Subo aquí mi texto en homenaje a los tres ilustres profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Málaga, fallecidos en un breve periodo de tiempo.
SUCEDIENDO A LOS
GRANDES: UN JURISTA EN LA CORTE DE SAN VICENTE FERRER
Antonio J. Quesada Sánchez
Profesor de Derecho Civil
Érase una vez un profesor de Derecho civil al que, todavía, los entendidos en
edades podían considerar joven sin faltar a sus deberes. Un joven que, unos
años después de doctorarse con una Tesis de esas que intimidan, por su sesudo
título jurídico, escogió una docencia un tanto especial en su Departamento,
como es la docencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.
Docencia que, desde el punto de vista pedagógico, implicaba un reto fantástico:
convencer a esos alumnos acostumbrados a gráficas, estadísticas y calculadoras
de que ese libro tan grueso que llevaba debajo del brazo, el Código civil, no
era un arma de destrucción masiva, y que todos esos temas y artículos no tenían
que aprenderse de memoria (aunque ésta ayudara).
Una mañana de otoño aparecí por el Campus de El Ejido, con el Código civil debajo
del brazo y con el atractivo imaginario del centro en la cabeza, dispuesto a
empezar mi tarea. La Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales no es una
Facultad más en Málaga. No. La historia de la Facultad la precede: los
edificios tradicionales (¡la de fotografías, en
blanco y negro, que había visto en periódicos durante tantos años!), la inserción
del centro en la Historia de la ciudad y cómo había ayudado a su culturización,
además de que todos los malagueños conocíamos esos nombres de ilustres
profesores que desarrollaron su docencia en la Facultad. Muy especialmente
brillaban tres grandes nombres: Juan Antonio Lacomba (Catedrático de Historia
Económica), José María Requena (Catedrático de Contabilidad y Primer decano del
centro) y Juan del Pino Artacho (Catedrático de Sociología). No era extraño
encontrar esos nombres en la prensa, bien por sus conferencias en el Ateneo o
en otras instituciones malagueñas, bien en columnas de opinión, bien por su
prestigio, opinando sobre este tema o aquel otro en interesantes entrevistas o
bien recibiendo merecidos premios y galardones. Haciéndonos mejores a todos,
que es lo que logran los intelectuales: ayudarnos a ser mejores, más cultos y
más útiles para el progreso del colectivo.
Tres nombres de peso que agigantaban el prestigio intelectual del centro, pues
estábamos ante personajes que excedían con mucho de alguien que imparte unas
clases relativas a la temática que sea. Estas personas eran referentes en la
ciudad, y teníamos la fortuna de que ofrecían sus saberes en nuestra Facultad.
Y este profesor joven que ahora llegaba tenía esos referentes como ejemplos de
lo que debía ser un docente completo: un intelectual que no se limita a enseñar
una materia, la que toque, sino que además de enseñar dicha materia ilustra
sobre valores y observa un modo de ser y de estar en la vida que es un buen
ejemplo para su alumnado. Con el tiempo mi conocimiento y admiración por estos
profesores, a los que no traté personalmente, se fue engrandeciendo, y siempre
estaban presentes como lo está el horizonte para un navegante: sabemos que es
imposible de alcanzar, pero es muy útil para enseñarnos la dirección en que
debemos encaminarnos. Y me estabilicé en el centro, sintiéndome perfectamente a
gusto entre economistas. En tierras de San Vicente Ferrer, patrón de este gremio
que, hasta ahora, había resultado tan lejano de mi jurídico día a día.
Y aquí sigo, cómodo y a gusto. Si Mark Twain introdujo a “Un yanqui en la Corte
del Rey Arturo” y Manuel Vázquez Montalbán fue “Un polaco en la corte del Rey
Juan Carlos”, el autor de estas líneas apareció alguna vez por el Campus de El
Ejido como “un jurista en la Corte de San Vicente Ferrer”. Y, desde el
principio, aspiró a seguir esa estela de profesores humanistas que excedían,
con mucho, de lo que suele ser un profesor medio. Teniendo tres brillantes ejemplos
en mente, en todo momento. Tres Maestros.
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