Siempre que releo "La ceremonia del adiós" lo hago con sentimientos encontrados y cargado de dudas. Partiendo de la inmensa admiración por Sartre y Beauvoir, pues de lo contrario no volvería a este libro, no puedo dejar de plantearme algunas preguntas: por ejemplo, ¿era necesario conocer las veces que Sartre se orinaba encima, si confundía los temas o personas tres o cuatro veces al día o si el menú se vertebraba en torno a pastel de zanahorias? No sé, seguramente manejo otro concepto de la intimidad (supongo que tampoco está de moda el mío pero, en fin, si nunca estuve de moda siendo joven no creo que me afecte demasiado, ya, a mis años) y de los detalles que interesa describir a un lector de una vida ajena (si no me interesan ni los de la mía, ¿voy a manifestar tanto interés por atender a desayuno-comida-cena-citas-copas de otro?).
Pero hoy llegué a una parte del libro en la que un Doctor (Doctor B.) trata a Sartre y habla como si hubiese salido de un relato de Borges. Supongo que, teniendo en cuenta la cantidad de poetas que intuyo por metro cuadrado, el comentario puede herir la sensibilidad de tanto lírico amigo. El texto es el que sigue:
"B. recetó un estimulante y le disminuyó la dosis de los medicamentos. Después aconsejó a Sartre, puesto que ya no podía escribir obras serias, que se ejercitara en la poesía".
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