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La Panero Family da para tanto...
¿Seré yo otro hombre que casi conoció a
Michi Panero?
Antonio J. Quesada
Un creador no puede ser una persona normal. No se puede
pedir a un creador que se comporte como si fuese un Notario, un empleado de
banca, un Jefe de Negociado en Obras Públicas o un funcionario de la Junta de Castilla y León.
No. Lo de la creación suele ir de otra manera: un creador no tiene por qué ser
un bonus paterfamilias, aunque de
todo hay por esos mundos de Dios.
Un creador es un Dios. Un creador necesita la Nada para construir su mundo
en siete (o más) días. Un creador debe, incluso, asomarse al abismo, a ver qué puede
pescar por allí para su Obra (Todo por la Obra ). Dependerá del concreto creador, ya, que
resbale y caiga de lleno en el agujero negro o que sepa mantenerse firme y no desplomarse
mientras toma nota de todo en un cuaderno de cuadritos. Puede, incluso, que
decida descolgarse, pertrechado con todo lo necesario para mirar el fondo sin
sufrir daño alguno y volver a subir. En fin, que cada uno organiza su caos como
prefiere.
Incluso hay a quien le empujan al abismo. El abismo atrae,
es inevitable. El malditismo atrae: la carne del creador es débil. La
destrucción atrae: vivir es destruir(se) jugando con los tempos mejor o peor (hay muchos modos de destruirse: el alcohol,
las drogas, el matrimonio, sacar plaza de funcionario, triunfar, fracasar, los
domingos en la playa…). La autodestrucción atrae todavía más y, encima, es como
más honesta.
Un ejemplo inmejorable: cuando una persona mínimamente
sensible acaba cayendo en los abismos insondables de la saga de los Panero
(casi tantos como los hermanos Karamazov) debe ser consciente de que de ahí no
se sale, ya. Es como ser arrastrado por un tornado creativo. No recuerdo cuándo
caí yo, pero… ya no he podido salir de allí. Tiro para acá, tiro para allá,
subo, bajo, entro, salgo, me voy, vuelvo, pero… doblando una esquina vuelve a
aparecérseme alguno de los espectros familiares astorganos. Y hay que
atenderle.
Leopoldo Panero, por ejemplo, para mí sigue envuelto y
maniatado, como en “El desencanto”. No me atrae. No me atraen los poetas
oficiales. Pero el resto…
Yo también me enamoré retroactivamente de Felicidad Blanc,
y hubiese ido a verla al Ministerio aquel en que la colocaron de bedel para que
tuviera una manutención. Sólo por verla, sin dirigirle la palabra ni molestarla
(como con Pepa Flores, otra musa que generacionalmente no me corresponde: uno
no elige sus pasiones).
Yo también he alucinado con Leopoldo María y sus derroches
creativos, el hermano que más me interesa, y hemos paseado por Carnaby Street (Túa Blesa, Leopoldo
María, J. Benito Fernández, Federico Utrera y yo: recuerdo perfectamente que
hacía frío). Su obra me acompaña y hace más agradable esta cuerda locura del
día a día.
Yo también me he indignado con Juan Luis, que tiene “más
calva que espalda”, como alguna vez apuntaría Michi. Juan Luis es el que menos
me ha interesado, las cosas como son. En “El desencanto” no me disgustó,
haciendo como de cowboy ilustrado (citó
a algunos de mis predilectos: Kavafis, Cernuda o Camus), pero en “Después de
tantos años” ya era como un extra de sí mismo. Poca cosa. Prosaico. Distante.
Casi nada.
Yo también fui seducido por el Michi mimoso de “El
desencanto” y me sobrecogí con la lucidez del Michi terminal “después de tantos
años”. Terminado pero lúcido, de su desgastada boca escuché salir frases que
repito constantemente (ahora, satisfecho con el refrendo), como la de que “lo
que bajo ningún concepto se puede ser en esta vida es coñazo”. En un poema que
he mandado a algún concurso en el que, seguramente, no se comerá una mantecada,
califiqué a Michi de “poeta a su pesar”.
Así lo sigo pensando.
Michi, el poeta bajo palabra de honor entre poetas con
obra. Michi, el lúcido creador que dejó poca literatura (y, mucha de ella, en periódicos).
Michi, que hizo de su vida su mejor obra, dejando un halo de bohemia, genio,
alcohol mal digerido y hembras en celo de una noche. Michi, cierta lucidez
entre un hermano loco y otro hermano que se hacía el loco. ¿Locura? España es
un manicomio sin verjas…
Nacho Vegas, ese músico asturiano
que nació en el mismo año que yo (¡gran cosecha, vive Dios, la de 1974!), ha agrandado el mito con una melancólica
canción titulada “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. Un homenaje a la
derrota. No incluiré la letra, pues se dispara la extensión del artículo, pero
esta joyita tiene partes como las que siguen: “Es hora de recapitular las
hostias que me ha dado el mundo. Hoy vendrán a oír mi último adiós. Bien. Uno a
uno van llegando y yo los recibo en batín. / Y unos me llaman chaval / y otros
me dicen caballero. / (…) / Fracasé una vez, fracasé diez mil / y aun así alzo
mi copa hacia el cielo / (…) / Y no me habléis de eternidad. No me habléis de
cielos ni de infiernos. ¿No veis que yo le rezo a un dios que me prometió que
cuando esto acabe no habrá nada más? Fue bastante ya... / Nunca fui en nada el
mejor, / tampoco he sido un gran amante. / Más de una lo querrá atestiguar. / Pero
si algo hay capital, / algo de veras importante, / es que me voy a morir / y
cuando digo voy es que voy. / Lo he pasado bien, y casi conocí en / una ocasión
a Michi Panero, / y es bastante más de lo que jamás / soñaríais en mil vidas. /
(…) / Qué lástima, no dejaré / nadie a quien transmitir mi sabia; / consideré
insensato procrear. / (…)”.
¿Seré yo otro hombre que casi conoció a Michi Panero?