Me piden que comente el libro "Desde el alféizar", de Magdalena Martín Rodríguez, y cumplo como los buenos. El resultado se publica hoy en "Sur", a quien agradezco enormemente su amabilidad conmigo.
Feliz comienzo de semana,
Desde
el alféizar de Magdalena Martín Rodríguez
Antonio
J. Quesada
Desde
el alféizar de la ventana se ve la vida y se ve, también, la
muerte. Desde el alféizar se observa lo bueno y lo menos bueno, que
de todo hay en la viña del Señor; se percibe cómo pasa todo y cómo
(casi) nada queda. Se atisbará, incluso, cuando toque, el propio
ataúd (supongo que no hay prisa...), los ataúdes de los amigos, con
toda la carga de dolor que implica, y los de los enemigos (y, como
uno no abriga malos sentimientos hacia nadie, se queda como un poco
más solo, sin su enemigo: como en ese tablero de ajedrez, cuando un
Rey comprueba que la vida o quien sea dio jaque mate al Rey rival).
El alféizar. El alféizar proporciona distancia, proporciona
perspectiva: uno no es actor, es espectador medianamente inteligente.
Magdalena
Martín Martínez, en su libro "Desde el alféizar", mira.
Y, como apunta el siempre magistral Francisco Ruiz Noguera en su
"Prólogo" (ser prologada por Francisco Ruiz Noguera: un
lujo) el alféizar proporciona distancia no sólo física, sino
temporal: así, Magdalena, "proustituida" en su alféizar,
hurga en el tiempo perdido.
Magdalena
y su espejo nos guiarán por un poemario dividido en tres partes
("Frente a los vidriales", "Los espacios dormidos"
y "Versos huidizos") y culminado con un "Epílogo",
una "Clausura".
En
"Frente a los vidrales" Magdalena recuerda: tras los
visillos, ha logrado resucitar un tiempo abriendo celosamente el
cofre de todos los recuerdos que se fueron y adornando la luna con
lazos de nostalgia. Nos sienta ante el espejo y no sé si da vértigo
mirar, pues puede aparecer cualquier cosa (¡los espejos son tan
indiscretos!). Desviamos la mirada, pues a lo mejor nunca podremos
asumir nuestro autorretrato. Con "Los espacios dormidos",
supimos que estaba bien eso de despertarlos de otro tiempo, y gracias
a los sensuales "Versos huidizos" deshicimos el
malentendido: en el fondo, dosificando su intimidad, la poeta no
quería nada con nosotros aunque nos invitara a un té, porque la
cortesía no está reñida con las cosas del querer. Nos tuvimos que
conformar con la almohada, con la que también rescindimos el
contrato y la soledad fue, entonces, como más absoluta: llenamos
hasta el borde la copa "sin saber para qué / ni con quien
compartirla".
Por
tanto, es el momento de disfrutar de esa poesía intimista y de
interiores de la que hablara Francisco Ruiz Noguera en su brillante
prólogo.
Y de hacerlo... desde el alféizar... de Magdalena Martín Rodríguez.
Desde su brillante alféizar. Merece la pena.
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