Todo un HONOR.
LOS ESPEJOS TRUCADOS DE FRANCIS FORD COPPOLA
Antonio J. Quesada
La mayor
victoria que puede sentir un creador, en mi modesta opinión, es lograr que una
obra creativa propia sea tomada por realidad (si es que somos capaces de
distinguir entre realidad y ficción, por otra parte; no puedo evitar pensar en
“La seducción del caos”, del gran Basilio Martín Patino). Así, me vienen a la
mente dos casos especialmente gráficos para ilustrar esta idea: en primer
lugar, ciertas imágenes de “El acorazado Potemkin” (Serguéi M. Eisenstein,
1925), muy especialmente las de la escalera de Odessa, han sido incluidas en
documentales y trabajos televisivos como si fuesen reales (por cierto, Coppola también
homenajea estas escenas en “El padrino”), y en segundo lugar, no podemos
olvidar tampoco aquel mítico 30 de noviembre de 1938, cuando Orson Welles hizo
creer a los Estados Unidos que se estaba produciendo una invasión
extraterrestre, gracias a la adaptación radiofónica que realizó de “La guerra
de los mundos”, de H. G. Wells. Hay bastantes ejemplos, pero creo que estos que
cito ilustran la idea que quiero exponer.
Cuando
pienso en Francis Ford Coppola me vienen al alma tantas películas que conforman
mi educación sentimental que no puedo ser objetivo: le idolatro. Pero quiero centrarme
en una anécdota pirandelliana conectada con “El Padrino” que me lleva a vertebrar
un juego de espejos digno del Welles de “La dama de Shangai”, o del Allen de
“Misterioso asesinato en Manhattan” (evidente homenaje a Welles). No es difícil
considerar esta trilogía como una sucesión de obras maestras, con los matices
que cada uno quiera aportar, y podríamos detenernos en muchos detalles de cada
una de las películas (lo hago habitualmente, los “lletraferits” somos así: sé
de memoria los guiones, utilizo frases de ellos en mi día a día, podría
visionar en la mente las tres películas sin necesidad de DVD, no puedo evitar
cierta inquietud cuando veo una naranja en el supermercado o donde sea, revivo
cada palabra de la conversación de Michele Corleone con el padre de Apollonia
Vitelli en la puerta del bar siciliano, por cierto junto a los guardaespaldas,
Franco Citti y el traidor de cuyo nombre no quiero acordarme, etc.). En fin, que
estoy entregado a la causa del Padrino.
Pero
la obra de Coppola, basada en la excelente novela de Mario Puzo, no solamente
llegó lejos desde el punto de vista cinematográfico y creativo. Fue más allá:
llegó tan lejos que provocó que capos
mafiosos reales recuperaran costumbres que se describen en la película, en un
intento desesperado de dignificar su “profesión” en momentos en los que la
mafia era tan eficaz como poco presentable en el mercado. Es tan potente la
obra de Coppola que no solamente provoca que nos sintamos parte del guión, y
nos atemoricemos con los excesos de Santino, celebremos la sensibilidad de
Fredo (a pesar de su devenir, horrible) o la fría inteligencia de Michael,
heredero final de Don Vito, interpretado por geniales Brando y De Niro, sino
que los mafiosos se sienten dignificados por este reflejo en un espejo que no
es real. Por desgracia, la realidad no suele estar a la altura de nuestras
expectativas, así que no queda más remedio que amoldar la imagen real a la que
ofrece el espejo trucado y, en ese sentido, a los mafiosos no les viene mal lucir
trajes bien cortados, afeitados obsesivos, gomina canónica y bigotes imposibles,
recuperar los besamanos y las peticiones en la boda de una hija, envolver peces
muertos en chalecos de ex-vivos, los besos de la muerte en los labios, la
semioscuridad del despacho con gato en las rodillas, etcétera. Todo eso que
genera mito.
Ficción
que es capaz de modificar la realidad: gran triunfo del creador. El espejo estará
trucado, pero… ¿acaso no lo hacemos todos, en nuestro día a día? ¿Acaso no
tenemos amaestrados los espejos de casa, que ofrecen lo que queremos que
ofrezcan, y por eso nos aterra mirarnos en los incontrolables espejos de los ascensores?
Sí. Es cierto. Pero no nos desviemos: los espejos trucados de Francis Ford
Coppola han llegado más lejos que los de ningún otro.
Fabuloso homenaje a Coppola al cual también yo idolatro a través de su portentoso espejo trucado de "El padrino". Abrazo
ResponderEliminarGracias, amigo Víctor, por compartir esta complicidad "coppoliana". Tenemos un bello espejo en el que mirarnos. Abrazos muy fuertes.
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