Svetlana Alexiévich ha obtenido el Premio Nobel de Literatura 2015. Era muy poco conocida por estos lares, y no quedó otra que hacer los deberes a la mediterránea: ponerse al día en el último momento y a toda prisa. Tenemos bagaje en ello.
Acabo de terminar "Voces de Chernóbil", y tras la lectura se te quedan las carnes abiertas, la estética a media asta y certificas que la ética está muerta, enterrada y olvidada. Es un libro imprescindible. Es un testimonio imprescindible. Mejor dicho: es una recopilación de testimonios imprescindible.
Tip y Coll dejaban para mañana eso de hablar del gobierno: yo dejaré para mañana eso de hablar de la estructura de los libros de Alexiévich. Pero, teniendo en cuenta el tema, es imprescindible acercarse a esta tragedia, lo más parecido al Apocalipsis, en tiempos de paz, que yo recuerde. Era yo un niño cuando sucedió todo aquello (morían viejos dirigentes de la URSS que parecían muertos desde bastante antes y aparecía un señor así como más joven, con otros modos y una mancha en la cabeza; en Norteamérica mandaba un cowboy secundario, un papa polaco recorría el mundo y besaba suelos y, de repente, pasa no sé qué en una central nuclear allá muy lejos).
Aterra pensar en lo que sucedió. Aterra pensar en cómo se gestionó. Aterra pensar en lo que puede ser manejar estos juguetes nucleares. Ayer, hoy y siempre.
Aterra pensar en el hombre como un medio, no como un fin.
Uno no es el mismo, después de leer el documentadísimo libro (que da voz a quien nunca la tuvo). Por tanto, y con independencia de lo que se pueda discutir después sobre lo que queramos, el libro ha cumplido su misión.
Acabo de terminar "Voces de Chernóbil", y tras la lectura se te quedan las carnes abiertas, la estética a media asta y certificas que la ética está muerta, enterrada y olvidada. Es un libro imprescindible. Es un testimonio imprescindible. Mejor dicho: es una recopilación de testimonios imprescindible.
Tip y Coll dejaban para mañana eso de hablar del gobierno: yo dejaré para mañana eso de hablar de la estructura de los libros de Alexiévich. Pero, teniendo en cuenta el tema, es imprescindible acercarse a esta tragedia, lo más parecido al Apocalipsis, en tiempos de paz, que yo recuerde. Era yo un niño cuando sucedió todo aquello (morían viejos dirigentes de la URSS que parecían muertos desde bastante antes y aparecía un señor así como más joven, con otros modos y una mancha en la cabeza; en Norteamérica mandaba un cowboy secundario, un papa polaco recorría el mundo y besaba suelos y, de repente, pasa no sé qué en una central nuclear allá muy lejos).
Aterra pensar en lo que sucedió. Aterra pensar en cómo se gestionó. Aterra pensar en lo que puede ser manejar estos juguetes nucleares. Ayer, hoy y siempre.
Aterra pensar en el hombre como un medio, no como un fin.
Uno no es el mismo, después de leer el documentadísimo libro (que da voz a quien nunca la tuvo). Por tanto, y con independencia de lo que se pueda discutir después sobre lo que queramos, el libro ha cumplido su misión.