El
atentado de Francia de hace unos días me volvió a hacer reflexionar sobre la fragilidad de la belleza y
de la creación. Dos criminales que no han hecho en su vida nada digno
de mención más que fanatizarse con diez gramitos de ideología
(religiosa, en este caso, y sesgada), son capaces de terminar con los
mejores dibujantes franceses de muchos años. Me recuerda (ya sé que hay
distancias) a la muerte de Federico García Lorca: como expusiera Félix
Grande con sumo acierto, los delirios de un don nadie, de un absoluto
mediocre como Ruiz Alonso, fueron capaces de acabar con el mayor creador
español del momento. ¡Qué frágil es la belleza! Pocos sirven para
construir, y casi todos sirven para destruir: una catedral no la hace
cualquiera, pero puestos a minar la piedra, cualquiera sirve. ¡Qué
canalla hay que ser, además, para intentar acabar con la creatividad!
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