Buscando no sé qué he encontrado, de repente, una bella imagen de Asís (la histórica ciudad de la Regione Umbria, cuartel general de los franciscanos). Y recordé mi estancia por allí, invitado por un franciscano al que conocí en una recepción en la Embajada española ante la Santa Sede (en Roma se dan situaciones tan extravagantes como esta que cuento).
Estaba yo en una recepción, en el edificio de Piazza di Spagna, como un pez al que sacas del río: entre señoras muy entaconadas y señores muy engominados que parecían cerrar negocios muy importantes y, a la vez, devoraban canapés (yo también lo hacía, lo de los canapés, no lo de los negocios, pero sin tacones ni gomina, y como extraño, fuera de lugar). Buscaba a algún otro paria de la tierra, otro desplazado del evento, como para hacer una especie de frente común de marginados, y me topé con Fray Antonio. Un hermano franciscano que, con su hábito, también era extraño en aquel clima parecido al de la Bolsa, los Consejos de Administración y demás sitios de ese estilo. Me acerqué a él. "¿También le han dejado a usted solo, hermano?", le comenté, en tono de broma. Y ya no estuvimos solos, ni él ni yo. No soy muy devoto en el plano religioso, pero siento un profundo respeto y cariño por el modo de ser y de estar franciscano.
Me invitó a visitarle, en Assisi. Con el tiempo acudí y... fue tan agradable que le dediqué un cariñoso relato que se incluyó en mi "Cuaderno de Roma", aquella imprudencia que alguna vez publiqué (cuando era joven y cometía estas imprudencias).
A pesar de los pesares sigo leyéndolo con ternura, pues recuerdo todo lo que fue (algunas cosas se cuentan, más o menos maleadas, y la mayoría no: Fray Antonio era así de bueno y abierto, pero no cascarrabias, aunque eso me servía, en el relato, para plasmar la sensación de superación por parte de la congregación; la sensación de estar como en fuera de juego, en este mundo).
Un abrazo, Fray Antonio.
Estaba yo en una recepción, en el edificio de Piazza di Spagna, como un pez al que sacas del río: entre señoras muy entaconadas y señores muy engominados que parecían cerrar negocios muy importantes y, a la vez, devoraban canapés (yo también lo hacía, lo de los canapés, no lo de los negocios, pero sin tacones ni gomina, y como extraño, fuera de lugar). Buscaba a algún otro paria de la tierra, otro desplazado del evento, como para hacer una especie de frente común de marginados, y me topé con Fray Antonio. Un hermano franciscano que, con su hábito, también era extraño en aquel clima parecido al de la Bolsa, los Consejos de Administración y demás sitios de ese estilo. Me acerqué a él. "¿También le han dejado a usted solo, hermano?", le comenté, en tono de broma. Y ya no estuvimos solos, ni él ni yo. No soy muy devoto en el plano religioso, pero siento un profundo respeto y cariño por el modo de ser y de estar franciscano.
Me invitó a visitarle, en Assisi. Con el tiempo acudí y... fue tan agradable que le dediqué un cariñoso relato que se incluyó en mi "Cuaderno de Roma", aquella imprudencia que alguna vez publiqué (cuando era joven y cometía estas imprudencias).
A pesar de los pesares sigo leyéndolo con ternura, pues recuerdo todo lo que fue (algunas cosas se cuentan, más o menos maleadas, y la mayoría no: Fray Antonio era así de bueno y abierto, pero no cascarrabias, aunque eso me servía, en el relato, para plasmar la sensación de superación por parte de la congregación; la sensación de estar como en fuera de juego, en este mundo).
Un abrazo, Fray Antonio.
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