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MONÓLOGO
Antonio J. Quesada
“Decidí, / hija mía, / no traerte / porque
/ no me gustaba un pelo todo esto. /
Dos brazos menos para fregar
escaleras, pensé”
(Poema “Hija mía”. Lo leí por alguna
parte…
En “Poesía a instancia de parte”,
para ser exactos)
Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el
alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…
No está este mundo como para permitirse el lujo de ser débil, hijo mío.
Te devorarán, no tengas la menor duda, porque esto funciona así. Desgraciadamente,
esto funciona así.
En este mundo hay que ser fuerte, y no sólo eso: hay que ser un gran hijo
de puta para ser respetado por los demás y para que no te tomen por el pito del
sereno, hijo mío. Es así. Es una gran desgracia, pero es así: no se puede ser
bueno, hijo. No se puede.
“Como vayas de bueno por la vida te comen por los pies”, repetía siempre
mi madre. Tu abuela…
Cuando uno viene de abajo, hijo, tiene que ser consciente de que todo
será más complejo para él. Cualquier paso que pretenda dar en la vida será más
difícil, pues no hay alfombra roja ni manto de flores debajo de nuestros pies,
como sucede con otros. No: para nosotros, el suelo es frío, hay cristales
rotos, orines y puede que incluso sangres. Debemos andar con mucho cuidado, por
tanto. La mano que nos ofrece alguien, si es que existe, suele buscar nuestro
cuello.
¿Por qué, hijo mío? ¿Por qué nosotros? Perdona, hijo, mi desesperación:
no te pido explicaciones, no. Sería absurdo: soy la causante de tu desgracia,
¿acaso puedo culparte a ti de algo? Perdona a tu madre, a veces no sabe lo que
dice.
A lo mejor es que no me atrevo a hablarle directamente a ningún dios,
pues no creo en ninguno, y te tomo por interlocutor válido a estos efectos,
hijo. En cualquier caso, es una crueldad. Eres el destinatario menos indicado
para mis frases. Lo siento.
La alegría por el nacimiento de nuestro primer hijo, por tu nacimiento, se
enturbió rápidamente, hijo mío: el “imprevisto” (¡cómo nos gusta utilizar
eufemismos!) hacía presagiar una vida incómoda para ti y (permíteme ser
egoísta) también para los que te rodeábamos. La palabra maldita, entonces
desconocida por nosotros (pues pensamos que las desgracias, como los accidentes
de tráfico, siempre afectan a los demás), pasó a formar parte de nuestro
diccionario familiar. Dios mío… ¿por qué nosotros?
En la habitación del hospital, en soledad, lejos de todo y de todos (no
quería añadir a nadie más sufrimiento), lloré. Cuando todo pasó, lloré. En la
intimidad, pues este dolor era mío. Mío y casi solo mío.
Lloré, hijo mío. Lloré mucho. Lloré como nunca había llorado hasta ese
momento. Y una duda me rasgó el alma: si yo falto algún día, hijo mío, ¿quién
se ocupará de ti? ¿Quién te cuidará, hijo, cuando yo no esté?
Estas cosas hay que pensarlas.
La pasión de los padres primerizos se enturbió con la nueva situación.
Ahora debíamos dedicarnos en cuerpo y alma a ti, a nuestro hijo postrado en su
carrito. Nunca llegarías a andar solo, hijo: tu mente sufriría un retraso
mental importante y jamás podrías valerte por ti mismo. Tus padres deberían
estar siempre a tu lado. No nos pesó, pero teníamos que pensar mucho más de lo
normal. Si traíamos a un hermano al mundo puede que algún día nos sustituyera
en ese cuidado, pero… ¿podíamos arriesgarnos a traer al mundo a otra persona
que tampoco pudiera valerse por sí misma? Y si hubiéramos podido hacerlo, ¿era
justo hipotecar la vida de alguien de esa manera?
No. Decidimos no traer ningún hermano, hijo. De sobra lo sabes: la vida
se convirtió en algo duro, y no era justo implicar a más inocentes.
No.
Entre tu padre y yo nos multiplicamos, hijo. Nos multiplicamos para trabajar,
para tener el piso decente, para cuidarte, para tenerte todo lo feliz que
pudieras llegar a ser. Tu padre hizo también un gran esfuerzo, hijo, no vamos a
negarle sus méritos cuando existen.
Pero la situación nos fue minando, hijo mío. La alegría se había esfumado
por la ventana, así como las expectativas de futuro. ¿Qué futuro? Nuestro
talante intentaba ser el mejor, pero… la profunda tristeza interior que nos
invadía se adueñaba de nuestra alma.
“…En la crónica de sucesos, hoy
tenemos que contarles un acontecimiento muy triste. El cuerpo sin vida de S. M.
P. ha sido encontrado en su casa, en el barrio del Polvorín, de nuestra ciudad,
tendido en su cama, sin aparentes indicios de violencia. Además, también
estaba, en la misma estancia, el cadáver de su hijo, de diez años de edad,
enfermo de … . Las primeras investigaciones apuntan a que la madre se ha
suicidado por medio de una ingestión de medicamentos, mientras que antes de
hacerlo mató a su hijo por asfixia.
Según han informado fuentes de la
investigación, la suicida ha dejado unas hojas manuscritas que, quizás, puedan
arrojar algo de luz acerca de los móviles del suceso, aunque todo esto no se
puede conocer de momento. El padre del menor y ex-marido de la fallecida se personó
en el domicilio de la fallecida y se ha mostrado destrozado por este desenlace,
que no esperaba, según ha declarado. Seguiremos informando acerca de este
luctuoso suceso.
Por último, pasando a los deportes,
el Atlético de Madrid ganó anoche la Supercopa de Europa tras vencer al Inter de Milán
por dos goles a cero, en Mónaco. Los goles de Reyes y “Kun” Agüero permitieron
al campeón de la Europa League
imponerse al campeón de la Champions. Tras
este resultado, el Inter ya no podrá igualar al Barcelona de Guardiola en
número de títulos ganados en una misma temporada.
Esto es todo, queridos oyentes, las
noticias volverán aquí dentro de media hora. Buenos días”.
(Extraído del boletín de noticias de una cadena local de radio).
Tú ibas creciendo, hijo mío, y necesitando cada vez cuidados más
específicos. ¿Recuerdas el coche adaptado que compramos? ¡Cómo encareció la
compra, qué de números hubo que hacer! ¿Recuerdas tu carrito para pasear? Afortunadamente,
desde la Asociación
nos ayudaban mucho, y nos permitían compartir vivencias con personas que
estaban en situación parecida a la nuestra.
Pero lo que era un beneficio también pasó a convertirse en fuente de
dolor: allí tu padre y yo conocimos a la madre de Raquel. ¿Recuerdas a Raquel,
verdad, hijo? ¿Aquella niña rubita de ojitos tan azules, pobrecita? ¿Y a su
madre? Qué doloroso es todo, hijo mío. Qué doloroso es, incluso, recordar el
dolor.
La madre de Raquel: aquella divorciada tan guapa de la que se acabó
enamorando tu padre. Ese día que jamás olvidaré tu padre me confesó que ya no
me amaba, que quería divorciarse de mí para iniciar una nueva vida junto a
ella. Mi mundo, mi pequeño mundo, nuestro pequeño mundo, se vino abajo del todo.
Que el hijo era de ambos, que no me preocupara por eso, pero… que necesitaba
vivir.
Mi vida social era, ya entonces, nula: mi vida era mi trabajo, tu padre y
cuidar de ti, pues habías cambiado nuestras vidas total y absolutamente. Pero ahora
tu padre se sentía renacer. Incluso parecía más joven.
No me malinterpretes: tu padre no se desentendió de ti, pero si se fue de
casa era lógico que se desentendiera un poco. En cualquier caso, hijo, no le
tengas odio: tu padre siempre ha sido bueno contigo. Que no lo haya sido
conmigo es algo entre él y yo, tú no tienes nada que reprocharle. O casi nada.
Sola, sin nadie en la vida, sin más ayuda que la de la Asociación, la casa se
me caía encima, hijo mío. Cada mañana sentía la esperanza de que ese día
cambiase todo para mejor: siempre tiene uno esperanzas, es humano. Dejarte en
el colegio, jornada laboral, comida veloz, vuelta y fin de la jornada de trabajo,
recogerte del colegio, posible paseo por el parque y… cuando llegábamos a casa,
enclaustramiento hasta el día siguiente. Raro era el día en que podíamos pasear
con gusto, hijo mío, pues el tiempo aquí acompaña poco, y ya sé lo que te
molesta la lluvia. Pero hice lo que pude, hijo mío. Hice lo que pude. Cada día
en el que un rayito de sol te localizaba te sentía renacer.
¡Cómo te gustaba el sol, hijo! ¿Recuerdas, el sol, qué bonito era pasear
con sol? Tú no podías expresarlo, hijo mío, pero… ¡cómo te gustaba que te
sacase a pasear por los jardines o por el campo cuando había sol! ¡Cómo
disfrutabas! Aunque no pudieras expresarte, yo lo sabía: volvías más feliz.
Pero no todos los días era domingo, hijo mío. No todos los días. Bien lo
sabes.
Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo:
paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo:
paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Una semana. Otra semana. Otra semana. Otra semana. Un mes...
Otro mes. Otro mes. Otro mes…
Un año…
Esto no tiene salida, hijo mío. Esto no tiene salida.
Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el
alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…
Perdón por haberte traído a este infierno. Perdón de corazón, hijo mío.
Perdón.
Creo que es una historia de amor llevada a uno de los posibles límites.
ResponderEliminar¿A quién puede ofender, si se razona?
ResponderEliminar¡Ay, quién sabe! Está el personal con la epidermis finísima, por menos de nada saltan ofensas, como minas antipersonas... Abrazos!
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