Hace unos días que no escribía nada por aquí, será que estoy enfrascado en cosillas y no doy abasto. Pero entre las cosas que me ocupan está la lectura (enésima relectura: releo bastante) de la monumental biografía de Malraux de Todd (tengo alguna otra en propiedad, incluso con fotos, que siempre animan, pero ésta es "la" biografía), y (re)mirando cosas de Orson Welles, ese otro genio, cuando encuentro la hora y media para ello. Recientemente, remiraba "Fraude", y me daba motivos para pensar: el fraude considerado como una de las bellas artes, por qué no. Malraux y Welles, dos grandes farsantes y dos genios.
Y pensaba en el protagonista de "Fraude": alguien capaz de pintar un Modigliani de la mañana a la noche o un Picasso en una tarde, y que una corte de expertos en arte, alopécicos y con gafas de concha, como Dios manda, asegure que son originales, es un genio. También es delito o algo así, porque el Código penal y el Derecho también dan su opinión. Pero... es una genial infracción. Una genial impostura.
Cuando repaso a los defraudadores de poca monta que salen en los noticieros, mediocres y dañinos, además, pues perjudican a los de abajo, como siempre, me dan más asco, si cabe (esos gestores de bancos y cajas de ahorro que con porte altivo redistribuyen dineros hacia ellos mismos desde abajo, esos políticos que desmontan el estado del bienestar y encima son tan mediocres, esos opinadores que son la voz de su amo...). Y sus cadenas de televisión y periódicos les cubren, ríen las gracias y nos inundan con eximentes o atenuantes: mereceríamos hundirnos en el mar, y así además Artur Mas (i la seva tropa) se quedaba más tranquilo.
En fin, que Dios no existe y me duele un poco la cabeza esta mañana, esto va mal. Y encima, va y se muere Manu Legineche, ¡joder, qué racha!