¿Habrá que justificar a día de hoy que Cesare Pavese es un creador
sugerente? Malos tiempos, cuando hay que justificar lo obvio. Nada, no
pierdo el tiempo en eso.
Por algún sitio, más o menos ubicable, tengo sus poesías completas, publicadas en castellano por Visor, y bastantes de sus textos narrativos (alguno llevado al cine por el genio de la incomunicación, Michelangelo Antonioni), así como sus diarios, que releo menos de lo que debiera, "Il mestiere di vivere". Me es muy afín en muchas cuestiones, comenzando por los mares del sur y terminando por cualquier otra esquina de su obra, posiblemente la que sea.
Cuando fallan todas esas mentiras que nos metemos en vena cada mañana para llegar al día siguiente más o menos en condiciones (amistades, amores, parentescos, religiones, ideologías, toda esa cacharrería del alma que nos engaña asegurando que no estamos solos), hay quien escoge el suicidio, quizás en un arrebato de lucidez (al fin y al cabo, ya el gran Camus nos enseñó en "Le Mythe de Sisyphe" que "no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio"). Aunque para ser así de cobarde haya que ser arrojadamente valiente, no cabe duda.
Pavese se suicidó en la habitación número 346 del Hotel Roma, de Torino, cuando comprobó que ninguna de las mentiras del día a día le sentaba, ya, como un buen traje. Creo que incluso han hecho negocio en el gremio de la hostelería con el tema (se hace negocio con todo; ahí sí hay verdaderos principios: http://www.ilgiornale.it/…/l-ultima-camera-pavese-60-euro-n…). Los hoteles próximos a una estación de autobuses o de trenes siempre tienen como un peligro añadido: los próximos a un aeropuerto son como más asépticos, más pasteurizados.
Hoy quiero recordar a Pavese con un descarnado verso de Juan Luis Panero, el Panero que va ganando peso en mi educación sentimental (los Panero, casi tantos como los hermanos Karamazov, aunque más creativos, dónde va a parar). Lo extraigo de "Los trucos de la muerte", y gracias a él compruebo que aquello del "bed and breakfast" posiblemente no funcionara todavía en aquella Italia del neorrealismo, aquel país en blanco y negro en el que Roma había sido ciudad abierta no hacía tanto, los ladrones se especializaban en bicicletas, Cristo se detenía en Éboli, la tierra temblaba, los milagros se producían en Milán o los limpiabotas iban y venían por calles llenas de miseria material y, ante todo, humana.
Y en eso, Pavese se suicidaba.
Por algún sitio, más o menos ubicable, tengo sus poesías completas, publicadas en castellano por Visor, y bastantes de sus textos narrativos (alguno llevado al cine por el genio de la incomunicación, Michelangelo Antonioni), así como sus diarios, que releo menos de lo que debiera, "Il mestiere di vivere". Me es muy afín en muchas cuestiones, comenzando por los mares del sur y terminando por cualquier otra esquina de su obra, posiblemente la que sea.
Cuando fallan todas esas mentiras que nos metemos en vena cada mañana para llegar al día siguiente más o menos en condiciones (amistades, amores, parentescos, religiones, ideologías, toda esa cacharrería del alma que nos engaña asegurando que no estamos solos), hay quien escoge el suicidio, quizás en un arrebato de lucidez (al fin y al cabo, ya el gran Camus nos enseñó en "Le Mythe de Sisyphe" que "no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio"). Aunque para ser así de cobarde haya que ser arrojadamente valiente, no cabe duda.
Pavese se suicidó en la habitación número 346 del Hotel Roma, de Torino, cuando comprobó que ninguna de las mentiras del día a día le sentaba, ya, como un buen traje. Creo que incluso han hecho negocio en el gremio de la hostelería con el tema (se hace negocio con todo; ahí sí hay verdaderos principios: http://www.ilgiornale.it/…/l-ultima-camera-pavese-60-euro-n…). Los hoteles próximos a una estación de autobuses o de trenes siempre tienen como un peligro añadido: los próximos a un aeropuerto son como más asépticos, más pasteurizados.
Hoy quiero recordar a Pavese con un descarnado verso de Juan Luis Panero, el Panero que va ganando peso en mi educación sentimental (los Panero, casi tantos como los hermanos Karamazov, aunque más creativos, dónde va a parar). Lo extraigo de "Los trucos de la muerte", y gracias a él compruebo que aquello del "bed and breakfast" posiblemente no funcionara todavía en aquella Italia del neorrealismo, aquel país en blanco y negro en el que Roma había sido ciudad abierta no hacía tanto, los ladrones se especializaban en bicicletas, Cristo se detenía en Éboli, la tierra temblaba, los milagros se producían en Milán o los limpiabotas iban y venían por calles llenas de miseria material y, ante todo, humana.
Y en eso, Pavese se suicidaba.
A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
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