“Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo“.
Ayer fui feliz, pues entre tanta alocada carrera, tanto achicar agua de aquí y de allá y tantas tareas de trabajo (parece mentira que estemos matando al mes de julio de muerte natural...), comencé a escribir un poemita nutriéndome de experiencias de Port-au-Prince. No sé lo que haré con él, pero... eso es lo de menos.
El proceso creativo: lo mejor que he vivido, vivo y, posiblemente, viviré. Con independencia de que le interese a alguien lo que escribo (algo que cada día dudo más), de que se publique (esto es más complejo: no estoy en esa onda desde hace mucho y la Poesía lo agradecerá) o de lo que sea. Pero, ayer, fue bellísimo pelear contra un texto. La única guerra que, como creador, considero legítima: la que libro contra mí.
Puerto Príncipe, sí. Vieja deuda con esta tierra que tan cariñosamente me acogió hace unos meses, cuando fui a leer mis textillos a un prestigioso Festival de Teatro francófono (noticia cuando menos curiosa que, por cierto, no interesó a la prensa de Málaga y mejor así: cada uno en su sitio). Llevé un "Diario de Haití" como con el tiempo llevaría un "Diario de Filipinas" y, en su día, un "Cuaderno de Roma" (este último me pilló más joven e inexperto y se publicó; ¡la de imprudencias que comete uno en la vida!; la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo).
Y recordé la visita que hice, con mi querida Louvelie, a la Grand Rue, a conocer a los "artistas resistentes". Se dice que las mansiones de millonarios de todo el mundo están llenas de obras de arte de creadores haitianos. Aquello fue impresionante (como lo es el arte conectado con el vudú, pero esto queda para otro día).
Ayer escribí durante un rato, y volví a visitar la Grand Rue. Ayer fui feliz durante un rato.
Ayer fui feliz, pues entre tanta alocada carrera, tanto achicar agua de aquí y de allá y tantas tareas de trabajo (parece mentira que estemos matando al mes de julio de muerte natural...), comencé a escribir un poemita nutriéndome de experiencias de Port-au-Prince. No sé lo que haré con él, pero... eso es lo de menos.
El proceso creativo: lo mejor que he vivido, vivo y, posiblemente, viviré. Con independencia de que le interese a alguien lo que escribo (algo que cada día dudo más), de que se publique (esto es más complejo: no estoy en esa onda desde hace mucho y la Poesía lo agradecerá) o de lo que sea. Pero, ayer, fue bellísimo pelear contra un texto. La única guerra que, como creador, considero legítima: la que libro contra mí.
Puerto Príncipe, sí. Vieja deuda con esta tierra que tan cariñosamente me acogió hace unos meses, cuando fui a leer mis textillos a un prestigioso Festival de Teatro francófono (noticia cuando menos curiosa que, por cierto, no interesó a la prensa de Málaga y mejor así: cada uno en su sitio). Llevé un "Diario de Haití" como con el tiempo llevaría un "Diario de Filipinas" y, en su día, un "Cuaderno de Roma" (este último me pilló más joven e inexperto y se publicó; ¡la de imprudencias que comete uno en la vida!; la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo).
Y recordé la visita que hice, con mi querida Louvelie, a la Grand Rue, a conocer a los "artistas resistentes". Se dice que las mansiones de millonarios de todo el mundo están llenas de obras de arte de creadores haitianos. Aquello fue impresionante (como lo es el arte conectado con el vudú, pero esto queda para otro día).
Ayer escribí durante un rato, y volví a visitar la Grand Rue. Ayer fui feliz durante un rato.
http://www.atis-rezistans.com/
“Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo“.
Sí.
“Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo“.
Sí.
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