(Con este texto participé en el número de Monosabio homenaje a Diego Medina. Texto extraído de mi aportación a la colección, "Un mensaje en el móvil")
"La música nos acompañó siempre. Aún
hoy echo mucho de menos esos ratos compartidos: me abrió un mundo musical
alternativo desconocido para mí hasta entonces. Ernesto tocaba la guitarra, y
nos agradaba reunirnos a tocar y cantar, a veces con otras personas, a veces
solos. Por la noche, es cierto, al ir de copas, cedíamos terreno y escuchábamos
la música gastronómica con la que el mercado nos bombardea las veinticuatro
horas. Ernesto llamaba “música gastronómica” a la música comercial, de moda:
decía que había tomado el término de Umberto Eco, que a veces escribía cosas
grandes, y que era música para consumir, asimilar y defecar en escaso período
de tiempo. Canciones del verano, por ejemplo.
Pero en privado era diferente, no
hacíamos esas concesiones: reconozco que de mi relación con Ernesto me ha
quedado el gusto por esta música intimista y crítica que nadie oye en público.
Cuando estábamos solos, la era no dejaba de parir corazones políticamente
ardientes, Olivia despertaba cada mañana, como solía hacer la gente, más o
menos con el sol. El hombre de este siglo se perdía allí (¿allí, dónde?), pero
su nombre y apellidos seguían siendo “Fusil contra fusil”. El elegido, el
mártir del Moncada, nos reconocía que la guerra era la paz del futuro, antes de
que le viéramos perderse entre humo y metralla, contento y desnudo, pues iba
matando canallas con su cañón de futuro. Los tres hermanos no dejaban de
marchar nunca por esos mundos de Dios. Perdimos juntos un unicornio azul (el
que sabe qué es eso nos entiende) y tocábamos fondo bien juntitos. Silvio
siempre rondaba cerca. También con Pablo aprendimos a amar eternamente a
Yolanda, claro. Y otros, también otros estaban con nosotros habitualmente:
Sabina (que después sería un bombazo musical), Krahe (perseguidor de doncellas
que finalmente no lo eran), Aute (sentimos el frío de los cinco últimos
ejecutados por Franco al alba, junto a él), hasta ese joven, Serrano, también
bastante interesante (atrapó Mayo de 1968 y sus michelines políticos en una
canción insuperable). No puedo evitarlo: lloro por la alegría perdida, por esos
momentos que, de esa forma, nunca volverán ya".