Mi colaboración en el bellísimo catálogo de la Exposición "Diego Medina: poeta y editor", que inaguramos ayer en Málaga (un seguro, trabajar con Antonio Herráiz).
Escrito con todo el cariño y admiración hacia Diego: poeta, editor, amigo, cómplice...
2003: el año en que conocí a Diego Medina
Antonio J. Quesada
Corría el año 2003 y yo era un Becario
de Investigación de la Facultad de Derecho que, entre clases seguramente
olvidables y textos científicos manifiestamente mejorables, sacaba tiempo para
escribir cosillas con pretensiones literarias.
En ello andaba cuando obtuve el Primer
Premio de la Muestra “MálagaCrea 2003”,
del Ayuntamiento de Málaga, en Narrativa Breve. No había publicado nada y no me
conocía nadie, seguramente ni yo mismo (todavía sigo sin conocerme), y ganaba
esto. Para alguien acostumbrado a perder, aquello fue una fiesta.
Fui, muy ilusionado, a recoger mi
premio, y en una tarde calurosa de la Feria del Libro de Málaga se presentó el trabajo
que recopilaba los textos ganadores. Allí conocí a Diego Medina. Me dio la
enhorabuena, muy cordial, y me propuso, ya que había ganado el premio en la
modalidad de narrativa, publicar algo en una colección que, según parecía, tenía
el Ayuntamiento de Málaga llamada “Monosabio”. Acepté encantado. Con el tiempo
sería consciente de que esa generosidad que tuvo conmigo la había tenido y la
tendría con bastantes creadores jóvenes. Diego se iba a convertir en un
cómplice inolvidable.
Diego y yo fuimos forjando una
complicidad muy bella, alimentada con referentes creativos, noches de poesía y
cerveza, generosas presentaciones de mis distintos librillos, guiños perennes
(Pier Paolo Pasolini, Vázquez Montalbán, Carnaby Street, Roma, la familia
Panero, …), etc. Con el tiempo, mi cómplice Diego se jubilaría, sería abuelo y
comenzaría a pintar. Nos veíamos bastante menos, pues yo me iba cargando con
todo eso que asumimos en la vida para parecer personas responsables.
Y en eso llegó la muerte. Traidora.
Traicionera. Rondando el 14 de abril: de repente estábamos en una ceremonia
laica en el cementerio, reteniendo las lágrimas y recordando a Diego. Le
homenajeé con aquellos versos de Pasolini que Welles leía en “La ricotta”, y escuché
a Joe Cocker con un nudo en la garganta.
El año 2003 fue fructífero para
mí: fui joven poeta comunista durante un fin de semana, obtuve honores literarios
diversos y publiqué “Un mensaje en el móvil” en la colección Monosabio. También
me doctoré en Derecho con la pompa propia. En el año 2003 sucedieron bastantes
eventos importantes en mi vida. Pero, ante todo, fue el año en que conocí a
Diego Medina. Y empezaría a tener con él, para siempre, una deuda impagable.