Buenos días, amigos. El Diario Sur tiene hoy, miércoles 11 de junio, la gentileza de publicar un trabajito mío sobre "El pianista", de MVM.
Agradecido por su cortesía, lo cuelgo por aquí. Y si animo a alguien a leer este libro... habré triunfado.
Feliz miércoles.
Tiremos sobre “El pianista”… de Manuel
Vázquez Montalbán
Antonio J. Quesada
“Tirad sobre el pianista” (Tirez sur le pianiste) es el título de una bella película del gran
François Truffaut, del año 1960. Tras el éxito del año anterior con “Los
cuatrocientos golpes”, Truffaut retorna con lo que los italianos llamarían un capolavoro, una obra maestra. Al menos,
para mí. Personalmente sintonizo con el personaje memorable que interpreta el
memorable Charles Aznavour (quizá porque Aznavour me agrada bastante): con su
timidez y su soledad abrumadoras, con su capacidad de supervivencia frente a la
derrota y frente a la victoria (¿habrá leído, aunque sea de reojo, “If”, de
Kipling?), con su pretensión de huida hacia ninguna parte y con esa
caracterización de antihéroe tímido con cierto poso hierático “bogartiano” que
me encanta (cada día ligo más estética y ética en casi todo en la vida, ante la
falta de ética y de estética que aprecio en general). Además, me obsesiona la
intervención musical de Bobby Lapointe y su “Framboise”, que escucho hasta lo
obsesivo. Debo hacérmelo mirar: esa música me tiene embrujado (menos mal que
nunca acierto con la letra más allá del estribillo, de lo contrario sería
difícil compartir espacio conmigo).
Tiremos sobre el pianista, no tengamos compasión. “El
pianista” es una novela del genial Manuel Vázquez Montalbán, publicada en 1985
y que obtuvo, si la memoria no me falla, el Premio Recalmere. Gracias a los
buenos oficios de mi cómplice y amigo Miguel Ángel (profesional excepcional con
su “Libro errante”, allá por la calle Júcar, en la barriada de La Paz), tengo el libro en
edición antigua de Seix Barral (me siguen dislocando estas ediciones de Seix
Barral, tan diferentes de los insípidos formatos actuales): no es una primera
edición, de marzo de 1985, pero sí una tercera, de abril (abril, aquel mes tan
cruel que apuntara T. S. Eliot en “La tierra baldía”). “El pianista” refleja
diversos momentos de la vida de Alberto Rosell, un gran artista que termina sus
días tocando en un club de medio pelo, pues perdió una guerra, perdió la
batalla del éxito y asumió la ética y la estética del derrotado (todo lo
contrario que Luis Doria, el artista triunfador y con modos de triunfador, que
decidiera sobrevivir y arrojara por el retrete los cincuenta gramos de posibles
ideales con los que llenaba su cerebro). Rosell es fiel a sí mismo, y eso
provoca que el mundo gire a otro ritmo para él. Doria hará una subasta con sus
principios (“si no les gustan, tengo otros”) y se dedicará a eso tan humano de
amoldarse a nuevos órdenes y salir a flote, siendo catalán universal y
joseantoniano, seguramente no por ese orden. Luis Doria siempre ganará sus
batallas, aunque no sepa en ocasiones en qué bando combate (como Pío
Cabanillas), pero sabe vender su producto, es decir, él mismo, y acaparará
éxitos y menciones oficiales mande quien mande; Alberto Rosell, por aquello de
los principios, perderá sus guerras y defenderá su independencia en una pequeña
reserva india que irá desde el bar oscuro en que toca hasta el oscuro domicilio
en que vegeta. Cherchez la femme:
Teresa también flota por estos mares. Pero la novela puede leerse casi como un western europeo de entreguerras entre
dos pistoleros que saben lo que quieren y son fieles a ello. Pero no quieren lo
mismo, claro.
“El pianista”. Una novela sobre el papel del artista en una
sociedad. No sé la relación que pueda tener “El hombre del piano” que cantaba
Ana Belén con la novela, pero cierto lazo de parentesco parece existir. Una
novela sobre el papel de las convicciones, esos fardos del alma que a veces
tanto pesan y te impiden salir volando. Sublime recreación de la Barcelona de la
postguerra, derrotada por partida doble, triple o cuádruple (es cuento largo).
Una novela sobre el papel del travestismo político necesario para sobrevivir y
flotar en todas las aguas, como los buenos corchos. Una novela con demasiados
papeles, por lo que veo, pero ninguno papel mojado. Una novela para leer, para
gozar y para extraer alguna enseñanza.
Como me cae excesivamente bien, no incitaré a tirar sobre
el pianista. Ya se encargó el resto del mundo de hacerlo. “El contexto”, que
hubiese dicho Sciascia.