Un divertimento: Julio Cortázar y la… ¿literatura útil?
Antonio J. Quesada
Como lletraferit doy la vida por una frase
bien construida. Como esteta, además, si esa frase es verdadera o acertada
todavía mejor, pero tampoco es imprescindible para que yo me sienta satisfecho
(pues la frase es un fin en sí misma). Entre las boutades que tengo más a mano para pregonar por las esquinas está
la de que la poesía (y la literatura creativa, en general, aunque sea todavía
más inexacta) es una bella inutilidad. Sé lo que me digo: la literatura es un
fin en sí mismo y da goce cultural, pero no sirve para nada práctico o rentable
(salvo para una selecta minoría que no viene al caso). Afortunadamente. La
creación no te da de comer, no te soluciona los problemas de trabajo, de
familia o personales ni paga la hipoteca, sino que realmente es un bello opio
que te ayuda a sobrellevar las miserias del día a día con placer. Un fin en sí
mismo: leo un soneto sin pretender nada más allá de gozar con él (¡como si esto
fuera poco!).
Sin embargo,
en ocasiones, la literatura puede proporcionar alguna utilidad, en principio,
inesperada. El gran Julio Cortázar nos lo ha demostrado con varios de sus
libros, y a esto quiero dedicar mi frívola reflexión. Cortázar, ese niño
grande, ese cronopio franco-argentino, ese inocente juguetón que nos regaló
inmejorables relatos y excelentes textos narrativos y poéticos (¡ay, el
Cortázar poeta, tan relativamente ninguneado!), también fue capaz de comprobar
cómo algunos de sus textos fueron útiles, en el sentido más mercantilista o
práctico de la expresión. Sorprendente. Y así lo ha confesado en bastantes
entrevistas: la sorprendente utilidad de algunos de sus textos.
Selecciono varias
andanzas que me han resultado curiosas, sabedor de que sobre Julio se ha
escrito de todo y por todos y no esperan aprender nada de mí, sino simplemente que
nos entretengamos con la excusa de Cortázar. Estoy tranquilo: tienen material
para aprender, no necesitan este divertimento que escribo. Gocen, sin más, y no
piensen en mañana, que mañana será, ya, otro día.
Inicio la
anunciada selección. En primer lugar debo destacar la utilidad práctica inmediata
que tuvo la mítica “Rayuela”[1]. A
Cortázar siempre le llamó la atención la acogida tan favorable que tuvo
“Rayuela” entre los jóvenes, algo sorprendente para él. Pero para una chica
norteamericana fue más que importante este libro: “Rayuela” fue vital, en más
de un sentido de la expresión. La protagonista de la anécdota era una joven que
emborronaba papeles con poesía, y que escribió a Julio para contarle que el libro
le había salvado la vida. A Julio, obviamente, le produjo vértigo la expresión,
“porque es terrible sentirse responsable de la vida de los demás, ¿no?”.
Resultaba que el amante de la joven poetisa, único hombre que había conocido,
la había abandonado y se le cerró el mundo. Le amaba profundamente y, ante la
perspectiva de vivir sin él, decidió suicidarse. No lo hizo en seguida porque
necesitaba resolver esas cuatro cosillas que todo suicida debe dejar listas
antes de marchar, como es imaginable (escribir a la madre, comprar pastillas,
buscar el momento y lugar…). Fue a casa de una amiga y, sobre la mesa, encontró
“Rayuela” en versión inglesa. Empezó a leerlo. Todo estaba preparado para el
suicidio al día siguiente, pero esa noche empezó a leer y pasó toda la noche
leyendo. Terminó el libro, e inmediatamente tiró las pastillas, pues comprobó
que sus problemas no eran sólo suyos, sino los de bastante más gente. ¡No
estaba sola! Y escribió a Julio para hacerle partícipe de que le había salvado
la vida. Y de que, “a pesar de lo triste que estoy, pienso que tengo diecinueve
años, que soy joven, que soy bonita –“es una carta muy ingenua”, añade Julio-,
que me gusta bailar, que me gusta la poesía, que quiero escribir poesía, que ya
he escrito para mí poemas y voy a tratar de vivir”. Julio le contestó: “mira me
haces muy feliz al pensar que la casualidad ha hecho que yo haya podido
ayudarte como un amigo, porque si a lo mejor hay mucha gente que piensa matarse
y un amigo está allí y lo toma así, lo convence de que es una tontería”. La
historia tiene un “happy end” evidente: “desde entonces, hace cuatro años de
esto, nos escribimos; ella me escribe, me manda poemas y le va bien. Supongo
que tiene otro amigo y que está viviendo muy bien”.
No podemos
decir que “Rayuela” sea simplemente una bella inutilidad, una joya que sólo
sirve de alimento del espíritu para sus lectores (por cierto, somos legión). Definitivamente,
“Rayuela” ha servido para algo práctico.
No es el único
texto de Cortázar que tuvo algún tipo de utilidad inmediata: repasar la vida y
milagros de “Libro de Manuel” también nos depara sorpresas y curiosidades. Este
libro, que no está a la altura del resto de la obra de Julio, no nace como un
fin en sí mismo: el Cortázar más comprometido pretende fines muy terrenales. Es
un libro escrito contra el reloj: “había el problema práctico de luchar y de
colaborar, de luchar por el problema de los presos políticos y la tortura en la Argentina. O sea, que
ese libro yo tenía que terminarlo en un momento dado”[2]. Esto
provoca que deba acelerar el texto y que éste no sea exactamente el que hubiera
podido escribir de haber gozado de la tranquilidad oportuna. La vida aprieta, y
la Literatura
se resiente, suele ser inevitable. “Tuve que hacerlo a toda velocidad y yo sé
muy bien cuáles son las cosas que no están bien armadas (…) Tuve confianza en
el lector intuitivo. Dije, “bueno, el lector se va a dar cuenta de las cosas”[3]. En
otro momento de la entrevista con PICÓN GARFIELD confiesa que pensó que era el
momento de escribir un libro que fuera útil políticamente hablando, “además de
ser un libro literario (…) Entonces pensé que si yo era capaz de escribir ese
libro, como soy eso que llaman un “best
seller” en toda América Latina, ese libro mío iba a ser leído por cientos de
miles de personas en la Argentina. Entonces ,
por la vía de la literatura, mucha gente iba a enterarse de cosas que no
conocía por la vía periodística. Ése es el aspecto práctico de mi intención.
(…) La idea era escribir un libro que al mismo tiempo se pudiera leer como una
novela, que no perdiera demasiada calidad de novela (…) Y estoy muy contento de
haberlo hecho porque evidentemente el libro ha contribuido a la causa de los prisioneros
políticos en la Argentina. Y
sobre todo fuera de la
Argentina , en países como México y Guatemala, donde lo que
pasa en la Argentina
es desconocido. Como en cambio a mí me leen, se van a enterar de las cosas a
través del libro”[4]. Otro libro que sirvió
para algo, en el sentido más pragmático posible. Además de estas dos utilidades
tan descarnadas, algunos de sus textos sirvieron para hacer películas, pero
prefiero no entrar en ese tema: en primer lugar porque mi buena amiga Ana
Sedeño lo trata con el rigor que la caracteriza en un excelente trabajo de este
mismo número de “Sur” y, en segundo lugar, porque como la utilidad de los
textos queda en el campo de las bellas artes, aunque ahora en el cine, siguen
siendo otro tipo de maravillosa inutilidad, más alimento para el espíritu. Más
fin en sí mismos.
Concluyo aquí
este divertimento certificando cómo el genial Julio Cortázar, más allá de la insuperable
belleza inútil que proporciona su Literatura (para mí es imprescindible para vivir:
sin “Casa tomada” yo no sería lo que soy, por ejemplo), consiguió ser útil, en
el peor sentido de la palabra, con algunos de sus textos.
[1] Esta
anécdota es descrita por Julio Cortázar en diversas entrevistas. Sigo la
versión descrita en PICÓN GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, Universidad
Veracruzana, México, 1978, pp. 23-24.
[2] PICÓN
GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., pp. 26-27.
[3] PICÓN
GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., p. 27.
[4] PICÓN
GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., pp. 54-55.
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