Todo un placer.
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RAZONAR EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
Antonio J. Quesada
El ser humano
cree, en condiciones normales, que es capaz de controlar su existencia. Quizás
porque en líneas generales, no puede negarse, suele ser así: cada vez vive más
años y en mejores condiciones, se desplaza a mayor velocidad por este planeta
mal llamado mundo, es capaz de razonar y de utilizar los avances científicos y
de todo tipo en su propio beneficio, ve la muerte como una cosa lejana que,
generalmente, sucede a otros, etc.
Pero todo eso puede
ser engañoso.
Sí.
Basta que un
volcán entre en erupción para que se tambalee esa pretendida certeza de que
somos capaces de controlar plenamente nuestra existencia.
Basta que una
ola gigante (ahora, de un tiempo a esta parte, siempre la llaman tsunami) se precipite sobre la tierra
para que dudemos.
Basta que un
animal desproporcionado nos agobie para que salten todas nuestras alarmas.
Basta que la
enfermedad se cebe con nosotros para que nos descoloquemos. En tal caso, ni
nuestros códigos (penales, civiles e inciviles) sirven para mucho, ni nuestro
aparataje conceptual y filosófico nos salvan de la posible catástrofe, ni
nuestros dioses suelen acudir velozmente en nuestra ayuda. Estamos en manos de
sabios con batas blancas que, utilizando palabras griegas, hacen con nosotros
lo que quieren, siempre por nuestro bien.
En todos esos
casos estamos desnudos. Y somos muy pequeños (¿para qué sirven nuestros títulos
académicos, medallas, galardones, etc., frente a esto?). Y, lo que es más
complejo de asimilar, si uno no es completamente bobo, además es consciente de
todo. Lucidez, amargo peso (“la lucidez lo arruinó todo”, escribí alguna vez en
un poema justamente olvidado).
Estábamos
haciendo planes sobre viajes, vacaciones, relaciones personales, trabajo… Y en
eso llegó el coronavirus.
Y dio la vuelta
a todo. No quedó más remedio que ser conscientes de nuestra pequeñez. Asumir que
ese bicho malvado era capaz de paralizar nuestra vida, de encerrarnos en casa y
de lograr que economizáramos besos, abrazos y todo eso que hace la vida más
soportable y, a ratos, incluso bonita.
¿Seremos capaces
de seguir pensando que somos dioses? No. No es posible. Ya no. El bicho nos
priva del placer, pero espero que no nos prive de la necesidad de gozar.
Pero, en todo
caso, razonar en los tiempos del coronavirus exige ser consciente de que algo
se ha quebrado. Ser conscientes de nuestra pequeñez.
Y, cómo negarlo,
de que el fuego sagrado nos ha sido arrebatado. Si es que alguna vez fue
nuestro.
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