Suelo repetir
hasta la saciedad que me he jubilado como poeta. Que soy un ex-poeta, y cosas
así. Y más o menos llevo razón, aunque juegue con la inexactitud, claro: no
creo que jamás deje de escribir, porque para mí es como respirar, pero sí que
he dado de lado a intentar publicar libros, a calentar la cabeza a nadie con mi
maravillosa obra inédita o a ir de poeta, por la vida y/o por la Historia. Ir
de Agente 007'5 con licencia para leer versos en salas y salones ya no me atrae ni me
ilusiona. De eso sí que estoy jubilado.
Pero, en
todo caso, tengo que intentar gestionar adecuadamente mis contradicciones: sin
ir más lejos, hoy me ha surgido, por una parte, la posibilidad de leer poemas
en un evento público y, por otra, la oferta de participar en un libro colectivo
con un poema. En ambos casos me alegró que se acordaran de mí, no puedo negarlo
y, después de considerar inadecuado declinar tan amables invitaciones, he
aceptado. ¿Se puede ser más incongruente?
Soy una
especie de muerto sin sepultura sartreano de la actividad creativa. Y es bien
sabido: cuando a un muerto no se le entierra diligentemente acaba apareciendo
cuando menos te lo esperas. Y, si encima, es más o menos poeta, al final acabará
leyendo versos por alguna parte.
(Antonio J. Quesada: entrada del Diario en el que, de vez en cuando, escribo cosas; en concreto, 24 de octubre de 2019)
a ti como poeta no hay quien te mate, ni tu mismo.
ResponderEliminarjejejeje, ahí ando, viviéndolo mucho y ejerciéndolo (por fortuna) poco, jejeje. Abrazos, querido Víctor
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