(Relato "Dos cervezas", publicado en el número 1 de la Revista "Refugios":
https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/2014/01/01/Review-The-Traitor’s-Daughter-by-Angela-Griffin )
DOS CERVEZAS
Antonio J. Quesada
- ¡Pues qué alegría que nos hayamos encontrado, chico. Pero qué alegría…!
–comenta, el muchacho moreno, sinceramente feliz, pasando el brazo por los
hombros de su amigo y sin terminar de creer tanta casualidad.
- ¿Cuántos años hace que no nos vemos, Miguel? –responde el otro, también
radiante de felicidad.
- Pues no sé, pero seguro que no menos de quince años –mira al cielo,
cierra los ojos y hace cálculos mentalmente, susurrando algo, hasta pronunciar
su frase.
-Quince años, chico. Un mundo… -mira hacia una cervecería conocida por su
exquisita cerveza artesanal-. ¿Te parece bien si celebramos nuestro reencuentro
como Dios manda?
- Me parece una idea estupenda –comenta, ante la sugerente propuesta, mirando
el reloj y calculando mentalmente-. El mejor modo de celebrar un reencuentro es
con dos cervezas.
Entran en la cervecería.
- Y entonces estudiaste Historia –comenta, mientras da un sorbo a la
inmejorable cerveza que le acompaña.
- Sí, estudié Historia, hice el CAP (esto ha cambiado ahora, le llaman
Máster de no sé qué) y saqué las oposiciones. Complicado, hacerlo a la primera,
con tanto interino y tanta gaita, pero salió. Estuve dos años fuera, y ya estoy
en la provincia.
- Qué maravilla, Miguel, yo sabía que ibas a lograr en la vida lo que te
plantearas. Eras un alumno muy estudioso y trabajador.
- Bueno, sí, más trabajador que inteligente, la verdad. Pero también tuve
mi pizca de suerte y ya está. Y cuéntame, ¿en qué andas tú?
- Pues por aquí y por allá… Un poco por aquí y un poco por allá, como soy
yo. Recuerdas que escribía poesía, ¿verdad? Seguro que sí, que sabes que ya entonces
me decían “el poeta”. Siempre en las nubes, capaz de crear armonía creativa y
de responder con chispa en cualquier momento, pero muy mal estudiante.
- Hombre, mal estudiante no –interrumpe Miguel, como intentando
contradecir, pero Pepe hace un gesto con la mano, como negando a Miguel.
- No argumentemos con eufemismos, Miguel: muy mal estudiante. Las cosas
como son. Estudiar me aburría soberanamente y, al final, a gorrazos, aprobaba
las asignaturas en septiembre. Pero así no se puede ir por la vida. Aprobé la
Selectividad, me matriculé en Filología Hispánica, a ver si estudiaba a esas
personas que antes (y con éxito) hicieron lo que yo intentaba: escribir
Literatura. Pero abandoné, aburrido…
- ¿Y eso?
- Porque aquello consistía en memorizar nombres, títulos y fechas. Vamos,
como hacían los alumnos de Derecho con sus códigos: ¿en qué se diferencia
conocer los títulos y fechas de publicación de las obras de Miguel Hernández de
recitar de memoria el artículo 612 del Código civil, por ejemplo? Por cierto,
un artículo muy divertido, todo sea dicho.
- Hombre, visto así…
- Descubrí que tenía vocación de madre, no de ginecólogo. Abandoné Letras
para poder seguir disfrutando de las Letras.
- Interesante argumento –Miguel da otro trago a su cerveza-. ¿Y qué
hiciste?
- Bueno, como te decía, estuve por aquí y por allá. Vi mundo, escribí
textos aquí y allá y he publicado trabajos en alguna revista literaria y ganado
alguna cosita. He lavado platos en Londres y vasos en París, he vivido todavía
no sé de qué en Roma (loco de felicidad, por cierto) y he huido de más de una
ciudad alemana porque Alemania no está hecha para los bohemios (a pesar de la
cerveza: mi cómplice, mi compañera, mi hermana; mi única aliada fiel en esta
vida, la única que nunca me falló). He preparado kimchi en Corea, sushi en
Japón y danggit en Filipinas (pez que me disloca desde que por primera vez
lo desayuné en Palawan, con arroz; una mañana de resaca, frente al mar). En
ningún sitio me han valorado ni las mujeres me han querido, en eso el mundo es
unánime y no distingue de nacionalidades. Por eso he vuelto a casa, con el rabo
entre las piernas. Por lo menos aquí hablan mi lengua, que no mi idioma, y el
paisaje se parece al de mi infancia, aunque tampoco lo sea, ya, del todo, pues
esto ha cambiado mucho.
- No será para tanto, hombre –Miguel le pasa la mano por el brazo derecho
mientras razona-. No eres un derrotado. Eres imaginativo, divertido, fresco,
creativo…
- ¿Y con eso se come? En fin, la única que jamás me defraudó fue ella
–señala a la cerveza que tiene en la mano-. Por la cerveza –ofrece su vaso para
brindar. Chocan. Alegres.
- ¿Cómo se llamaba aquel que iba siempre vestido de negro? –pregunta
Miguel, divertido-. Aquel que tenía un grupo musical.
- ¿Te refieres al cucaracha? –pregunta
Ernesto.
- ¡Sí, el cucaracha, qué
personaje! –divertido-. Con sus melenas y su gabardina negra… ¿Te acuerdas
cuando venía medio borracho a clase?
- ¡Cómo no! Si se mamaba media botella de menta antes de entrar….
- ¡De la petaquilla que llevaba! –interrumpe.
- ¡De la petaquilla que llevaba, sí! ¡Ja, ja, ja, ja, qué arte! –da una
palmada en la mesa-. En el inmenso bolsillo de la gabardina esa que llevaba,
que se podía quedar de pie sola, de la mugre que tenía…
- Ja, ja, ja, ja… Y cuando la profesora de latín le preguntaba y no tenía
ni idea…
- Bueno, no hubiera tenido ni idea sobrio, imagina con ese chute de menta
en el cuerpo a primera hora de la mañana…
- Y le decía, muy seria, levantando el dedo índice, “a ver, Oliva, si tiene
suerte y le alcanzara la luz iluminadora”…
- Y él repetía, con ese acento algo gangoso que siempre tenía, “sí-se-ño-ra-a-vé-si-lle-ga-la
lú-i-lu-mi-na-do-ga”.
- Ja, ja, ja, ja.
- Ja, ja, ja, ja.
- Qué dura es la vida, chico –comentaba Miguel, dando otro trago-. ¿Cómo
se llamaba aquel que parecía un espárrago?
- ¿El de las melenas?
- Sí.
- Hombre, ese era Pepe, Pepe el
heavy.
- ¡Pepe el heavy! ¡Es verdad, Pepe
el heavy! ¿Te acuerdas?
- ¡Cómo no me voy a acordar! Vaya personaje. ¿Sabes que se alistó en el
Ejército?
- ¿Pepe el heavy en el
Ejército? –imposible de asumir-. Pues, de entrada, le pegarían un buen pelado…
- Yo creo que valoró qué le interesaba más, si su melena de Camarón de la
Isla o poder manejar armas. Y tiró más lo segundo.
- Nunca lo hubiese imaginado de él.
- Pero creo que se salió, y anda por ahí, igual de largo y delgado, con
el pelo corto y un hijo.
- ¡Un hijo! ¡La Virgen!
- ¿Tú no tienes hijos?
- ¿Yo? –Miguel dio un trago-. No, yo lo de traer niños al mundo, como que
no me va... A lo mejor algún día, supongo. Llega un momento en que haces eso
que hace todo el mundo: te casas, tienes hijos, comes arroz los domingos,
etcétera. ¿Y tú, tienes hijos?
- ¿Tengo pinta de tener niños? –sonríe-. ¡Ni loco! Bueno, al menos, que
yo sepa, claro. A lo mejor en Filipinas pude haber dejado alguno, pero tampoco
lo sé con seguridad –su cara se torna pícara-. Si existe ese posible hijo
filipino, ojalá aprenda “Mi último adiós” –pierde la mirada, como recordando-.
“¡Adiós, Patria adorada, región del sol querida, / Perla del mar de oriente,
nuestro perdido Edén!” –se detiene…- ¡Vaya, no recuerdo más! Espera, a ver si
me acuerdo del final… -vuelve a repensar, y como con dificultad, sigue-.
“Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía, / Amigos de la infancia en el
perdido hogar, / Dad gracias que descanso del fatigoso día; / Adiós, dulce
extranjera, mi amiga, mi alegría, / Adiós, queridos seres, morir es descansar”.
- Qué belleza, chico. Supongo que es Rizal, ¿verdad?
- Efectivamente. Emociona –se seca los ojos-. Y mira que este tipo de
poesía nunca me gustó, jamás podría escribir yo esto, pero… es que piensa uno
en qué condiciones se escribió, y te pone los vellos de punta.
- Hemos hecho cada cosa por el mundo…
- Impresiona visitar Intramuros –nuevamente, lágrimas en su rostro.
- Por Filipinas –ofrece su jarra Miguel.
- Por Filipinas –choca-. Salamat!
- Pues confío en que volvamos a encontrarnos –salían a la calle. Miguel
mira su reloj-. Bueno, chico, dame un abrazo muy fuerte –se abrazan-. Te acerco
a algún lado, si tienes prisa…
- ¿Yo? A mí me sucede lo que a aquel poeta de “La colmena”: soy un hombre
que no merece la pena que tenga prisa –sonríe, metafísico-. No te preocupes,
voy caminando.
- De verdad que
te acerco, hombre.
- No te
preocupes, Miguel, para lo que me espera… Lo que me espera puede seguir
esperando un ratito más.
- Eres
incorregible.
- Será eso.
Se despidieron y
se marcharon por caminos opuestos. Supongo que esto último era lo previsible.