Ahí les dejo el trabajo, amigos. Un abrazo, feliz fin de semana,
Antonio
A Paz os dejo, mi Paz os doy
Antonio J. Quesada
Por aquello de que todos los años hay que buscarse
efemérides para recordar, aparentar que tenemos memoria e, incluso, que somos
casi cultos (y no esos simios semi-evolucionados que generalmente somos), no
está de más recordar que este año hemos celebrado el centenario del nacimiento
de Octavio Paz. 31 de marzo de 1914 es la fecha de nacimiento, según la
wikipedia, que es como la Britannica de los
tiempos que corren. Cien años, por tanto, creo que salen, aunque me faltan
dedos para confirmarlo.
Octavio Paz, ese poeta. Octavio Paz, ese ensayista. Octavio
Paz, ese mandarín cultural mexicano (me gusta la equis de México, como a Valle
Inclán). Octavio Paz, ese Ortega con poncho del que alguna vez hablara mi admirado
“Pacumbral”. Octavio Paz, ese hombre que fue trotskista durante unos meses y ya
se le computó para toda la vida (y para bien), incluso cuando cambió de lado el
flequillo y las ideas (como el gran Malraux). Los estilistas hacen milagros…
Nieto de ilustrado porfirista, hijo de zapatista y de madre
de origen español: todo eso metido en la Thermomix sociológica puede producir no se sabe
qué.
Octavio Paz me interesa relativamente poco como poeta, doy
la primera en la frente. Ya sé, ya sé: yo también tengo “Libertad bajo palabra”
de Cátedra, como todo hijo de vecino (ya saben que Paz metía y quitaba poemas
aunque mantuviera el título), y he mirado “Salamandra”, “Vuelta” y “Árbol
adentro”, e incluso yo también me he indignado por el hecho de que Círculo de Lectores
saque ahora la poesía completa en edición destinada a quebrarse con tres
repasos (y como no soy Pepe Carvalho, muy a mi pesar, todavía no quemo libros).
¡Con las ediciones tan coquetas que hacen, y lo blanda que les salió ésta! Pero
Octavio Paz es, ante todo, poeta. Que no me interese la poesía de alguien no
quiere decir que ese alguien no se acerque como poeta a la vida y a los
problemas. Paz lo era: un gran poeta. Un gran poeta que no me llegó como poeta.
Octavio Paz me interesa mucho más como ensayista: releo
periódicamente “El laberinto de la soledad” (lo tengo también de Cátedra; soy
muy “catedrático”, en la medida de mis posibilidades) para entender a México
(la de dentro de México y la de Estados Unidos), y he bebido en mis tiempos
púberes libros como “Corriente alterna”, “El ogro filantrópico” o “Tiempo
nublado”, entre otros. Pero muchos de éstos me dan hoy una pereza mortal, de
cara a su relectura: sólo de pensar en páginas y páginas sobre el burocratismo
soviético se me caen los faldones del alma al suelo. Sin embargo, todo aquello
de los rebeldes y revolucionarios (hay bastante Camus por aquí) y de las
máscaras me sigue atrayendo (tuvo ocasión de desempolvarlo cuando todo aquello
de Marcos y el EZLN). Y sus trabajos sobre la India me interesan cada día más, así como sus
inteligentes críticas literarias y comentarios sobre otros creadores (¡cómo
diseccionó a Sor Juana Inés de la
Cruz, allá por 1982!). Dicen que fue el receptor de aquella
mítica frase de Ortega de que “la erección es un pensamiento”, así que sigamos
razonando por muchos años…
Octavio Paz fue un gran personaje, además. Mandarín
cultural en México, cantaba al PRI aquello de “ni contigo ni sin ti / tienen
mis males remedios”, y criticaba a la “dictadura perfecta” de que hablara Vargas
Llosa por una parte pero, por otra, lograba subvenciones para sus cosas.
Versátil, Octavio Paz. Se peleaba con Neruda y Alberti por la cosa política
(las ideas: ese fardo del alma), pero se leían y admiraban como creadores. Tras
la matanza de Tlatelolco dejó de ser embajador de México y se dedicó a tiempo
completo a ser embajador de sí mismo. Le dieron el Nobel en 1990 (como Cela,
hizo oposiciones para Nobel durante toda su vida y las sacó) y murió en 1998,
dejando un gran hueco.
Posiblemente no es una imagen rigurosa, seria, completa, de
Octavio Paz. Pero no engaño a nadie, amables lectores: “(l)a Paz os dejo, mi
Paz os doy”.
Es lo que hice, vamos.
Queda para otro día Carlos Fuentes, esa especie de Jorge Negrete de la pluma y la diplomacia en el sentido más extenso (extensísimo, diría yo) de la palabra.
ResponderEliminarUna relación, la de Paz-Fuentes, con mucha letra pequeña...