martes, 3 de febrero de 2015

UN DIVERTIMENTO: JULIO CORTÁZAR Y LA... ¿LITERATURA ÚTIL?


Un divertimento: Julio Cortázar y la… ¿literatura útil?

 

Antonio J. Quesada


 

Como lletraferit doy la vida por una frase bien construida. Como esteta, además, si esa frase es verdadera o acertada todavía mejor, pero tampoco es imprescindible para que yo me sienta satisfecho (pues la frase es un fin en sí misma). Entre las boutades que tengo más a mano para pregonar por las esquinas está la de que la poesía (y la literatura creativa, en general, aunque sea todavía más inexacta) es una bella inutilidad. Sé lo que me digo: la literatura es un fin en sí mismo y da goce cultural, pero no sirve para nada práctico o rentable (salvo para una selecta minoría que no viene al caso). Afortunadamente. La creación no te da de comer, no te soluciona los problemas de trabajo, de familia o personales ni paga la hipoteca, sino que realmente es un bello opio que te ayuda a sobrellevar las miserias del día a día con placer. Un fin en sí mismo: leo un soneto sin pretender nada más allá de gozar con él (¡como si esto fuera poco!).

Sin embargo, en ocasiones, la literatura puede proporcionar alguna utilidad, en principio, inesperada. El gran Julio Cortázar nos lo ha demostrado con varios de sus libros, y a esto quiero dedicar mi frívola reflexión. Cortázar, ese niño grande, ese cronopio franco-argentino, ese inocente juguetón que nos regaló inmejorables relatos y excelentes textos narrativos y poéticos (¡ay, el Cortázar poeta, tan relativamente ninguneado!), también fue capaz de comprobar cómo algunos de sus textos fueron útiles, en el sentido más mercantilista o práctico de la expresión. Sorprendente. Y así lo ha confesado en bastantes entrevistas: la sorprendente utilidad de algunos de sus textos.

Selecciono varias andanzas que me han resultado curiosas, sabedor de que sobre Julio se ha escrito de todo y por todos y no esperan aprender nada de mí, sino simplemente que nos entretengamos con la excusa de Cortázar. Estoy tranquilo: tienen material para aprender, no necesitan este divertimento que escribo. Gocen, sin más, y no piensen en mañana, que mañana será, ya, otro día.

Inicio la anunciada selección. En primer lugar debo destacar la utilidad práctica inmediata que tuvo la mítica “Rayuela”[1]. A Cortázar siempre le llamó la atención la acogida tan favorable que tuvo “Rayuela” entre los jóvenes, algo sorprendente para él. Pero para una chica norteamericana fue más que importante este libro: “Rayuela” fue vital, en más de un sentido de la expresión. La protagonista de la anécdota era una joven que emborronaba papeles con poesía, y que escribió a Julio para contarle que el libro le había salvado la vida. A Julio, obviamente, le produjo vértigo la expresión, “porque es terrible sentirse responsable de la vida de los demás, ¿no?”. Resultaba que el amante de la joven poetisa, único hombre que había conocido, la había abandonado y se le cerró el mundo. Le amaba profundamente y, ante la perspectiva de vivir sin él, decidió suicidarse. No lo hizo en seguida porque necesitaba resolver esas cuatro cosillas que todo suicida debe dejar listas antes de marchar, como es imaginable (escribir a la madre, comprar pastillas, buscar el momento y lugar…). Fue a casa de una amiga y, sobre la mesa, encontró “Rayuela” en versión inglesa. Empezó a leerlo. Todo estaba preparado para el suicidio al día siguiente, pero esa noche empezó a leer y pasó toda la noche leyendo. Terminó el libro, e inmediatamente tiró las pastillas, pues comprobó que sus problemas no eran sólo suyos, sino los de bastante más gente. ¡No estaba sola! Y escribió a Julio para hacerle partícipe de que le había salvado la vida. Y de que, “a pesar de lo triste que estoy, pienso que tengo diecinueve años, que soy joven, que soy bonita –“es una carta muy ingenua”, añade Julio-, que me gusta bailar, que me gusta la poesía, que quiero escribir poesía, que ya he escrito para mí poemas y voy a tratar de vivir”. Julio le contestó: “mira me haces muy feliz al pensar que la casualidad ha hecho que yo haya podido ayudarte como un amigo, porque si a lo mejor hay mucha gente que piensa matarse y un amigo está allí y lo toma así, lo convence de que es una tontería”. La historia tiene un “happy end” evidente: “desde entonces, hace cuatro años de esto, nos escribimos; ella me escribe, me manda poemas y le va bien. Supongo que tiene otro amigo y que está viviendo muy bien”.

No podemos decir que “Rayuela” sea simplemente una bella inutilidad, una joya que sólo sirve de alimento del espíritu para sus lectores (por cierto, somos legión). Definitivamente, “Rayuela” ha servido para algo práctico.

No es el único texto de Cortázar que tuvo algún tipo de utilidad inmediata: repasar la vida y milagros de “Libro de Manuel” también nos depara sorpresas y curiosidades. Este libro, que no está a la altura del resto de la obra de Julio, no nace como un fin en sí mismo: el Cortázar más comprometido pretende fines muy terrenales. Es un libro escrito contra el reloj: “había el problema práctico de luchar y de colaborar, de luchar por el problema de los presos políticos y la tortura en la Argentina. O sea, que ese libro yo tenía que terminarlo en un momento dado”[2]. Esto provoca que deba acelerar el texto y que éste no sea exactamente el que hubiera podido escribir de haber gozado de la tranquilidad oportuna. La vida aprieta, y la Literatura se resiente, suele ser inevitable. “Tuve que hacerlo a toda velocidad y yo sé muy bien cuáles son las cosas que no están bien armadas (…) Tuve confianza en el lector intuitivo. Dije, “bueno, el lector se va a dar cuenta de las cosas”[3]. En otro momento de la entrevista con PICÓN GARFIELD confiesa que pensó que era el momento de escribir un libro que fuera útil políticamente hablando, “además de ser un libro literario (…) Entonces pensé que si yo era capaz de escribir ese libro, como soy eso que llaman un  “best seller” en toda América Latina, ese libro mío iba a ser leído por cientos de miles de personas en la Argentina. Entonces, por la vía de la literatura, mucha gente iba a enterarse de cosas que no conocía por la vía periodística. Ése es el aspecto práctico de mi intención. (…) La idea era escribir un libro que al mismo tiempo se pudiera leer como una novela, que no perdiera demasiada calidad de novela (…) Y estoy muy contento de haberlo hecho porque evidentemente el libro ha contribuido a la causa de los prisioneros políticos en la Argentina. Y sobre todo fuera de la Argentina, en países como México y Guatemala, donde lo que pasa en la Argentina es desconocido. Como en cambio a mí me leen, se van a enterar de las cosas a través del libro”[4]. Otro libro que sirvió para algo, en el sentido más pragmático posible. Además de estas dos utilidades tan descarnadas, algunos de sus textos sirvieron para hacer películas, pero prefiero no entrar en ese tema: en primer lugar porque mi buena amiga Ana Sedeño lo trata con el rigor que la caracteriza en un excelente trabajo de este mismo número de “Sur” y, en segundo lugar, porque como la utilidad de los textos queda en el campo de las bellas artes, aunque ahora en el cine, siguen siendo otro tipo de maravillosa inutilidad, más alimento para el espíritu. Más fin en sí mismos.

Concluyo aquí este divertimento certificando cómo el genial Julio Cortázar, más allá de la insuperable belleza inútil que proporciona su Literatura (para mí es imprescindible para vivir: sin “Casa tomada” yo no sería lo que soy, por ejemplo), consiguió ser útil, en el peor sentido de la palabra, con algunos de sus textos.
 
 

 




[1] Esta anécdota es descrita por Julio Cortázar en diversas entrevistas. Sigo la versión descrita en PICÓN GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, Universidad Veracruzana, México, 1978, pp. 23-24.
[2] PICÓN GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., pp. 26-27.
[3] PICÓN GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., p. 27.
[4] PICÓN GARFIELD, E.: “Cortázar por Cortázar”, cit., pp. 54-55.

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