Como uno vuelve siempre a sus demonios familiares, o son ellos los que no se van nunca, escribí un divertimento sobre MVM, mi siempre admirado "Manolo" ("las cosas de Manolo", decía Carrillo, aguantando la pedrada), fuente inagotable de sugerencias. El trabajo iba a publicarse pero ha quedado, como las dos cruces de la canción, clavado en el "Monte del Olvido", así que lo recupero para goce y disfrute de mi legión de fans... ejem, bueno, en fin... yo me entiendo, es que si no me animo a esta hora de la mañana, el día empieza como peor (Ceaucescu escuchaba un disco con treinta minutos de aplausos antes de dormir, cada noche; mi ego no necesita tanto: me basta con un semi-piropo irónico, pues la vida me ha enseñado a lucir el ego a media asta, por si acaso, y a esperar poco de quien me rodee, por si acaso también; hago demasiadas cosas "por si acaso", según veo).
Un abrazo,
¡Ay, don Gregorio Morán / cómo dice
usted esas cosas / de mi Vázquez Montalbán!
Antonio J. Quesada
Cada día leo a menos opinadores políticos de la prensa
escrita: no me interesan. Tampoco me interesan sus equivalentes en radio y
televisión: sabios que reorganizan la galaxia conforme a sus cuatro
conceptillos, que coinciden con los intereses del señorito al que sirven. No me
aporta nada. No me aportan nada. Confieso, sin embargo, que me resulta
imprescindible la tertulia de la
SER: me adentra en el sueño con talante. Leo sólo a algunos
columnistas concretos, pues me interesa el personaje, y cuando escriben de
política(s) también leo sus cosas. Lo hacía con Umbral y lo hacía con Vázquez
Montalbán, y seguramente lo hago todavía con algún otro que siga vivo, aunque
ahora no recuerde con quién. Pero no quiero parecer desinformado: alguno habrá
por ahí, entre tanta hojarasca. Pongan tres o cuatro nombres y ya está.
¡Un momento! Sí, ahora recuerdo a uno: Gregorio Morán, en La Vanguardia. Gregorio
Morán me interesa desde hace ya demasiado tiempo, porque toque el tema que
toque, ya sea Adolfo Suárez, ya sea lo de los vascos, ya sea el Partido
Comunista, siempre es Gregorio Morán tratando sobre ese algo. Y su sugerente estilo
me atrae, ergo le leo. Eso me pasaba
con los otros autores citados, auténticos magos de la palabra.
Recopiló, Gregorio, en 2013 bastantes de sus columnas en La Vanguardia bajo el
título “La decadencia de Cataluña contada por un charnego”, en Debate. Un lujo
de libro, y con excelente título: (re)pensar Cataluña para ver de dónde venimos
y adónde vamos, con luces y sombras. Pese a la tentación, seguiré el consejo
del Centinela de Occidente y no me meteré en política, pero hay una columna de
Gregorio que me resultó especialmente sugerente, y de ella quiero escribir: se
titula “Vázquez Montalbán, póstumo”, y fue publicada el día 29 de noviembre de
2003, poco después de fallecer MVM (en el libro citado, páginas 132-136). Columna
escrita desde la admiración, deja caer algunos comentarios que provocaron mi
adhesión, mi desacuerdo o mi necesidad de matiz. Como quien le habla a la tele,
yo quiero hablarle hoy al artículo de Gregorio Morán. Por eso emborrono estas
líneas: para disentir “sin acritud”, que hubiese dicho Felipe González. Porque
admiro a los interesados y porque creo que con estas lecturas y contestaciones
me hago un poco mejor. Un poco más culto. Y eso me gusta.
De entrada, defiende Morán una visión más poliédrica de MVM
que la que muchos conocen: MVM no sólo fue un intelectual futbolero, un teórico
de las ideas con el balón (un Umberto Eco antes que un Valdano, claro está). El
Manolo poeta, asegura, es el mejor de “los manolos”. Estoy de acuerdo con esta
idea, y ya lo defendí desde las páginas de este Diario con aquel trabajo que
titulé “Manuel Vázquez Montalbán y los siete enanitos”, e incluso después
martiricé con esta concepción a los amables oyentes de una charla que di sobre
el tema. MVM fue un poeta que también hacía otras cosas. Alguien que se
acercaba a los sitios con mirada de poeta y con poética propia. Para Morán y su
generación fue incluso más: MVM fue como un hermano mayor. Sin duda: esa
conciencia que escribía en prensa y sabía jugar con la misma creatividad con
Concha Piquer, T. S. Eliot o la
Escuela de Frankfurt. Todo en uno. Un referente, MVM.
Sin embargo, mi admirado Gregorio no parece estar
excesivamente feliz con el MVM novelista: “No tenía capacidad de crear
situaciones, y por eso sus novelas siempre me parecieron modestas, excepción
hecha de Galíndez”. Me parece algo
aventurado: MVM es más conocido por su labor periodística y novelística que
poética. Aunque sobre todo poeta, sus novelas me resultan de gran altura, sean
de Carvalho u otras (“Los alegres muchachos…” es un sugerente ajuste de cuentas
con la gauche divine; “Autobiografía..”,
con el Centinela de Occidente; “El estrangulador” es tremendamente poética;
“Erec y Enide” es excesivamente lúcida…). A Gregorio no le convence: “Nunca amé
a ningún Carvalho, lo siento, porque ahí está el lado más frágil de la
literatura de Vázquez Montalbán, el de la exigencia de cómplices, más que de
lectores”. En esto de los cómplices puede tener razón: ahora que lo pienso,
cuando abro una novela de Carvalho me siento otro personaje más. Pero el
inmenso fresco de la España
de los años setenta para acá es incomparable, desde mi personal punto de vista.
Confieso volver a Carvalho con placer. Puede que sea un poco Carvalho, incluso.
“El pianista, una
gran historia y una novela fallida, sin clima”. Peccato, Gregorio! Gran texto sobre la labor del creador y
excelentes climas, desde mi punto de vista, todos los descritos, en las
diversas épocas. Enmienda a la totalidad de este comentario.
Concluye también que fue un ensayista notable, salvo en
algunos de sus últimos ensayos, “demasiado esclavo de las prisas”. Seguramente
es así, pese a que son ensayos escritos por un poeta y con sentido del humor, y
eso se nota. Pero en lo de las novelas no puedo estar de acuerdo, don Gregorio.
Y por eso firmo la presente aquí y ahora.