Queridos amigos, hoy el Diario Sur tiene la gentileza de publicar mi último trabajito literario, una reflexión sobre la actividad creativa... en clave creativa. Agradezco a "Sur" dicha cortesía.
Hoy merece la pena, especialmente, comprar el ejemplar de Sur, edición histórica: viene no sé qué cambio en la jefatura del Estado y este trabajito que ahora incluyo en esta entrada.
Gracias por estar cerca,
Sobre terror pánico, Pere
Gimferrer y la cultura sin disciplina ma non troppo
Antonio J. Quesada
Escribió
Nietzsche por alguna parte que sin música la vida sería un error.
Suscribo la frase, aunque podríamos añadir, con Michi Panero, que
“lo que es un error es vivir” (“Después de tantos años”) y,
a lo mejor no estamos, tampoco, excesivamente equivocados. Pero voy
más allá de Nietzsche: en lo que a mí respecta, sin actividad
creativa la vida sería esa cosa excesivamente gris, insípida, como
torpe, que debes protagonizar porque casi no te queda otra. Dar
trabajo al Registro civil para que certifiquen tu nacimiento y tu
defunción y, ad interim,
hacer lo que hace el común de los mortales: comer, dormir, defecar,
casarse, parir, hacerle la vida imposible a alguien, trabajar y mirar
de reojo al de la mesa de al lado para comprobar que estamos por
delante de él (“mirarle por el retrovisor”, dicen ahora los
comentaristas deportivos). Más o menos. Si prescindimos de la
actividad creativa, para mí esto de vivir pierde casi todo el
encanto. A usted, amable lector cuya intimidad invado, le gustará
más o menos lo que escribo, pero... yo hoy me ahorro el psicólogo
y, por otra parte, no suelo martirizar a nadie con mis cosas (puedo
estar loco pero no embarco a nadie en mis locuras, y en tiempos de
mesianismos de todo tipo eso es, cuando menos, elegante).
Mas a pesar
de que tomo muy en serio lo que escribo pero no a mí mismo (esta
actitud es sanísima), debo confesar un terror pánico que me embarga
en las noches de invierno, un terror que tiene nombre de poeta: Pere
Gimferrer. ¡Ay, Pere Gimferrer! Un sabio tan químicamente puro, con
un cerebro sin pecado concebido, me inspira un horrible temor: cuando
quiero torturarme me imagino, creador tan chiquitito e imperfecto
como soy, siendo recibido por Gimferrer, que me escruta serio y me
dice, mirando unos papeles, “siéntese, Quesada, he leído sus
versos y quiero comentarle algunas cosas sobre ellos”. Ufffffffff,
sólo de recrear la escena, tiemblo: Gimferrer no sólo es un creador
de primer orden, sino un crítico de una lucidez tan apabullante que
da miedo (la lucidez es excesivamente peligrosa). Gimferrer es el más
riguroso forense literario a este lado del Ebro, y viene derechito a
hacerme la autopsia, cuando todavía muevo los brazos y siento el
bisturí a cada pinchazo. Malo. Reinaldo Arenas sentía algo parecido
con Carlos Fuentes y, en otro ámbito, yo de niño disfrutaba del
ciclismo con el imperfectísimo Perico Delgado antes que con esa
máquina llamada Miguel Indurain.
(Sigue en comentario...)
(Viene de arriba...)
ResponderEliminarMe está saliendo un elogio de lo imperfecto (o del sentido cortazariano de la literatura), ahora que lo veo. Quizá sea que me acerco más a aquella “cultura sin disciplina” de la que hablara Salvador Clotas, ejercida al margen de presiones académicas, sociales o morales, que a la creación para creadores. Es una opción. Mis cosillas, mis escritos, son como notas de viaje, como papelillos que me ayudan a hacer el camino. Hacerlas públicas puede ser un acto de exhibicionismo (y una imprudencia, posiblemente). Se nota que vengo del mundo del Derecho: mis poemillas, mis textos, me sirven como modo de desarrollar libremente mi personalidad, algo que según el artículo 10.1 de la vigente Constitución también es “fundamento del orden político y de la paz social”. Un poema puede tener el mismo valor que una canción de karaoke que me salga bordada, que una cerveza que sirvo con la espuma exacta, que un bello gol marcado en una mañana de domingo o que extasiarme ante un cuadro del Bosco: es “eso” creativo que me dio placer. Pero puede no darlo al resto del mundo, claro está.
En fin, no sé: quizás todo esto que escribo hoy no tiene más justificación que pregonar a los cuatro vientos el miedo que me provoca Pere Gimferrer. El miedo de lo perfecto y que, obviamente, exige la perfección para estar cerca.
Hoy arde el mar. Hoy ardo en el mar. Hoy ardo con el mar. Hoy me vuelvo a mi barrio antes de tiempo: necesito callejear desde el anonimato. Y mirando hacia atrás: por si acaso alguien me sigue.
Entre tu artículo de Sur y las efemérides de la sucesión, está clara la prioridad amigo Quesada. Me ha encantado, pero si me admites un comentario, la Ley Hipotecaria produce más pánico que Pere Gimferrer. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarjejeje, bueno, pero con la Ley Hipotecaria igual podríamos sacar algo para el discurso de don Ybrahím de Ostolaza sobre la usucapión, secundum tabulas o contra tabulas...
ResponderEliminarY eso siempre nos saca la sonrisa, ¿verdad?
un abrazo fuerte, GRACIAS por pasearte por estos lares...