Espero que les agrade.
El
día de la muerte de David Bowie
A Cristina Consuegra y Antonio
Jiménez Millán
El día de la muerte de
David Bowie
madrugué, como cualquier
otro día,
para llegar temprano al
trabajo
y comenzar a resolver
todo eso tan esencial
que siempre me espera en
el despacho.
Javier Salvago alegraba mi
trayecto
y me sentía especialmente
creativo
(me sucede cuando alguien
me regala creatividad).
Todo parecía lo de
siempre.
Mis compañeros del
autobús de las siete
eran los de siempre:
la señora ucraniana que
apenas habla español;
las altivas funcionarias
de los Juzgados;
el tatuado lector de Juan
Luis Panero
(él no lo sabe, pero
somos cómplices);
la chica que abre el
jardín de infancia todavía de noche;
el pintor, con sus
coloreados pantalones viejos;
algún estudiante medio
dormido con papeles en la mano…
¿Qué pensarán ellos de
mí?
“Ese joven tan triste al
que vemos envejecer pegado a un libro”,
puede que piensen.
Y llevarán razón.
Antes de comenzar mi
jornada,
moderadamente
somnoliento,
repasé la prensa en el
ordenador,
como cada mañana.
Y fui consciente de que,
ya, nada importaría hoy:
ha muerto David Bowie.
No era otro bulo macabro
de la red. No.
Esta vez, no. Ha muerto
David Bowie.
Inevitable:
todo eso tan importante
que cada día me acosa
pasará a un segundo plano
hoy.
Hoy:
el día de la muerte de
David Bowie.
(Antonio J. Quesada)