideal (una especie de idea platónica de plantilla) y aplicarla a todo
aquello que consideres susceptible de dar juego. ¿Algunos de mis títulos
científicos? “La literatura comprometida de Mario Benedetti”. “La literatura
comprometida de Manuel Vázquez Montalbán”. “La literatura comprometida de
Rafael Alberti”. “La literatura comprometida de Vladimir Mayakovski”. “La
literatura comprometida de Eduardo Galeano”. “La literatura comprometida de
Jean-Paul Sartre”. Así con todo: teniendo una buena plantilla, es coser y
cantar. “La literatura comprometida de Perico el de los Palotes”. Sí. Y, debo
confesarlo, no me va nada mal en la vida. Estoy muy comprometido con la literatura
comprometida: me va todo en ello.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Me habían
hablado de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, pero nunca me había acercado a
ellos. Decían que eran excelentes, pero el autor no me parecía lo suficientemente
comprometido, por lo que difícilmente podrían servirme en mi trabajo. Por
tanto, ¿merecía la pena perder tiempo con él? Ni para el trabajito anual, de
cara al sexenio, podía servirme Ribeyro, seguramente.
Pese a ello, todavía
no sé por qué, me interesé por mirar “La palabra del mudo”, publicado por Seix
Barral en el año 2010. Supongo que, en último término, pensé que podría serme
útil, de alguna manera. Ya intentaría arañar para algo, aunque fuese para una
comunicación de algún congresillo en el que me pagaran el viaje y el hotel.
Siendo peruano,
el tal Ribeyro, seguro que si uno rascaba terminaba saliendo algo conectado con
el indigenismo o el compromiso político. Y, entonces, ya era cuestión de meter
la plantilla y… viento en popa a toda vela: empezar a construir “La literatura
comprometida de Julio Ramón Ribeyro”.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Acaba de
acreditarse como Catedrática de Universidad, mi compañera. Al final, ella llegó
antes. Yo llegaré, lo sé, pero tardaré algo más. Tampoco demasiado.
Era lógico, que
llegara antes que yo: mi tema rinde, pero el suyo vende más, todavía. Mi
compañera acaba de acreditarse como Catedrática de Universidad.
Literatura útil.
Literatura comprometida. Literatura comprometida. Literatura útil.
Literatura útil.
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Llevaba aquella
tarde el libro de Ribeyro en la mano. Realmente son muy buenos los cuentos,
pero iba a devolver el libro a la biblioteca: a mí aquello no me servía para
nada.
Caminaba
pensando en mis cosas (en las palabras feas que un compañero de Departamento iba
diciendo sobre mí por ahí, en los próximos sexenios, en el reciente quinquenio
reconocido…) cuando un joven me abordó con una navaja, en plena calle. Que le
diera lo que llevaba o terminaría mal, creo que dijo. Me quedé sorprendido y paralizado,
y todavía no sé de dónde saqué la sangre fría necesaria para, haciendo como que
buscaba la cartera, darle un puñetazo monumental con el libro de Ribeyro, en
plena cara. 1035 páginas numeradas (y otras sin numerar) que impactaron en la
mejilla izquierda del muchacho y provocaron una caída al suelo inapelable, como
sucede en los combates de boxeo cuando uno de los púgiles lanza el golpe
definitivo y el otro cae a la lona como si fuese un saco. La navaja salió
rodando por alguna parte y él, como digo, cayó a plomo. Me quedé paralizado, mirándole,
y estaba a punto de salir corriendo, para evitar posibles represalias, cuando
comprobé, no sin cierta sorpresa, que se levantaba a toda prisa y, llevándose
las manos a la dolorida mejilla, huía a toda velocidad en la dirección por la
que vino. Olvidando, incluso, su navaja, y visiblemente aturdido.
En la calle me
aplaudían. Yo era un héroe. No quise deshacer el error, pues salí muy bien
parado de esta historia y a nadie le molesta que le tengan por héroe.
Agradecí los
aplausos a la multitud y seguí mi camino para devolver el libro de Ribeyro, pues
no me serviría para nada en la vida.
Pero llegué a la
innegable conclusión de que, aquella tarde, Ribeyro también fue literatura
útil.