...Pero el alma se pobló de moho
soñador o inocente,
pero qué bonito era pensar
que con la palabra podíamos
cambiar el mundo.
Que el hombre era bueno, a pesar de todo.
Cómo convivíamos con las imágenes de esos desgraciados
que quedaron atrapados en sus fotografías
y
que nos ayudaban a seguir adelante
y a encararlo todo, por duro que fuera.
Todavía no sentíamos moho en el alma
y todo estaba por hacer:
la mañana acababa de empezar.
Todo era posible.
No habíamos asimilado que del hombre
nada cabe esperar como colectivo
(no esperes nada de persona alguna, ni de Dios, de Estado
o de Iglesia alguna: así no serás defraudado nunca).
Que de lo que se trata es de multiplicar los números
y que haya más euros en el banco
(antes contábamos en pesetas),
para que la gente me mire como a un triunfador.
Aunque el moho se apropie de mi alma. Da igual. No se ve.
(Antonio J. Quesada: "Desde el otro lado del espejo")
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