El Diario Sur tuvo ayer domingo la gentileza de publicar un trabajo mío sobre Leopoldo María Panero. Agradezco, como siempre, dicha cortesía y atención y... les dejo el trabajo, por si quieren echar un rato,
Gracias por estar cerca.
Fray Leopoldo de... Carnaby Street
Antonio J. Quesada
En España la envidia y la mala uva son deportes nacionales,
tampoco estoy descubriendo el estrecho del Bósforo con este comentario. Hay
algo en lo que somos expertos en esta triste piel de toro triste: matamos a
balazos, por aburrimiento o de asco a nuestros grandes creadores y luego les
dedicamos alguna estatua, celebramos a bombo y platillo sus efemérides y, con
suerte, nos vanagloriamos de que fuimos incluso amigos en libros, conferencias
y demás eventos con público. Uña y carne que éramos, vaya, no sé como no se
enteró usted de ello (hablamos de “Gabo”, de “Madiba”... ya saben).
Alguno tiene más suerte y disfruta el homenaje póstumo estando
todavía moribundo, y puede así asistir a su propio funeral, algo que resulta
como de relato de Macondo. Por cierto, hablábamos antes de estatuas y, sobre
estatuas, mejor, sin comentarios. No somos conscientes de que en el mundo
posiblemente faltan tantas estatuas como las que sobran (“lo comido por lo
servido”), y de que en el fondo una estatua es un pedazo más o menos artístico
de no sé qué al que mean los perros y cagan las palomas.
Ahora toca Leopoldo María Panero, el maldito más maldito de
todos los malditos al este del Manzanares. Aquel señorito de Astorga al que es
imposible reducir a varias líneas, a quien dejamos morir en los psiquiátricos
pero sacábamos a ratos casi como si fuese un mono de barraca de feria (con o
sin cámaras: mejor con ellas, por lo que pudiera pasar). Con suerte ejercía de super-maldito-far-west, orinándose encima, mojando
churros en charcos de la calle, rompiendo botellas u opinando con destellos de lucidez
apabullantes (generalmente los locos y los niños dicen algunas verdades).
En “El desencanto” los Panero se interpretaron a sí mismos
y pasaron a la historia de lo que sea (cine, poesía, literatura, España; de
algo de eso, en cualquier caso): se disfrazaron de sí mismos, que fue como
llevar sus personajes a sus últimas consecuencias y… a rodar. “Los Panero
hicieron una película de escándalo, “El desencanto”, que les filmó Chávarri,
donde venden toda su intimidad, haciendo almoneda de privacidades y recuerdos,
de intimidades y otras cosas, porque no tenían nada que vender, para seguir
viviendo y bebiendo, como no fuera el arcón visceral de la familia. Todo esto
da como un poco de asco. Es el único asesinato del padre que se ha filmado
jamás y a Freud le hubiera gustado mucho verlo, aunque está todo tan explícito
que no hay gran cosa que deducir. / Leopoldo Panero era buen poeta, mejor que
sus hijos” (Francisco Umbral dixit).
Con el tiempo vendría otra película, menos conocida. Pero todavía falta mucho
por analizar, entre tanta sordidez. Creo, por ejemplo, que no se ha hecho una
revisión de la vida de los Panero desde la óptica de esa desquiciada mujer,
maltratada por cuatro presuntos desalmados, que pudo ser Felicidad Blanc. A lo
mejor así entenderíamos aquella presunta pasión por Luis Cernuda, carcomida
tabla de salvación que era puro despropósito, se mirara por donde se mirara.
Visor publicó las poesías completas de Leopoldo María en dos
tomos bellísimos (estilo Visor): los ves en las librerías tan limpios, tan sin
rastros de grifa, de orines, de alcohol, de cristales rotos de botellas mal bebidas,
tan inmaculados, sin nada que haga torcer la nariz, que entran ganas de
besarlos. Versos pasteurizados y en edición elegante: perfecto. Tras la muerte
y canonización literaria, llega la devoción por Leopoldo María, homenajes aquí
y allí, y se disparan las ventas. ¿Leopoldo? Fray Leopoldo, más bien. No el de Alpandeire, claro, pero sí el de… Carnaby Street.
Adoro el titulo de su libro “Así se fundó Carnaby Street”: suena a adelantado, a aire fresco, a británico en tiempos
de boina mental franquista (“Gibraltar español”, la “Pérfida Albión” y todo lo
demás, con Fraga Iribarne como embajador del “Centinela de Occidente” en
Londres, pero al margen de “Sohos” y experimentos de indeseables) y, además,
suena como a cannabis, casi. Poesía, alcoholes, medicamentos, drogas, paraísos
artificiales de gentes de mal vivir: todo eso que rodeó al genial Leopoldo
María. Incapaz de freír un huevo, compensaba recitando a Pound en inglés,
reconfortando el alma, mientras el cocinero de turno freía huevos para
reconfortar el cuerpo. Genio y figura. Sublime.
Inevitable, la devoción por Fray Leopoldo de… Carnaby Street.