miércoles, 31 de julio de 2019

TIFFANY

Un poema que se publicó por alguna parte alguna vez.





Tiffany
A Audrey. Siempre
Para nuestros días rojos
todos
debemos encontrar nuestro particular
Tiffany:
cualquier rincón de Roma,
las bibliotecas públicas,
mi DVD de Maradona,
una librería de segunda mano u ocasión,
alguna pista de futbito, con redes en las porterías,
los mercadillos anónimos…
Además,
claro está,
de la más íntima música
y
de los más bellos recuerdos.
Mi Tiffany nunca debe fallarme.

                            (Antonio J. Quesada: poema publicado en algún lugar)






domingo, 14 de julio de 2019

REFLEXIÓN DE DOMINGO POR LA MAÑANA


Cada domingo siento la misma tentación: comprar prensa escrita. No puedo negarlo: pertenezco a una generación para la que leer el periódico, en papel, sigue siendo interesante.

Sin embargo, antes de decidirme por alguno de los diarios que ofrecen, me embarga el arrebato de lucidez. Si compro aquellos papeles, locales o no, voy a encontrar en ellos lo que ya intuyo desde hace muchos años: a los de siempre (o adláteres) escribiendo sobre lo de siempre (o lo de casi siempre) o sobre los de siempre (o adláteres). ¿Voy a gastar mi dinero en eso?

Cada domingo siento la misma tentación: comprar prensa escrita. No puedo negarlo: pertenezco a una generación para la que leer el periódico, en papel, sigue siendo interesante.

Y tampoco puedo negarlo: cada domingo sigo mi camino y vuelvo a abrir el libro que lleve esa mañana (hoy, por ejemplo, un libro de relatos de Junot Díaz).

(Antonio J. Quesada. Extraído de ese Diario que escribo, anárquicamente, y que por fortuna jamás verá la luz)

jueves, 11 de julio de 2019

LOS ESPEJOS TRUCADOS DE FRANCIS FORD COPPOLA

En el número 42 de Manual de Uso Cultural (2019) se publica mi trabajo “Los espejos trucados de Francis Ford Coppola", en las pp. 8-9.
Todo un HONOR. 





LOS ESPEJOS TRUCADOS DE FRANCIS FORD COPPOLA


Antonio J. Quesada

La mayor victoria que puede sentir un creador, en mi modesta opinión, es lograr que una obra creativa propia sea tomada por realidad (si es que somos capaces de distinguir entre realidad y ficción, por otra parte; no puedo evitar pensar en “La seducción del caos”, del gran Basilio Martín Patino). Así, me vienen a la mente dos casos especialmente gráficos para ilustrar esta idea: en primer lugar, ciertas imágenes de “El acorazado Potemkin” (Serguéi M. Eisenstein, 1925), muy especialmente las de la escalera de Odessa, han sido incluidas en documentales y trabajos televisivos como si fuesen reales (por cierto, Coppola también homenajea estas escenas en “El padrino”), y en segundo lugar, no podemos olvidar tampoco aquel mítico 30 de noviembre de 1938, cuando Orson Welles hizo creer a los Estados Unidos que se estaba produciendo una invasión extraterrestre, gracias a la adaptación radiofónica que realizó de “La guerra de los mundos”, de H. G. Wells. Hay bastantes ejemplos, pero creo que estos que cito ilustran la idea que quiero exponer.
Cuando pienso en Francis Ford Coppola me vienen al alma tantas películas que conforman mi educación sentimental que no puedo ser objetivo: le idolatro. Pero quiero centrarme en una anécdota pirandelliana conectada con “El Padrino” que me lleva a vertebrar un juego de espejos digno del Welles de “La dama de Shangai”, o del Allen de “Misterioso asesinato en Manhattan” (evidente homenaje a Welles). No es difícil considerar esta trilogía como una sucesión de obras maestras, con los matices que cada uno quiera aportar, y podríamos detenernos en muchos detalles de cada una de las películas (lo hago habitualmente, los “lletraferits” somos así: sé de memoria los guiones, utilizo frases de ellos en mi día a día, podría visionar en la mente las tres películas sin necesidad de DVD, no puedo evitar cierta inquietud cuando veo una naranja en el supermercado o donde sea, revivo cada palabra de la conversación de Michele Corleone con el padre de Apollonia Vitelli en la puerta del bar siciliano, por cierto junto a los guardaespaldas, Franco Citti y el traidor de cuyo nombre no quiero acordarme, etc.). En fin, que estoy entregado a la causa del Padrino.
Pero la obra de Coppola, basada en la excelente novela de Mario Puzo, no solamente llegó lejos desde el punto de vista cinematográfico y creativo. Fue más allá: llegó tan lejos que provocó que capos mafiosos reales recuperaran costumbres que se describen en la película, en un intento desesperado de dignificar su “profesión” en momentos en los que la mafia era tan eficaz como poco presentable en el mercado. Es tan potente la obra de Coppola que no solamente provoca que nos sintamos parte del guión, y nos atemoricemos con los excesos de Santino, celebremos la sensibilidad de Fredo (a pesar de su devenir, horrible) o la fría inteligencia de Michael, heredero final de Don Vito, interpretado por geniales Brando y De Niro, sino que los mafiosos se sienten dignificados por este reflejo en un espejo que no es real. Por desgracia, la realidad no suele estar a la altura de nuestras expectativas, así que no queda más remedio que amoldar la imagen real a la que ofrece el espejo trucado y, en ese sentido, a los mafiosos no les viene mal lucir trajes bien cortados, afeitados obsesivos, gomina canónica y bigotes imposibles, recuperar los besamanos y las peticiones en la boda de una hija, envolver peces muertos en chalecos de ex-vivos, los besos de la muerte en los labios, la semioscuridad del despacho con gato en las rodillas, etcétera. Todo eso que genera mito.
Ficción que es capaz de modificar la realidad: gran triunfo del creador. El espejo estará trucado, pero… ¿acaso no lo hacemos todos, en nuestro día a día? ¿Acaso no tenemos amaestrados los espejos de casa, que ofrecen lo que queremos que ofrezcan, y por eso nos aterra mirarnos en los incontrolables espejos de los ascensores? Sí. Es cierto. Pero no nos desviemos: los espejos trucados de Francis Ford Coppola han llegado más lejos que los de ningún otro.