(Trabajo publicado en la Revista Aprender a Pensar, núm. 14, verano 2017, pág. 23)
¿UN POETA EN LA
CORTE DE CASSIUS CLAY?
Antonio J. Quesada
“¿Cómo a alguien como tú le puede interesar
un deporte como ese?”, escucha uno en más ocasiones de las que considera normal.
Versión adaptada de aquel mítico “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como
este?” de Colomo-Burning, aplicada a un servidor de ustedes y al boxeo. Deporte
que, no puedo negarlo, me interesa. Sí. Cada uno lleva su cruz, supongo.
Un tipo como yo, lletraferit, más o menos “cultureta” (“cultureta” de la cultura, no
del culturismo, otra facción mucho menos ilustrada del “culturetismo”
rampante), con varios libros de poesía a la espalda, alguno de prosa, textos e
inclusión en antologías por aquí y por allá, premios, que trabaja como docente y
no sé qué más medallas culturales, ¿puede interesarse por el boxeo? ¿Se puede
ser, a ratos, una especie de salvaje ilustrado? ¿Un buen salvaje rousseauniano
con corbata? La pregunta, por tanto, es inevitable: ¿puede un buscador de
belleza estar interesado en un deporte en el que lo normal es hacer inventario
de cejas abiertas, narices fuera de sitio, piezas dentales por el suelo, daños
cerebrales y, en ocasiones, muertes en el ring o prácticamente dentro del mismo?
Sin contar con los amaños, las historias turbias en los despachos y todo ese
imaginario oscuro que carga este deporte. ¿Se puede aunar todo eso en ciento
setenta centímetros de estatura?
No lo sé, me he puesto muy literario y ahora
no sé cómo salir de este lío. Pero no puedo negar mi interés por este deporte,
me ponga como me ponga. Mejor dicho, no tanto por este deporte en sí (no
termino de verme acudiendo a una velada de boxeo, por ejemplo), sino por el
cine dedicado al boxeo, por los libros dedicados al boxeo, por la historia de
algunos grandes boxeadores y por el halo que rodea al boxeo. Cultura, en el
fondo.
La cultura, posiblemente, lo que hace es
adobar la vida, que suele ser muy compleja de soportar, y hacerla presentable
gracias a los condimentos: así, si matar a un animal con un cuchillo es una
salvajada, presentarlo en una elegante mesa aderezado con una sabrosa salsa y
sobre lecho caramelizado de no sé qué verduras, es cultura culinaria. Lo vista
de lo que lo vista, se (tra)vista de lo que se (tra)vista, la verdad es que el
boxeo me interesa, y sigo con la paradoja en toda su intensidad y el cerebro a
media asta. ¿Cómo alguien tan pacífico como un servidor se preocupa tanto por
el juego de pies en el ring y aprende palabras como jab, direct, cross (“crochet” en España, como el
ganchillo), swing, uppercut o hook? Creo tener la respuesta: percibo que el boxeo es una metáfora
de la vida llevada a sus últimas consecuencias. Ahí puede estar la clave. La
vida es un combate en el que no siempre gana el que lo merece, en el que hay
que saber cubrirse adecuadamente y no arriesgar a lo loco, golpear cuando
encuentras el momento oportuno, encajar los golpes del mejor modo posible, y
hay que atender a golpes bajos, artimañas sucias y victorias y derrotas por
K.O. o a los puntos. La vida.
Ya voy ofreciéndome respuestas a mí mismo,
esto de pensar con los dedos (no otra cosa es, muchas veces, escribir) en
ocasiones da buen resultado y deja uno de lucir el cerebro a media asta. Avanzamos.
No me interesa el boxeo por aquello de lanzarme al ataque (soy pacífico, lo
digo y lo repito), sino porque enseña a prevenir agresiones y a articular la
defensa. No cabe duda: un combate de boxeo es lo que me encuentro cada mañana,
desde que abro los ojos hasta que, por la noche, los cierro. Y son demasiados
asaltos. El boxeo es como la vida, pero llevada a sus últimas consecuencias. El
boxeo es como la vida, pero más.
Atribuyen a Ortega cierta frase (a Ortega,
como a Confucio, se le atribuye todo aquello que se quiere atribuir; a veces,
se acierta) en la que decía que durante los años veinte del siglo veinte (¡qué
veinteañero, todo!) los vascos más conocidos en el mundo eran Unamuno y Paulino
Uzcudun (el gran peso pesado al que hicieron la vida imposible, en lo
deportivo, en Norteamérica por no ser norteamericano). Alguien que golpeaba con
las ideas y alguien que golpeaba con los puños. No sé quién era más duro.
En fin, que tengo bastante interiorizado algo
que comenté por alguna parte de mi texto: el boxeo es como la vida, pero
llevada a sus últimas consecuencias. El boxeo es como la vida, pero más. Por
eso me interesa. Aunque tampoco abunde la especie, puede no ser tan extraño
encontrar a un poeta en la Corte de Cassius Clay. Puede tener lógica.