Franz Kafka es, para mí, como de la familia. Porque todos aquellos creadores que poseen figurita en mi pesebre cultural son como de la familia. No hace mucho conmemoramos el XC aniversario de su fallecimiento, tan prematuro ("siempre llega la muerte antes de tiempo", escribí en un poema que galardonaron alguna vez por alguna parte).
Cada vez que me acerco a su modo de ser y de estar es inevitable sentirme próximo a K. Además, en bastantes cuestiones, me parece un... autor desgraciadamente costumbrista: miren para los lados y verán. Escritor nocturno (y se le nota), visionario de tantas cuestiones, casi podríamos considerarle un adelantado en la sensibilidad acerca de la prevención de riesgos laborales (¿está estudiado esto, amigos laboralistas o historiadores del Derecho? Hay tema, da juego...). Me encanta su astillamiento interno, su esquizofrenia identitaria, en momentos en que hay gente por ahí que busca identidades químicamente puras. Me es especialmente afín, K.: un judío que ejerce poco de tal, que se supone que nace siendo algo así como austro-húngaro (¡cómo hubiera gustado esto a mi admirado Luis García Berlanga!), condición que suena muy rotunda, que luego pasa a ser checoeslovaco (esto suena menos rotundo) y que, encima, escribe en alemán. ¿Quién reivindicará esos huesos? Seguramente nadie, era su destino. Bueno, sí: ahora las autoridades checas, que han visto el filón de explotar turísticamente la "Praga de Kafka" (¡será posible tanta hipocresía!) y que venden desde tazas con la cara de Kafka a camisetas con la cara de Kafka, calzoncillos con la cara de Kafka, libretas con la cara de Kafka, carpetas con la cara de Kafka, y cualquier-cosa-donde-puedan-imprimir-la-cara-de-Kafka (muy borgiano, más que kafkiano; sé lo que me digo, aunque ahora no entre en esto).
Mi admirado Manuel Vázquez Montalbán le hizo un maravilloso homenaje en "Praga", su poemario más cercano a mi modo de ser y de estar, donde incluye estos espectaculares versos (entre otros versos míticos que no vienen ahora al caso, quedan para otro día): "ser judío vivir en Praga escribir en alemán / significa no ser judío ni alemán / ni ser aceptado / por las mejores familias de la ciudad / que identifican / el alemán con Alemania y el ser judío con la alarma". Mítico MVM. Mítico K.
Kafka, ese exiliado de sí mismo con el que me siento tan cómodo.
Cada vez que me acerco a su modo de ser y de estar es inevitable sentirme próximo a K. Además, en bastantes cuestiones, me parece un... autor desgraciadamente costumbrista: miren para los lados y verán. Escritor nocturno (y se le nota), visionario de tantas cuestiones, casi podríamos considerarle un adelantado en la sensibilidad acerca de la prevención de riesgos laborales (¿está estudiado esto, amigos laboralistas o historiadores del Derecho? Hay tema, da juego...). Me encanta su astillamiento interno, su esquizofrenia identitaria, en momentos en que hay gente por ahí que busca identidades químicamente puras. Me es especialmente afín, K.: un judío que ejerce poco de tal, que se supone que nace siendo algo así como austro-húngaro (¡cómo hubiera gustado esto a mi admirado Luis García Berlanga!), condición que suena muy rotunda, que luego pasa a ser checoeslovaco (esto suena menos rotundo) y que, encima, escribe en alemán. ¿Quién reivindicará esos huesos? Seguramente nadie, era su destino. Bueno, sí: ahora las autoridades checas, que han visto el filón de explotar turísticamente la "Praga de Kafka" (¡será posible tanta hipocresía!) y que venden desde tazas con la cara de Kafka a camisetas con la cara de Kafka, calzoncillos con la cara de Kafka, libretas con la cara de Kafka, carpetas con la cara de Kafka, y cualquier-cosa-donde-puedan-imprimir-la-cara-de-Kafka (muy borgiano, más que kafkiano; sé lo que me digo, aunque ahora no entre en esto).
Mi admirado Manuel Vázquez Montalbán le hizo un maravilloso homenaje en "Praga", su poemario más cercano a mi modo de ser y de estar, donde incluye estos espectaculares versos (entre otros versos míticos que no vienen ahora al caso, quedan para otro día): "ser judío vivir en Praga escribir en alemán / significa no ser judío ni alemán / ni ser aceptado / por las mejores familias de la ciudad / que identifican / el alemán con Alemania y el ser judío con la alarma". Mítico MVM. Mítico K.
Kafka, ese exiliado de sí mismo con el que me siento tan cómodo.
PD malévola: como saben los estudiosos de la poesía de MVM, "Praga" no sólo es Praga. Mejor dicho: me atrevería a asegurar que "Praga" puede ser incluso Praga. Cambien, en los versos citados, "judío" por "charnego", "Praga" por "Barcelona" y "alemán" por "castellano" y... a ver qué o quién sale. En tiempos de "invasores insuficientemente extranjeros", como apuntará en un verso posterior.