(Este trabajo ha sido publicado en el número 33 de la revista "Manual de Uso Cultural", 2017)
CINCUENTA AÑOS DE LOS CIEN AÑOS
Antonio J. Quesada
“Cien años de soledad”
cumple cincuenta años con los lectores (la primera edición se publicó en mayo
de 1957 por Editorial Sudamericana, en Buenos Aires). Es buen momento para
meditar sobre la novela y sobre el fenómeno que provocó. Bodas de oro o así.
Eterno referente, “Cien
años de soledad”. Quizás porque cuando un libro es bueno entra a formar parte
de nuestro imaginario sentimental, personal y colectivo, y nunca pasa de moda.
Se ha hablado y escrito mucho sobre el libro y su autor, desde muchas ópticas.
Incluso podemos citar (como guiño para fetichistas) “García Márquez, historia
de un deicidio”, de Mario Vargas Llosa, publicado por Barral Editores en 1971
(difícil de encontrar, aunque con el tiempo se incluirá en las Obras completas publicadas
por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores). Este texto fue de antes del
puñetazo, claro. Por cierto, ya que citamos a Carlos Barral, siempre se ha sugerido
que rechazó la publicación de “Cien años de soledad” (Carlos debió defenderse
durante toda su vida de esta aseveración), aunque todo apunta a que lo que se
produjo fue una concatenación de hechos desafortunados (Barral lo explicó en
una carta a “El País” en 1979; sobre este tema, y sobre tantos otros, véase el magnífico
trabajo de Xavi Ayén “Aquellos años del boom”).
“Cien años de soledad”, ese
hito. De los ocho mil ejemplares de la primera edición a los más de treinta
millones vendidos hasta hoy, traducido a treinta y cinco idiomas (entre ellos,
el esperanto o el wayuunaiki). Logró García Márquez que Macondo fuese temporalmente
nuestra residencia, que los Buendía nos acogieran amistosamente y que la
magdalena proustituida hiciera
estragos en cada uno de nosotros cuando releíamos aquello de “Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Creo
que el llamado realismo mágico solo podía fructificar plenamente en el Caribe. Juan
Rulfo abrió camino, y García Márquez lo siguió magistralmente, con “Cien años
de soledad” y tantos otros textos. Aseguran que fue Álvaro Mutis quien regaló
“Pedro Páramo” a García Márquez, razón por la cual éste le estaría agradecido
eternamente.
Cuentan que se matriculó
en Derecho y que se aburría soberanamente en clase, por lo que se refugiaba en
la cafetería para escribir, hablar y soñar. Menos mal, pues abogados conozco
muchos (más de los que quisiera conocer), pero Gabriel García Márquez conocí a
uno. Y empezó a escribir, un poco a ciegas, como sucede siempre. Y a trabajar
en prensa, porque había que comer. Alguien le recomendó que dejara la
narrativa, pues no servía para narrar, que como mucho escribiera poemas. Casi
nada…
Pero empezó a hacer
camino. Y en eso llegó “Cien años de soledad”, y todo cambió. Fundamos Macondo.
Y peleamos en guerras civiles. Y la compañía bananera llegó, tras la guerra,
para hacer su propia guerra. Y se produjo un diluvio cuasi-bíblico y por
aquellos lares terminaría rondando un ser humano con cola de cerdo. Cien años
muy completos.
Y cambió la historia de
la Literatura. Pusimos en el mapa a Iberoamérica, e Iberoamérica se puso en el
mapa a sí misma. Hasta entonces, más o menos, a muchos iberoamericanos se les
torcía el cuello de tanto mirar hacia Europa o Norteamérica, y con “Cien años
de soledad” y otras obras maestras descubrimos a García Márquez, pero también a
Vargas Llosa, a Carlos Fuentes, a Donoso, a Cortázar, y a otros más o menos
próximos, por arriba o por abajo (los Azuela, Borges, Carpentier, Mujica Lainez,
Puig, Edwards, Sábato, etc.).
“Cien años de soledad”
no es solamente una obra maestra de la Literatura, que también. “Cien años de
soledad” es, además, la metáfora de un continente que, utilizando palabras del
Che, “ha echado a andar, y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta
conseguir la verdadera independencia". Mucho de eso hay, en lo literario.
Cincuenta años, ya, de
los Cien Años. La impresión que tengo
es la de que todos somos hijos extramatrimoniales de José Arcadio Buendía.