Relato publicado en la Revista Refugios (noviembre de 2018). Cuando encuentre el enlace lo añadiré a esta publicación,.
Todo un Honor.
MIRANDO AL FRENTE
Antonio J. Quesada
La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más frecuente en la
población anciana y representa entre un cincuenta y un ochenta por ciento del
total de las demencias. Su forma de presentación se caracteriza por la
aparición de trastornos mentales como pueden ser ideas de persecución,
desorientación temporal y espacial, alteraciones de la memoria (incluyendo, en
su caso, su propia falta), problemas de comprensión del lenguaje y conversación
inconexa. Suele aparecer una vez cumplidos los cincuenta años y es frecuente
que se acompañe de síntomas cerebrales que provoquen alteraciones en los
reflejos o descoordinación de movimientos.
Seriedad
entre los profesionales, uniformados y rígidos. Rostros de inquietud por lo que
pueda pasar, por cómo pueda yo reaccionar y por las consecuencias de todo ello.
Inquietud.
No
me hizo gracia aquella puesta en escena: nada bueno me esperaba, de eso estaba seguro.
Tan cuidada escenografía no suele ser gratuita. Habrá que prepararse, por
tanto, para lo peor, aunque no sé qué será exactamente lo peor. Con razón he
oído decir que la Medicina
es el arte de acompañar con palabras griegas al sepulcro. Seriedad y solemnidad
no falta a estos greco-parlantes.
-
Le vamos a comunicar los resultados. Esperamos, señor, que esté tranquilo, pues
no han sido todo lo favorables que deseábamos, y confiamos en su fuerza de
voluntad para afrontar el diagnóstico. Es inconfundible, todos hemos llegado a
la misma conclusión: goza usted, a su edad, de un razonable estado de salud,
pero debemos anunciarle que... sufre usted la enfermedad de Alzheimer. Y debe
adaptarse a su nueva situación.
Así
fue. Ni siquiera hizo falta que se expresaran en griego. Estaba claro.
Así
empezó todo para mí.
Aunque la enfermedad se caracteriza por un progresivo deterioro de las
funciones intelectuales, la evolución del cuadro es bastante variable. Existen
casos en los que se produce una evolución bastante rápida (menos de un año),
mientras que en otros el citado deterioro de las funciones intelectuales se
prolonga más de quince años. Teniendo en cuenta ese abanico tan extenso de
posibilidades, se pueden establecer tres estadios evolutivos: leve, moderado y
severo.
Alzheimer,
terrible palabra. Ciertamente no es mortal de modo inmediato, pero sus efectos
degenerativos son evidentes y muy ostensibles.
Era
lógica mi preocupación, pues yo tenía que seguir adelante con bastantes
compromisos profesionales. Demasiadas cuestiones como para darlas de lado ahora.
Muchas personas dependen de mí.
Debía
informarme y formarme por mi cuenta. Mi enciclopedia médica me sirvió para
ello, en la intimidad. También Internet. Esto no podía quedar así.
Lo
primero que me recomendaron los sabios griegos fue dejar el trabajo. No es
posible, no puedo dejar mi trabajo: no sería profesional dejar en la estacada a
tantas personas. Además, cuando un trabajo es vocacional, darle de lado sería
como abandonar la vida que uno desea para sí. No es posible, por tanto. Así lo
argumenté, aunque el equipo médico no estaba conforme y los sabios se dedicaban,
entre ellos, miradas griegas y doctas. ¿Dejaría usted de coleccionar sellos o
cromos de los equipos de fútbol por ser enfermo de Alzheimer? Sigo siendo
persona, doctor, déjeme seguir con mi vocación.
El estadio leve dura, aproximadamente, entre dos y cuatro años, y en esta
fase están conservados tanto el lenguaje como las habilidades motoras y la
percepción. El paciente es capaz de mantener una conversación, comprende bien y
utiliza adecuadamente los aspectos sociales de la comunicación tales como la
entonación, los gestos, etc. Sin embargo, pueden observarse alteraciones en la
memoria (a veces con discreta pérdida de la misma), dificultad para aprender
cosas nuevas, desorientación espacial y cambios de humor.
No
es posible abandonar mi puesto, no puedo. Al menos por ahora. Lo mire por donde
lo mire, todavía soy necesario aquí. Además, confío en la fuerza que Dios me
dará para seguir adelante. Pienso ser un ejemplo para todos los que, a partir
de ahora, traten conmigo: comprobarán que un enfermo de Alzheimer no es un
trasto viejo que puede ser abandonado en las esquinas de la vida para que no
moleste. No. Un enfermo de Alzheimer es una persona. Un enfermo de Alzheimer es
un profesional que puede seguir cumpliendo su labor, aunque debe ser consciente
de su concreto estado, y de que en un determinado momento puede verse obligado
a dar de lado a todo. Pero no me va a faltar fuerza de voluntad. Mientras
pueda, seguiré adelante con todo.
El estadio moderado dura, aproximadamente, entre dos y diez años, y aquí
se producen alteraciones más importantes de la función cerebral, apareciendo ya
síntomas llamativos, tales como afasia (dificultad en el lenguaje), apraxia
(dificultad para realizar funciones aprendidas), agnosia (pérdida de la
capacidad de reconocimiento), descuido en la higiene personal, debilidad
muscular, posibles alucinaciones y progresiva dependencia del cuidador.
He
tenido a todos los griegos de bata blanca en contra, como era de esperar. No
quieren que siga: pretenden que deje paso a alguien “sano”. Sus libros griegos
concluyen que no debo seguir.
-
¿”Sano”? –contesté-. No soy ningún escombro humano, por favor. Tengo una labor
que cumplir y voy a cumplirla. Y voy a hacerlo porque todavía estoy en
condiciones de cumplirla. Cuando yo me sienta incapaz de estar a la altura que
exigen las circunstancias en lo profesional, cederé el puesto. Pero mientras
tanto, tengo deberes por terminar. Por favor, señores, déjenme terminarlos.
Alzheimer no es igual a muerte civil o biológica.
En el estadio severo los síntomas cerebrales se agravan, acentuándose la
rigidez muscular y pudiendo aparecer temblores e, incluso, crisis epilépticas.
Los pacientes suelen presentar cierta pérdida de respuesta al dolor, se
muestran profundamente apáticos, tienen incontinencia urinaria y fecal y
terminan encamados de modo permanente, con alimentación asistida. Suelen
fallecer, finalmente, por causa de neumonías, infecciones sistémicas u otras
enfermedades accidentales.
Me
consta que me labré una merecida fama de empecinado. Pero es lógico lo que
planteo: si todavía puedo seguir con mi labor, ¿por qué no hacerlo? Es más, no
es cuestión de querer seguir: es que estoy obligado a seguir, no es un capricho
mío.
Es
cierto que comienza a exteriorizarse la enfermedad, y ya hay quien se da
cuenta. Circulan rumores por donde paso, me consta, y mis enemigos se ceban con
esto. “Tenemos a un enfermo al frente de la nave”. “No puede regirse con
estabilidad un buque cuando las manos rectoras tiemblan”. No. Quiero ser un
ejemplo: quiero que sepan que un enfermo de Alzheimer no es una cosa. Es una
persona. ¡Somos personas, por Dios bendito!
Una
persona que puede que llegue un momento en el que no tenga la memoria en su sitio,
de acuerdo. Pero que siente frío cuando nieva, siente calor cuando el sol nos
acaricia, llora cuando está triste y ríe si se alegra por algo. Una persona que
merece respeto. Aunque claro, en nuestra sociedad los débiles somos un estorbo
que hay que soportar sólo si no nos queda más remedio (y tratar de evitar
siempre que se pueda). Y los débiles son de muchas categorías: ancianos,
enfermos, dementes, parados. Escoria, toda, que debiera llevar un cencerro al
cuello, como los antiguos leprosos, para que supiéramos que se nos aproxima el
“anti-ser humano”, al que hay que dar de lado porque es un problema para
cualquier persona socialmente sana.
Me
rebelo y me revelo. No soy un ex-ser humano. Y lo voy a demostrar.
Mi
enciclopedia termina añadiendo que en la
actualidad no existe un tratamiento eficaz para la enfermedad, y los esfuerzos
científico-médicos van dirigidos a aplicar unas medidas generales que traten
los síntomas del paciente mediante medicamentos que alivien los problemas que
surjan y, por otra parte, apoyen a los convivientes. La última frase me
heló, y cerré la enciclopedia: En la
mayoría de los casos, la evolución de la enfermedad es muy larga y dura de
soportar para el entorno.
Hay
días en que me levanto mejor, y otros peor. Lo siento claramente. Pero cada vez
que me siento mal, mi fe en Dios me ayuda a seguir adelante. “Tienes una misión
que cumplir en la vida, y a ella debes dedicar toda tu atención”, me digo. Y si
la realidad no es como yo deseo, lo siento por ella.
Pero
yo he tenido una vida intensa y dura. No estoy acostumbrado a arrojar la
toalla: he sobrevivido a campos de concentración y a todo tipo de persecuciones.
Después de vivir lo que he vivido no creo que existan muchas situaciones que me
hagan, ya, perder el control. Estoy acostumbrado a sufrir, preparado para
realizar cualquier sacrificio y para soportar cualquier penuria.
Aunque
compaginar mi estado y mi labor profesional será duro, lo sé. Será duro
amanecer y hacer recuento de todo eso que queda por hacer hasta que anochezca,
y pensar que mi estado de salud puede no ser óptimo para afrontar todo eso.
Ayer
me sentía, físicamente, regular, con dolores, y se notaba a simple vista. Pero
mi interlocutor, con total discreción, fingió no darse cuenta y todo se
desarrolló como de costumbre. La diplomacia hace milagros. Debo hacerme a la
idea de que esto irá a peor. Pero lo asumo. En todo caso, cúmplase la voluntad
de Dios.
Es
visible, y cada día más. Posiblemente no tarde mucho en llegar el momento en
que no sea capaz de seguir adelante. En ese momento, y sólo entonces, cesaré en
mis funciones. Dios quiera que todavía quede tiempo para concluir deberes que
debo terminar personalmente.
Hoy, por ejemplo, se me presenta una intensa
jornada de trabajo. Me espera un día realmente agotador. De hecho, ya está la
gente en la plaza, pues la oigo, así que debo aparecer ya. Hoy me duele todo el
cuerpo. Que sea lo que Dios quiera.
(NOTA
DE UN NARRADOR DESLUMBRADO). Sale al balcón, algo renqueante, cansado por la
edad, por la vida y por todo eso que carga sobre sus espaldas. Por lo mucho que
ha aprendido hasta ayer por la tarde. Rodeado de sus colaboradores más próximos,
se asoma ante la multitud.
Es
recibido con una gran ovación. En distintos idiomas, el público grita algo así
como “¡¡Viva el Papa!!”, y él bendice a los fieles.
Comienza
otra jornada en la Plaza
de San Pedro.
Enlace al artículo de la Revista: https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/2018/11/11/Mirando-al-frente?fbclid=IwAR3zLlMn9DlsR1dwdnBn5CTPIg3cljCcMtf_akiVwmaUP90Amr-ZbcKA7vg
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