domingo, 25 de noviembre de 2018

"UN ARAÑADO SIGNO", DE JUAN LUIS PANERO


Un arañado signo


Este libro lo firmó Borges,
una tarde, hace años,
conversando en un hotel de Quito.
Un arañado signo, simbólico, ilegible,
viajó conmigo por distintos caminos,
fue refugio en noches de derrota.
Esta tarde, en Barcelona, al enseñárselo a alguien,
un vaso se vertió sobre las páginas,
borrando en un segundo la tinta de su firma
y mi nombre escrito con letra temblorosa.
Ahora ya no es mío, ni suyo, ni de nadie.
Ahora es ya, por fin, lo que fue siempre,
un rastro de la vida que se pierde,
húmeda lápida, sombra de papel,
el terco sueño de unas pocas palabras.


(Juan Luis Panero: "Galería de fantasmas").

miércoles, 21 de noviembre de 2018

"MIRANDO AL FRENTE": UN RELATO


Relato publicado en la Revista Refugios (noviembre de 2018). Cuando encuentre el enlace lo añadiré a esta publicación,.
Todo un Honor.



MIRANDO AL FRENTE



                                                                                                                     Antonio J. Quesada



La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más frecuente en la población anciana y representa entre un cincuenta y un ochenta por ciento del total de las demencias. Su forma de presentación se caracteriza por la aparición de trastornos mentales como pueden ser ideas de persecución, desorientación temporal y espacial, alteraciones de la memoria (incluyendo, en su caso, su propia falta), problemas de comprensión del lenguaje y conversación inconexa. Suele aparecer una vez cumplidos los cincuenta años y es frecuente que se acompañe de síntomas cerebrales que provoquen alteraciones en los reflejos o descoordinación de movimientos.



Seriedad entre los profesionales, uniformados y rígidos. Rostros de inquietud por lo que pueda pasar, por cómo pueda yo reaccionar y por las consecuencias de todo ello.

Inquietud.

No me hizo gracia aquella puesta en escena: nada bueno me esperaba, de eso estaba seguro. Tan cuidada escenografía no suele ser gratuita. Habrá que prepararse, por tanto, para lo peor, aunque no sé qué será exactamente lo peor. Con razón he oído decir que la Medicina es el arte de acompañar con palabras griegas al sepulcro. Seriedad y solemnidad no falta a estos greco-parlantes.

- Le vamos a comunicar los resultados. Esperamos, señor, que esté tranquilo, pues no han sido todo lo favorables que deseábamos, y confiamos en su fuerza de voluntad para afrontar el diagnóstico. Es inconfundible, todos hemos llegado a la misma conclusión: goza usted, a su edad, de un razonable estado de salud, pero debemos anunciarle que... sufre usted la enfermedad de Alzheimer. Y debe adaptarse a su nueva situación.

Así fue. Ni siquiera hizo falta que se expresaran en griego. Estaba claro.

Así empezó todo para mí.



Aunque la enfermedad se caracteriza por un progresivo deterioro de las funciones intelectuales, la evolución del cuadro es bastante variable. Existen casos en los que se produce una evolución bastante rápida (menos de un año), mientras que en otros el citado deterioro de las funciones intelectuales se prolonga más de quince años. Teniendo en cuenta ese abanico tan extenso de posibilidades, se pueden establecer tres estadios evolutivos: leve, moderado y severo.



Alzheimer, terrible palabra. Ciertamente no es mortal de modo inmediato, pero sus efectos degenerativos son evidentes y muy ostensibles.

Era lógica mi preocupación, pues yo tenía que seguir adelante con bastantes compromisos profesionales. Demasiadas cuestiones como para darlas de lado ahora. Muchas personas dependen de mí.

Debía informarme y formarme por mi cuenta. Mi enciclopedia médica me sirvió para ello, en la intimidad. También Internet. Esto no podía quedar así.

Lo primero que me recomendaron los sabios griegos fue dejar el trabajo. No es posible, no puedo dejar mi trabajo: no sería profesional dejar en la estacada a tantas personas. Además, cuando un trabajo es vocacional, darle de lado sería como abandonar la vida que uno desea para sí. No es posible, por tanto. Así lo argumenté, aunque el equipo médico no estaba conforme y los sabios se dedicaban, entre ellos, miradas griegas y doctas. ¿Dejaría usted de coleccionar sellos o cromos de los equipos de fútbol por ser enfermo de Alzheimer? Sigo siendo persona, doctor, déjeme seguir con mi vocación.



El estadio leve dura, aproximadamente, entre dos y cuatro años, y en esta fase están conservados tanto el lenguaje como las habilidades motoras y la percepción. El paciente es capaz de mantener una conversación, comprende bien y utiliza adecuadamente los aspectos sociales de la comunicación tales como la entonación, los gestos, etc. Sin embargo, pueden observarse alteraciones en la memoria (a veces con discreta pérdida de la misma), dificultad para aprender cosas nuevas, desorientación espacial y cambios de humor.



No es posible abandonar mi puesto, no puedo. Al menos por ahora. Lo mire por donde lo mire, todavía soy necesario aquí. Además, confío en la fuerza que Dios me dará para seguir adelante. Pienso ser un ejemplo para todos los que, a partir de ahora, traten conmigo: comprobarán que un enfermo de Alzheimer no es un trasto viejo que puede ser abandonado en las esquinas de la vida para que no moleste. No. Un enfermo de Alzheimer es una persona. Un enfermo de Alzheimer es un profesional que puede seguir cumpliendo su labor, aunque debe ser consciente de su concreto estado, y de que en un determinado momento puede verse obligado a dar de lado a todo. Pero no me va a faltar fuerza de voluntad. Mientras pueda, seguiré adelante con todo.



El estadio moderado dura, aproximadamente, entre dos y diez años, y aquí se producen alteraciones más importantes de la función cerebral, apareciendo ya síntomas llamativos, tales como afasia (dificultad en el lenguaje), apraxia (dificultad para realizar funciones aprendidas), agnosia (pérdida de la capacidad de reconocimiento), descuido en la higiene personal, debilidad muscular, posibles alucinaciones y progresiva dependencia del cuidador.



He tenido a todos los griegos de bata blanca en contra, como era de esperar. No quieren que siga: pretenden que deje paso a alguien “sano”. Sus libros griegos concluyen que no debo seguir.

- ¿”Sano”? –contesté-. No soy ningún escombro humano, por favor. Tengo una labor que cumplir y voy a cumplirla. Y voy a hacerlo porque todavía estoy en condiciones de cumplirla. Cuando yo me sienta incapaz de estar a la altura que exigen las circunstancias en lo profesional, cederé el puesto. Pero mientras tanto, tengo deberes por terminar. Por favor, señores, déjenme terminarlos. Alzheimer no es igual a muerte civil o biológica.



En el estadio severo los síntomas cerebrales se agravan, acentuándose la rigidez muscular y pudiendo aparecer temblores e, incluso, crisis epilépticas. Los pacientes suelen presentar cierta pérdida de respuesta al dolor, se muestran profundamente apáticos, tienen incontinencia urinaria y fecal y terminan encamados de modo permanente, con alimentación asistida. Suelen fallecer, finalmente, por causa de neumonías, infecciones sistémicas u otras enfermedades accidentales.



Me consta que me labré una merecida fama de empecinado. Pero es lógico lo que planteo: si todavía puedo seguir con mi labor, ¿por qué no hacerlo? Es más, no es cuestión de querer seguir: es que estoy obligado a seguir, no es un capricho mío.

Es cierto que comienza a exteriorizarse la enfermedad, y ya hay quien se da cuenta. Circulan rumores por donde paso, me consta, y mis enemigos se ceban con esto. “Tenemos a un enfermo al frente de la nave”. “No puede regirse con estabilidad un buque cuando las manos rectoras tiemblan”. No. Quiero ser un ejemplo: quiero que sepan que un enfermo de Alzheimer no es una cosa. Es una persona. ¡Somos personas, por Dios bendito!

Una persona que puede que llegue un momento en el que no tenga la memoria en su sitio, de acuerdo. Pero que siente frío cuando nieva, siente calor cuando el sol nos acaricia, llora cuando está triste y ríe si se alegra por algo. Una persona que merece respeto. Aunque claro, en nuestra sociedad los débiles somos un estorbo que hay que soportar sólo si no nos queda más remedio (y tratar de evitar siempre que se pueda). Y los débiles son de muchas categorías: ancianos, enfermos, dementes, parados. Escoria, toda, que debiera llevar un cencerro al cuello, como los antiguos leprosos, para que supiéramos que se nos aproxima el “anti-ser humano”, al que hay que dar de lado porque es un problema para cualquier persona socialmente sana.

Me rebelo y me revelo. No soy un ex-ser humano. Y lo voy a demostrar.



Mi enciclopedia termina añadiendo que en la actualidad no existe un tratamiento eficaz para la enfermedad, y los esfuerzos científico-médicos van dirigidos a aplicar unas medidas generales que traten los síntomas del paciente mediante medicamentos que alivien los problemas que surjan y, por otra parte, apoyen a los convivientes. La última frase me heló, y cerré la enciclopedia: En la mayoría de los casos, la evolución de la enfermedad es muy larga y dura de soportar para el entorno.



Hay días en que me levanto mejor, y otros peor. Lo siento claramente. Pero cada vez que me siento mal, mi fe en Dios me ayuda a seguir adelante. “Tienes una misión que cumplir en la vida, y a ella debes dedicar toda tu atención”, me digo. Y si la realidad no es como yo deseo, lo siento por ella.



Pero yo he tenido una vida intensa y dura. No estoy acostumbrado a arrojar la toalla: he sobrevivido a campos de concentración y a todo tipo de persecuciones. Después de vivir lo que he vivido no creo que existan muchas situaciones que me hagan, ya, perder el control. Estoy acostumbrado a sufrir, preparado para realizar cualquier sacrificio y para soportar cualquier penuria.

Aunque compaginar mi estado y mi labor profesional será duro, lo sé. Será duro amanecer y hacer recuento de todo eso que queda por hacer hasta que anochezca, y pensar que mi estado de salud puede no ser óptimo para afrontar todo eso.



Ayer me sentía, físicamente, regular, con dolores, y se notaba a simple vista. Pero mi interlocutor, con total discreción, fingió no darse cuenta y todo se desarrolló como de costumbre. La diplomacia hace milagros. Debo hacerme a la idea de que esto irá a peor. Pero lo asumo. En todo caso, cúmplase la voluntad de Dios.

Es visible, y cada día más. Posiblemente no tarde mucho en llegar el momento en que no sea capaz de seguir adelante. En ese momento, y sólo entonces, cesaré en mis funciones. Dios quiera que todavía quede tiempo para concluir deberes que debo terminar personalmente.

 Hoy, por ejemplo, se me presenta una intensa jornada de trabajo. Me espera un día realmente agotador. De hecho, ya está la gente en la plaza, pues la oigo, así que debo aparecer ya. Hoy me duele todo el cuerpo. Que sea lo que Dios quiera.



(NOTA DE UN NARRADOR DESLUMBRADO). Sale al balcón, algo renqueante, cansado por la edad, por la vida y por todo eso que carga sobre sus espaldas. Por lo mucho que ha aprendido hasta ayer por la tarde. Rodeado de sus colaboradores más próximos, se asoma ante la multitud.

Es recibido con una gran ovación. En distintos idiomas, el público grita algo así como “¡¡Viva el Papa!!”, y él bendice a los fieles.

Comienza otra jornada en la Plaza de San Pedro.

jueves, 15 de noviembre de 2018

LIBRO HOMENAJE A LACOMBA-DEL PINO-REQUENA (F. ECONÓMICAS 2018)

Subo aquí mi texto en homenaje a los tres ilustres profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Málaga, fallecidos en un breve periodo de tiempo.




SUCEDIENDO A LOS GRANDES: UN JURISTA EN LA CORTE DE SAN VICENTE FERRER
 

Antonio J. Quesada Sánchez

Profesor de Derecho Civil


Érase una vez un profesor de Derecho civil al que, todavía, los entendidos en edades podían considerar joven sin faltar a sus deberes. Un joven que, unos años después de doctorarse con una Tesis de esas que intimidan, por su sesudo título jurídico, escogió una docencia un tanto especial en su Departamento, como es la docencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Docencia que, desde el punto de vista pedagógico, implicaba un reto fantástico: convencer a esos alumnos acostumbrados a gráficas, estadísticas y calculadoras de que ese libro tan grueso que llevaba debajo del brazo, el Código civil, no era un arma de destrucción masiva, y que todos esos temas y artículos no tenían que aprenderse de memoria (aunque ésta ayudara).

Una mañana de otoño aparecí por el Campus de El Ejido, con el Código civil debajo del brazo y con el atractivo imaginario del centro en la cabeza, dispuesto a empezar mi tarea. La Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales no es una Facultad más en Málaga. No. La historia de la Facultad la precede: los edificios tradicionales (¡la de fotografías, en

blanco y negro, que había visto en periódicos durante tantos años!), la inserción del centro en la Historia de la ciudad y cómo había ayudado a su culturización, además de que todos los malagueños conocíamos esos nombres de ilustres profesores que desarrollaron su docencia en la Facultad. Muy especialmente brillaban tres grandes nombres: Juan Antonio Lacomba (Catedrático de Historia Económica), José María Requena (Catedrático de Contabilidad y Primer decano del centro) y Juan del Pino Artacho (Catedrático de Sociología). No era extraño encontrar esos nombres en la prensa, bien por sus conferencias en el Ateneo o en otras instituciones malagueñas, bien en columnas de opinión, bien por su prestigio, opinando sobre este tema o aquel otro en interesantes entrevistas o bien recibiendo merecidos premios y galardones. Haciéndonos mejores a todos, que es lo que logran los intelectuales: ayudarnos a ser mejores, más cultos y más útiles para el progreso del colectivo.

Tres nombres de peso que agigantaban el prestigio intelectual del centro, pues estábamos ante personajes que excedían con mucho de alguien que imparte unas clases relativas a la temática que sea. Estas personas eran referentes en la ciudad, y teníamos la fortuna de que ofrecían sus saberes en nuestra Facultad. Y este profesor joven que ahora llegaba tenía esos referentes como ejemplos de lo que debía ser un docente completo: un intelectual que no se limita a enseñar una materia, la que toque, sino que además de enseñar dicha materia ilustra sobre valores y observa un modo de ser y de estar en la vida que es un buen ejemplo para su alumnado. Con el tiempo mi conocimiento y admiración por estos profesores, a los que no traté personalmente, se fue engrandeciendo, y siempre estaban presentes como lo está el horizonte para un navegante: sabemos que es imposible de alcanzar, pero es muy útil para enseñarnos la dirección en que debemos encaminarnos. Y me estabilicé en el centro, sintiéndome perfectamente a gusto entre economistas. En tierras de San Vicente Ferrer, patrón de este gremio que, hasta ahora, había resultado tan lejano de mi jurídico día a día.

Y aquí sigo, cómodo y a gusto. Si Mark Twain introdujo a “Un yanqui en la Corte del Rey Arturo” y Manuel Vázquez Montalbán fue “Un polaco en la corte del Rey Juan Carlos”, el autor de estas líneas apareció alguna vez por el Campus de El Ejido como “un jurista en la Corte de San Vicente Ferrer”. Y, desde el principio, aspiró a seguir esa estela de profesores humanistas que excedían, con mucho, de lo que suele ser un profesor medio. Teniendo tres brillantes ejemplos en mente, en todo momento. Tres Maestros.

 

domingo, 11 de noviembre de 2018

"PANDÉMICA Y CELESTE" (JAIME GIL DE BIEDMA)


PANDÉMICA Y CELESTE

Quan magnus numerus Libyssae arenae
                                   …………………………………………………………
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
CATULO, VII
                                                
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector -mon semblable-, mon frère!


Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años!

Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
              íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.

Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
                          Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.

(Jaime Gil de Biedma)

miércoles, 7 de noviembre de 2018