Antonio J. Quesada
Si es lo que yo le decía a mi mujer: “Cuando llega agosto, Macu, lo que hay que hacer es tener una segunda residencia para poder cambiar de aires”. Es cierto que no todos podremos tener un chalet en Marbella, pero un pequeño piso donde sea no está de más. Sobre todo nosotros, que vivimos en un bloque de vecinos de trece plantas y acaba uno harto de aguantar durante todo el año al vecindario: a la dueña del perro que ladra por el balcón, al otro que nos tira las colillas por la ventana y tiene una nieta que taconea como si fuera Sara Baras, la de los aires de grandeza que se sabe todas las canciones en la misa, el de los cotilleos que quiere saber cómo son las novias de los jóvenes y decírselo a los vecinos, etc. Digo yo que en agosto podremos desconectar de todo eso, ¿no? También tenemos derecho.
Pues eso es lo que me llevó a comprar la segunda residencia. Poder alejarme de todo y de todos, que ya llegaría septiembre, que no se escapa nunca, y nos devolvería a nuestro sitio de siempre. Vi la oferta (oferta relativa: no voy a tener más remedio que vivir ciento quince años para pagar la hipoteca) y no me lo pensé: si Manolo y los de la oficina siempre presumen de que en agosto se van al Rincón, a la Caleta, a Almuñécar, a Fuengirola, o qué sé yo dónde, pues yo también tengo mi residencia de verano, ahí es nada.
La cara con la que me miraron cuando lo comenté en el trabajo... En la oficina siempre me han tomado por poco ambicioso, todo porque voy en autobús y siempre estoy como en mi mundo, con mi cine y mis libros a cuestas. “¿Que Paco se ha comprado una casa para el verano? Nunca lo pude imaginar...”. ¡Eso es estado del bienestar!: que hasta el desgraciado del grupo tenga residencia de verano.
Pues sí, yo también me compré mi residencia de verano. Aceptamos todos hacer el esfuerzo: yo fumaría menos y no me sacaría el abono del Málaga hasta el 2018 cuando menos, mi mujer también fumaría menos y dejaría de comprar decoración oriental a precios de Tokio (consecuencia: a montar muebles de Ikea por todos lados), el cretino de mi hijo mayor dejaría de divertirse tanto en Puerto Marina, que parece de la jet set, la niña debería esforzarse para que esos chulos con los que va la invitaran más y el pequeño no cambiaría de consola de videojuegos hasta la mayoría de edad. Todo sea por la residencia de verano. Pero ya la tenemos, y ya podemos irlo diciendo a los amigos nosotros también: “cuando llega agosto nosotros también huimos a nuestra residencia de verano. Es necesario desconectar”. Sí señor: la residencia de verano.
Lo que ya no solemos decir es que la residencia de verano la tenemos en el bloque de enfrente al nuestro. En fin… Tiene esto grandes ventajas, no crean: durante las vacaciones vigilamos nuestro piso habitual para que no lo roben y recogemos la correspondencia y todo. Y no hemos notado ningún problema para acoplarnos al nuevo vecindario, oiga. Todo redondo, ya lo ven. Así que estamos todos los años esperando que llegue agosto para pasar al bloque de enfrente y descansar de nuestro bloque.
Es necesario desconectar.
Eso lo vi yo en Santander, hay gente para todo.
ResponderEliminarUn montañés.
Gracias, amigo, por visitarnos. Es una literaturización, por lo que veo no tan irreal, y con su punto de humor amargo.
ResponderEliminarPor cierto... preciosa Santander, qué recuerdos: La Magdalena, del paseo Pereda, el Sardinero...
GRACIAS, amigo, por venir por aquí, un abrazo