EL (NADA) DISCRETO
ENCANTO DE LA FAMILIA PANERO
Antonio J. Quesada
Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su
manera. Con esta o parecida frase (¡ay, las traducciones!) comenzaba Tolstoi su
magistral “Ana Karenina”, y con su genial texto hemos disfrutado y,
posiblemente, aprendido (además de nutrirnos de citas para parecer así como más
cultos, en nuestras charlas) generaciones de lletraferits.
No conozco familias felices, en el sentido más literal de la expresión,
como no conozco personas felices, salvo que liguemos esa pretendida felicidad
con hipocresía, cacharrería trascendente o sometimientos o conformismos diversos.
Y si alguien me demostrara alguna vez lo contrario plegaré las velas, por
supuesto, pues solamente me pliego ante lo que es más correcto que lo que defiendo
(ante la vida y sus hechos consumados no me pliego: me obligan a plegarme).
La familia Panero, ejemplo canónico en España de familia más o menos
desestructurada (con esto hay bastante mito, como con casi todo lo relacionado
con tan creativa familia), merece atención. Aquellos que hemos convertido la
actividad creativa en un fin, en una religión, en una ética, en una estética o en
una tabla de salvación personal, estamos en deuda con los Panero. Creadores tan
entregados y sugerentes seguirán atrayendo nuestra atención siempre, no puede
ser de otro modo. Me gusta repetir que en el interés por los creadores de la
familia Panero, “en los Panero”, “se entra, pero no se sale”, ya que uno queda
atrapado en las fronteras del abismo que diseñan.
Las vidas y obras de tantos sugerentes y poliédricos creadores merecen
repaso y meditación, e incluso es posible que uno vaya cambiando de opiniones
conforme pasa el tiempo (al autor de estas líneas le ha sucedido, y ha dejado
por escrito ideas que ya no sostiene). Chávarri, con su genial película, puso
en pie un arma de doble filo que, si bien ejecutaba nuevamente, de modo inmisericorde,
al ya fallecido Leopoldo Panero, levantaba sobre su cadáver exquisito (y en
contra del mismo) un posible mito de la familia. Jugar con realidades y
ficciones puede llevar a confusiones, y puede que bastante de eso sucediera con
“El desencanto”, de ahí tanta polémica: los protagonistas eran tan seductores
que, a lo mejor, creímos que esas sugerentes máscaras (sospechosamente
parecidas a las caras, todo sea dicho) eran las verdaderas caras, y
consideramos verdad lo que, a lo mejor, era verdad maquillada por literatura y ficción.
Nos enseñó Jaime Gil de Biedma que donde no se habla bien es difícil que se
escriba bien, y “El desencanto”, obviamente, nos encantó: esos personajes
atractivos, que hablaban tan bien, escribían no menos bien y maltrataban de
modo freudiano a un padre ausente y a ellos mismos, de paso, enganchaban.
Con “El desencanto” puede que sucediera algo parecido a lo que, a lo mejor,
sucedió con el 23-F (tema obsesivo para Leopoldo María durante un tiempo, por
cierto): que cada uno hacía su propia guerra por su cuenta. A lo mejor no
existe “El desencanto”, sino “Los desencantos”, y Chávarri ajustaba sus cuentas
por un lado, Querejeta las suyas por otro y Felicidad y los chicos, cada uno, daba
su propio golpe de estado aprovechando que el Pisuerga, durante el rodaje,
pasaba por Astorga. Y, todo eso ensamblado, tanta lucha contra tanto demonio
familiar y obsesión, conformaba lo que hoy conocemos como “El desencanto”. Contribuyendo
al nada discreto encanto de “El desencanto”.
Ha determinado tanto las interpretaciones, esta película, y en tantos
sentidos, que vamos a dedicar atención, en esta serie de trabajos, a los
diversos miembros de la familia, y ceñiremos esa Familia al padre, la madre y
los tres hijos, que son los que aparecen-no aparecen en la película: obviamos a
Juan, prematuramente fallecido, y a otros familiares que no aparecen ante la
cámara ni se les espera.
Hay que detenerse en cada uno de ellos y extraer el jugo creativo que
proporciona, que no es escaso: cada uno tiene una película, como hubiese asegurado
un cineasta. Es lo que pretendemos con estos trabajos: detenernos en cada uno
de ellos y filmar una especie de “trailer” de cada una de esas películas.
Es justo y necesario, que dicen en las misas.
Es justo y necesario detenerse y admirar el (nada) discreto encanto de la
familia Panero. El apabullante encanto de la familia Panero. Y concluir si el innegable
encanto de “El desencanto” nos distorsiona, a la hora de razonar.
Encantado de afrontar esta tarea.