PAISAJE
Antonio J. Quesada
- Tú no
conocías esta ciudad antes, ¿verdad? –preguntó el sargento, mientras
descansábamos sobre unos cascotes y él sacaba unos cigarrillos.
- ¿Antes de
cuándo, sargento? –pregunté, rechazando con la mano el cigarrillo que me
ofrecía-. Gracias.
- Antes de que
comenzara todo esto –señaló el fusil, como si tuviera la culpa del paisaje de
muerte y destrucción en que estábamos-. ¿Nunca habías estado aquí?
- Pues no, la
verdad es que no. Es la primera vez.
- Ya –dio una
calada-. Es una pena: no sabes lo que era esto antes.
- Yo sí lo sé,
sargento –contestó una voz desde detrás de donde estábamos. Era Ruggiero, tan
echado para adelante como siempre-. Estoy contento por estar vivo y por haber
tomado la ciudad, pero nunca podremos pagar el daño que hemos causado.
- Tú no eras
de muy lejos de aquí, ¿verdad, Ruggiero? –pregunté, con curiosidad.
- Yo trabajaba
aquí hasta que comenzó todo esto y me enrolaron –contestó-. Nací a unos
kilómetros.
- Conocías
entonces las iglesias, las murallas –comentó el sargento-…
- … Y las
termas, sargento. Y las fuentes. Y las estatuas… Efectivamente, sargento,
conocía todo.
- ¡Joder, qué
putada es la guerra! –se veía preocupado al sargento. Era extraño: nunca le
atribuí inquietudes artísticas o culturales.
- Yo no
conocía este sitio, pero en los libros de arte del colegio nos hacían estudiar
todo eso que decís –comenté.
- Habrá que
cambiar esos libros, ya –apuntó Ruggiero, con la mirada perdida-. Ya casi nada
de eso existe.
- Es cierto
–comentó el sargento-. Ya casi nada de eso existe.
- Gracias a
nuestra artillería y a nuestra aviación, sargento –apuntó Ruggiero-. No lo
olvide.
- Eran
posiciones enemigas, Ruggiero –añadí, pues no me gustaba la senda que aquello
tomaba.
- Mal negocio,
cuando la cultura es posición enemiga –interrumpió el sargento, mirándome
fijamente.
- El hombre es
un animal dañino, sargento –añadí, intentando salir del embrollo en que me
había metido-. Pero nosotros no tenemos la culpa. La culpa es de los políticos.
- En la guerra
se matan muchos hombres que no se conocen para evitar que se maten unos pocos
hombres que sí se conocen –apuntó Ruggiero-.
Jamás hubiera
pensado que mi batallón estaba plagado de intelectuales.
(Microrrelato presentado alguna vez a un concurso. No lo ganó, obviamente).
(Microrrelato presentado alguna vez a un concurso. No lo ganó, obviamente).
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