INTRODUCCIÓN
La publicación
de un libro de poesía es, de entrada, una buena noticia. Basta con mirar hacia
los lados para concluir que la armonía y la belleza no suelen ser nuestras
compañeras de viaje, en condiciones normales, durante nuestro trayecto por este
planeta mal llamado “mundo”. Por tanto, el primer sentimiento ante esta bella anomalía
que tiene entre manos, amable lector, debe ser de alegría.
Cuando el libro
es fruto de la actividad poética de un creador con la trayectoria de Francisco
Miguel López Jiménez la alegría es todavía mayor. Francisco Miguel es un
creador que nos ha regalado obras de diferente tipo, y hoy presenta un nuevo
texto poético. Francisco Miguel no es un jovencito deseoso de publicar sus
primeros poemas, sino un creador maduro que sabe que los textos deben ser
escritos pero, además, deben reposar el tiempo necesario. Y eso es lo que
sucede con bastantes de los textos recopilados en este libro, con casi treinta
años a la espalda, en algunos casos (pienso en “Intérprete”, “El vuelo de una
gaviota” o “Donde habitan gaviotas”, por ejemplo). Me atrae este hecho y quiero
destacarlo: desde mi personal punto de vista, los textos deben ser escritos y
deben reposar, dormir un tiempo, para tomar su verdadero cuerpo o no tomarlo
nunca (y, en tal caso, es mejor dejarlos en aquel cajón, que todos los
creadores conocemos, “donde habite el olvido”). El creador principiante (por
edad o por espíritu) suele desear que hasta el último suspiro que sale de su
pluma sea conocido por todas las esquinas de este planeta más o menos redondo,
y eso no es bueno. Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra:
esta convicción se asume con el tiempo. Francisco Miguel demuestra en esta
cuestión una madurez como creador digna de ser destacada.
Al iniciar la
lectura del texto, el lector se encuentra con que dicho texto es una suerte de
diario, referido a personas, cuya intención se explica en las palabras
iniciales del propio autor. Estamos ante una especie de álbum de fotos poético,
y eso puede ser un arma de doble filo. Por una parte, que un creador, un Dios
en todo caso (que crea desde la Nada, como hizo Dios, según nos han contado
siempre), generalmente un egocéntrico, un narciso, se acuerde de otras personas
que no son él es ya un gran paso (“yo, yo, yo, yo, considero, estimo, ya he
dejado por escrito…”: ¿acaso no les suenan esas frases en boca de más de un
poeta o intelectual?). Francisco Miguel dedica atención a otras personas, es
generoso: ¿se le puede pedir más a Dios? Sin duda es consciente, como él mismo
incluye en dos de los poemas (“Tras el vacío de la muerte”, dedicado a Miguel
Gómez, y “Desde ayer hasta mañana”, dedicado a “Carlos Mayorga, in memoriam”),
de que “no es la muerte quien nos muere / es el olvido quien nos mata”. Generoso
Poeta, que no quiere olvidar a estas personas que encontró por el camino y que
le han marcado.
Aunque, por otra
parte, la vertiente negativa para el lector es que dicho lector puede perder elementos
de interpretación a la hora de enfrentarse a la lectura de cada poema, pues si
no conoce a la persona a la que se dedica el texto o la complicidad o anécdota
subyacentes, la interpretación de ese texto puede resultarle más compleja.
Merece la pena
asumir ese riesgo (presente en todo caso, por otra parte): la lectura de este
“Bloc de notas poéticas” es agradable, amena y creativa, y como generalmente
los homenajeados son personas del mundo de la cultura (no todos, pero por aquí
tenemos a personas conocidas y queridas como Adela Campos Montañez, Juan Carlos
Martínez Manzano, Fernando de Villena, Isabel Romero, Inés María Guzmán,
Antonio Romero Márquez, Miguel Gómez o Salvador López Becerra, entre otros), el
imaginario puede ser más próximo al lector. En todo caso no siempre es así,
pues Francisco Miguel dedica sus versos a quien con él va, porque seguramente
él no canta su canción sino a quien con él va. Y hace bien. Pertenezca al mundo
creativo o no. Sea conocido o no lo sea. El poeta no se fija en dichos
accidentes del camino, y hace muy bien.
La lectura, por
tanto, se convierte en una delicia, en un camino que vamos haciendo con
Francisco Miguel y en el que el poeta dedica la palabra exacta a cada compañero
de este viaje. A cada uno según su relación. Suena como a máxima jurídica, con
la solidez de un principio justinianeo, pero no deja de ser una metodología
práctica que resulta agradable para un lector que modula en cada poema ese
trasfondo personal subyacente.
No debo
extenderme más. De un libro de poesía hablan sus poemas, no el texto previo:
conocí a una sabia profesora de Literatura que, cuando leía un libro por
primera vez, siempre y en todo caso lo hacía obviando las posibles
introducciones, prólogos o como se llamase a aquellas páginas que alguien
colocaba por delante del libro. “Para no sufrir interferencias”, me decía.
No sé si es
correcto o no, pero sí soy un convencido de que estos textos introductorios no
deben eclipsar al verdadero rey de esta fiesta, que es el libro en sí. El
conjunto de poemas de Francisco Miguel. Siempre lo tengo muy en cuenta: si
algún día me convierto en el “hombre del tiempo” jamás se me ocurrirá tapar el
mapa a los televidentes durante mis explicaciones. Yo soy un simple introductor,
que como mucho hará más fácil entender ese mapa. Pero lo importante, aquí, es
el mapa.
Lo importante,
aquí, es el bello texto de Francisco Miguel. No lo demoren más: adéntrense
inmediatamente. Merece la pena.
Antonio J. Quesada
(Málaga, Navidades de 2015)
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