Columna publicada en El Faro Astorgano el martes 3 de abril de 2018.
LEOPOLDO MARÍA PANERO SÍ TIENE QUIEN
LE ESCRIBA
Antonio J. Quesada
Profesor de Derecho Civil
Universidad de Málaga
El pasado 5 de marzo se
cumplieron cuatro años de la muerte del poeta Leopoldo María Panero. El poeta
maldito canónico del Siglo XX español (o el “raro”, antes que maldito, como le
calificaría su biógrafo, Benito Fernández), superó todas las profecías que auguraban
una temprana muerte y sobrevivió bastante más tiempo del que algunos vaticinaban.
Pero su muerte, en 2014, no terminó con los problemas en torno a su figura,
sino que ahora, tras su fallecimiento, quedaba por ver qué sucedía con sus
cenizas, con sus pertenencias y con una posible masa hereditaria, en su caso.
Leopoldo María Panero fue polémico incluso después de muerto, como sucede con los
grandes personajes de la Historia. La familia por un lado, el sanatorio por el
otro, parece que el hospital no daba su brazo a torcer ante los familiares del
poeta, como parece lo natural. En 2016, en una anécdota muy española, se le nombró
Hijo Adoptivo de Las Palmas, dos años después de haber fallecido. España es un
país que suele maltratar a sus creadores en vida, pero que al morir les levanta
estatuas, les dedica calles y discursos y les condecora con música de orquesta,
y volvemos a lo que ya conocemos desde hace tanto, gracias a Juan Luis: “Y años después canonizado en revistas y libros / (excepto
la alusión de Macrí), números de homenaje / y las calles de Leopoldo Panero / y
las lápidas de Leopoldo Panero / y el premio Leopoldo Panero / y el colegio
Leopoldo Panero / y tu efigie entre otras ilustres / en los muros solemnes del
Ateneo / y por fin esta estatua de Leopoldo
Panero / que contemplo en un helado atardecer / mientras llueve a lo lejos
sobre el Teleno”.
Judicialmente
se debía aclarar el tema de los herederos, y de entrada era realmente difícil
que existiera descendiente alguno, cuando nos encontrábamos ante un fin de raza
como el que se vaticinaba en “El desencanto”. El poeta tuvo que someterse,
después de muerto, a un proceso con ribetes kafkianos (pero sin la ayuda de
Orson Welles), en el que la autoridad judicial, en primera instancia, no tenía
clara la muerte de Felicidad Blanc y, sin pruebas ni gaitas, puso punto y final
al proceso. Debía de ser la única persona en España que no había visto “Después
de tantos años”, aquella película de Ricardo Franco no menos mítica que la de
Chávarri, sobre los hermanos Panero. Fue algo parecido a lo que sucedió a
Baltasar Garzón, cuando solicitó la declaración de fallecimiento del General
Franco, quizás porque fue el único español que no escuchó a un lloroso Arias
Navarro en televisión.
La Audiencia Provincial
de Las Palmas, en segunda instancia, puso orden, declarando herederos a sus
primos, capitaneados por la infatigable Charo Alonso Panero, que tan gran labor
realiza junto a su esposo, el poeta y profesor Javier de la Rosa, a cargo de la
Cátedra Leopoldo Panero. Por fin. Después de tantos años y de tanto desencanto.
Por fin.
Tengo el placer de
conocer a la mayoría de esos primos (el pasado año falleció Marisa, nuestra
querida Marisa) y me consta que la sucesión de Leopoldo María está en buenas
manos. En manos que le quieren. En las que tiene que estar, guste o no al resto
del mundo, empezando por mí y terminando por quien quiera, que no teníamos
lazos de parentesco con Leopoldo María, por más que le admirásemos.
Algunos diarios
anuncian la intención de los herederos de enterrar a Leopoldo María en Astorga,
en el coqueto cementerio en que ya descansan su padre Leopoldo, su tío Juan, su
hermano Michi y su prima Marisa, entre otros familiares. Y hay quien, desde fuera,
juzga y considera que eso de enterrarlo allí es bueno, regular o malo
(evidentemente, si alguien se pronuncia es para criticar la decisión). Como si
esa decisión correspondiera a alguien que no fuera a esos herederos. Como si
los demás tuviésemos voz y voto en tan íntima decisión.
“Pagar mis deudas y
enterrar a mis muertos”, se proponía como plan de vida Pepe Carvalho, y siempre
que intercalemos gozar de los placeres de la vida, me parece una política muy
sensata. Dejemos a la familia que decida conforme considere oportuno y sigamos
leyendo y disfrutando con las obras de tan exquisito creador. Pero, como firmo
este artículo, ejerceré de entrometido que se atribuye voz y voto: conociendo
como conozco a los herederos y a Astorga, me parece la mejor decisión.
Leopoldo María Panero
sí tiene quien le proteja. Leopoldo María Panero sí tiene quien le escriba.